Taylor Swift es un todo; se ha rebelado

Catedráticos cuentan a Excélsior sobre la postura política de la cantante, su impacto en millones y que es objeto de estudio en universidades

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Taylor Swift

Taylor Swift es un fenómeno musical que ha trascendido de forma polivalente a lo político, lo social y lo cultural. Es tan compleja que universidades como Stanford y Harvard ofrecen cursos sobre ella y la relación de su música con la literatura del siglo XIX, además de estudiarla como personaje.

¿Por qué una cantante pop tendría que ser objeto de estudio de algunas de las instituciones educativas más prestigiosas del mundo? Para responder a esta y otras preguntas, Excélsior acudió a especialistas como Julián Woodside, académico del ITESO enfocado en temas de memoria cultural y medios.

Históricamente, cuando se anuncia un curso que gira en torno a un fenómeno pop hay revuelo, asegura Woodside, “porque valida la relevancia cultural de un artista o un fenómeno musical en el contexto académico, el cual suele ser conservador en temas de cultura pop. Sin embargo, también hay que ser críticos, este tipo de cursos llama la atención y genera público para las universidades”.

El investigador afirma que si queremos entender algunos aspectos de las dinámicas de discriminación, clasismo y racismo contemporáneos, “tenemos que analizar sus expresiones en la cultura pop y en las dinámicas de circulación musical. De pronto la academia enfocada en ciencias sociales y humanidades peca de mucho esnobismo, al punto que se vuelve la excepción, y no la norma, que alguien como Slavoj Žižek hable sobre la cultura pop. ¿Qué no se supone que debería ser central estudiar críticamente este tipo de fenómenos?”.

Por su parte, Sergio Varela, doctor en Antropología Social por la Universidad Iberoamericana, asegura que “tan sólo por el concepto de universalidad, inherente a las universidades, es justificable estudiar fenómenos de la dimensión cultural, porque son cuestiones humanas, digo, en la dimensión correspondiente, no vas a hacer un doctorado en Taylor, pero sí es importante analizarlo”.

Swift está rodeada de múltiples discursos; en el marco de sus shows se han generado dinámicas que trascienden su música, como el que sus seguidoras hagan e intercambien “pulseras de la amistad”; sin embargo, en 2015 apoyó la política migratoria de Donald Trump, incluida la construcción del muro fronterizo. ¿Por qué sus seguidoras reaccionan de forma tan positiva ante discursos que son tan diferentes, uno fraterno, el otro excluyente?

“Los artistas suelen ser contradictorios porque hay una constante tensión entre su figura pública y privada. Recordemos, por ejemplo, cuando en 2012 surgió el movimiento #YoSoy132 y todos esperaban que Molotov fuera la bandera de la resistencia, quienes terminaron sacando la casta fueron Natalia Lafourcade y Carla Morrison. Es decir, que tus letras aborden ciertos temas no significa que tu postura política vaya en el mismo sentido”, asegura el también consultor en planning e investigación cualitativa.

“Las posturas cambian y no suelen ser blanco o negro. Taylor sí se declaró alguna vez a favor de la política migratoria de Trump, pero luego se ha pronunciado abiertamente a favor de políticas que contrarían su ideología. Además, lo ideológico no es lo único que manda, también los discursos son dictados por el capital, por tendencias en la opinión pública, o por querer construir un storytelling alrededor del personaje”, añade. “Es difícil ser congruente 24/7, pero resulta evidente que ella y su equipo buscan construir una narrativa positiva para sus fans, lo que también se traduce en ventas. Por eso ante crisis mediáticas, como la controversia alrededor de su huella de carbono, vemos iniciativas que buscan humanizar su figura, como cuando recientemente declaró que donaría dinero a la familia de la mujer que fue asesinada durante la celebración de la victoria de Kansas City”.

Varela subraya la “identificación del sector juvenil, femenino, por su contenido, que contrasta enormemente con discursos como los que dominaron muchos años a través de la cultura masculina, del heavy metal, del rock, desde donde no se habla de los problemas de ese sector adolescente y si se llegaba a hablar desde la perspectiva de varones blancos, viejos, que nada tienen que ver con la empatía que logra Taylor en su audiencia”.

En 1964 el sociólogo de la Escuela de Frankfurt, Herbert Marcuse, publicó El hombre unidimensional, una tesis sobre la influencia de Estados Unidos en la cultura internacional y su intención de convencer a las sociedades de otros países de que su mundo era “el mejor de los mundos”. Tal como sucedió en los tiempos en los que apoyaba a Trump, Swift ha sido también vinculada con lo político, pero ahora, se ha generado la idea de que es un activo del Pentágono. ¿De ser así, por qué la inteligencia de EU crearía un producto como ella para expandir la hegemonía de su país para reafirmar, como decía Marcuse, que Estados Unidos es el ejemplo en lo que a nivel sociocultural se refiere?

“Desde Elvis existen hipótesis sobre cómo varios artistas han sido agentes de la CIA, pero lo que sí es un hecho es que dicha agencia ha utilizado diversas expresiones de cultura pop como capital político, siendo la música uno de los medios con mayor potencial propagandístico”, comenta Woodside, “pero existen dos caras de esta moneda. Sí, existe esta narrativa maquiavélica de pensar que algunos artistas son agentes de la CIA, pero hay otra mucho más transparente y evidente: existe una clara intención por parte del gobierno de EU de incidir en la política internacional de otros países, y capitalizará explícita o implícitamente todo aquello que le acerque a dicho objetivo.

“Es decir, Estados Unidos tiene una política bastante proteccionista de sus industrias creativas, pues la promoción de sus expresiones culturales en otras latitudes genera capital político a partir de lo que se conoce como ‘poder blando’. Es decir, no te declaro la guerra, pero hago más atractiva mi cultura y así tu gente se sentirá más afín a mis ideales”.

Con su música, Taylor creó una narrativa que hace que sus seguidores se identifiquen con ella. Los artistas, dice Woodside, “han apelado a los sentimientos por esta tendencia a mediar de forma poética nuestra vida cotidiana en redes sociales. La industria se ha enfocado en apelar a las vivencias de la audiencia, ‘yo la entiendo porque yo también lo he vivido’. Hablamos además del diseño de experiencias transmedia que atraviesan sus conciertos, sus publicaciones, sus videos, su música, e incluso su película. Por eso es cada vez más común enterarnos de la vida privada de los artistas como parte de su propio branding y storytelling profesional.

“Lo interesante es analizar cómo se ha construido a Taylor desde una narrativa donde cae bien, no incomoda, y promueve iniciativas como las pulseras de la amistad, pero que al mismo tiempo pelea por los derechos de sus canciones. Y no olvidemos cuando confrontó a empresas como Ticketmaster, pues como plantean Joseph Heath y Andrew Potter, rebelarse vende. Todo abona a su personaje sabiéndolo enmarcar, y por eso Taylor es un todo: no podemos ignorar cómo su historia personal, su narrativa y su persona tanto pública como privada son afines y a la vez complementan muchas de las formas y discursos hegemónicos estadunidenses / occidentales”, finaliza Woodside.