Vitalidad del culto a la muerte; tradición y actualidad

David Guerrero señala las piezas novedosas y actuales en las ofrendas, como fotografías y bebidas

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Ofrenda de muertos

CIUDAD DE MÉXICO.

“La ofrenda del Día de Muertos sigue viva y en constante transformación”, dice a

Excélsior David Guerrero, historiador e investigador del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (Inehrm). “La ofrenda es una evocación de los que ya no están presentes con nosotros, pero que tienen una vitalidad extraordinaria a la que se le han adicionado elementos a lo largo del tiempo, como fotografías, bebidas y platillos, hasta juguetes y otros objetos.

Así que, el hilo conductor de esta tradición, apunta el historiador, “reside en los diferentes elementos del culto a la muerte y en la manera de recordar a los muertos, que se va adicionando a partir de elementos culturales, desde el México antiguo, pasando por las tradiciones europeas, el cristianismo occidental y su consecuente transformación con otros recursos y la mercadotecnia que han influido en el concepto que tenemos de las ofrendas”, explica.

La tradición de Día de Muertos preserva esa manera de mantener vivas nuestras tradiciones y el recuerdo de los difuntos, porque una vez que llega el olvido… la muerte se vuelve definitiva”, apunta.

Para Guerrero, “existe una posición clara de quienes desean mantener la tradición mexicana de Día de Muertos de evocaciones como el Día de brujas, Halloween –que incluye raíces celtas y nórdicas–, con zombis y espectros”.

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Las ofrendas del Museo de Antropología tiene velas, incienso, flores, papel picado, comida, bebida y fotos.

Pero en el origen de todo esto, el tema de la muerte ha sido una preocupación latente desde que hombres y mujeres se reconocen como tales.

En la historia de la humanidad hay una constante que se refleja y que los arqueólogos han corroborado en la exploración de sitios arqueológicos, donde siempre habrá monumentos funerarios y tumbas, algunas pequeñas u ocultas y otras fantásticas, como las pirámides de Egipto o las mesoamericanas, que no sólo eran monumentos fúnebres, sino también de culto, así que tenemos una visión y una perspectiva universal ante la muerte”.

En el caso mexicano, “existen dos grandes vertientes culturales que se fusionaron a través del tiempo para dar lugar a esta identidad que quedó condensada en los días 1 y 2 de noviembre de la tradición católica, que en realidad es una fusión de la línea cristiana con tradiciones nórdicas que asociaban la visita de los muertos y las tradiciones del espacio mesoamericano antiguo”.

En el México antiguo existió un culto a la vida, a la guerra y a la muerte, también a la lluvia y existía una cosmogonía particular. Pero desde entonces se prefiguraba un mundo de vivos y otro para los muertos con diferentes experiencias: los que morían viejos, los ahogados, los nonatos o los que morían después del parto, al igual que las mujeres. Sin embargo, este rescate (prehispánico) se ha insistido con claridad desde el siglo XX”, comenta.

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A esto se puede sumar el interés de retomar elementos prehispánicos, agrega, como el xoloitzcuintle –como compañero de vida y en el tránsito al Mictlantecuhtli–, el colibrí –que evoca a deidades prehispánicas que entran y salen de la tierra de los muertos para lleva mensajes—o la semilla de amaranto, empleada para representar a los dioses antiguos, cuya producción se prohibió en parte de la historia novohispana.           

Todo ese bagaje cultural prehispánico, a partir del siglo XVI, se fusionó con la tradición de la Europa occidental, cristiana y católica, particularmente española, donde la muerte también jugaba un papel fundamental.

Sabemos que antes del siglo XVI hubo una tradición, en el espacio mesoamericano, con diferentes culturas y ritos en torno a la muerte, pero con la irrupción europea en América comenzó el sincretismo de las tradiciones ante la muerte, lo cual duró cerca de 300 años.

Durante el siglo XIX la sociedad conservó sus tradiciones, las cuales adquirieron perfiles mexicanos (de inspiración prehispánica).

Finalmente, “el siglo XX apuntó a los nacionalismos y la identidad cultural en búsqueda de elementos que hicieran particular a nuestro país. “Sin embargo, a lo largo del siglo XXI se han añadido nuevos elementos, como los desfiles de catrinas y las influencias paralelas del Halloween y de zombis, que han transformado la tradición en un acto público, pero sin dejar de permanecer al interior de las casas”, concluye.

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ALTAR TOTONACA

El Museo del Templo Mayor montó un altar de muertos basado en los ritos totonacas de Papantla,Veracruz, que tienen la festividad del Ninín, es decir, los que no han muerto.

Se cree que los difuntos no pueden tocar la tierra, pues quedarían encantados. Por esa razón la mesa de la ofrenda debe ir colgada del techo.

-De la Redacción

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