‘Raíz que no desaparece’: árboles narran la lucha de madres buscadoras en México
La escritora propone en su nueva novela un acercamiento desde la emoción a la tragedia colectiva de las desapariciones

¿Cómo ven los árboles el “fenómeno social contemporáneo, doloroso e incómodo” de los desaparecidos en México y las madres buscadoras? ¿Qué sienten cuando las manos femeninas esconden en sus raíces las cartas que escriben a los ausentes? ¿Qué hacen con las lágrimas que reciben?
En su nueva novela, Raíz que no desaparece (Alfaguara), la escritora Alma Delia Murillo (1979) quiso que los árboles narraran la historia de Ada, una madre que busca a su hijo, a partir de un “lenguaje botánico, vegetal”.
Encontré que los árboles ven y caminan, se mimetizan; tienen mecanismos de defensa, se protegen, y sus raíces se enferman. El reto era que no hablaran como personas, por eso recurrí a esa parte más científica”, comenta en entrevista.
Estos seres vivos, de una inteligencia sofisticada, agudísima, manifiestan todo. Los árboles te hablan de si el año fue seco o lluvioso, si cambió la condición del suelo, si hubo una plaga.
Lo seres humanos somos parte de un ecosistema y estamos siendo violentados con las fosas clandestinas que están en territorios vegetales, en montes, en bosques, montañas, zonas ganaderas o agrícolas. Alteran el ecosistema”, explica.
Confiesa que se preguntó qué ven los árboles al ver “la palmera cercenada en Paseo de la Reforma y el ahuehuete que se murió en el corazón de la Ciudad de México, rodeado de imágenes de personas desaparecidas. Era muy simbólico”.
La narradora apuesta por la intuición. “Debemos abrirnos a otros universos. El 90 por ciento de la biomasa en el mundo es vegetal. Hay más árboles que estrellas, que animales y personas”.
Tras acompañar en diversas jornadas a las madres buscadoras, Murillo creó al personaje de Ada como un resumen que las representa. “Todas me hablaron de los sueños que tienen, donde sus hijos les dan pistas. Están en el límite del dolor y la vitalidad, porque es la única manera de sostener su lucha. Muchas están enfermas: unas tienen cáncer, otras diabetes, esclerosis, Alzheimer”.
La autora de La cabeza de mi padre está convencida de que tanto los árboles como los humanos estamos enfermos de violencia. “Hay síntomas que nos hacen hablar de una enfermedad colectiva, porque cada vez toleramos más. Han pasado cosas brutales, cada hallazgo de fosas clandestinas es peor que el otro. Nos hemos desconectado de algo que nos debería conmover profundamente”.
Dice que quiso acercar a los lectores a las desapariciones a partir de la emoción, más allá de las cifras. “De los 130 mil desaparecidos que tenemos, unos 100 mil sucedieron en los últimos 18 años. Pero detrás de cada número hay una historia desgarradora”.
Sobre las madres buscadoras concluye. “Les queda chico el concepto de víctimas. Son mujeres capaces de un amor increíble, aunque andan cargando su dolor. Con ellas aprendí a cantar a grito pelado después de bajar de la sierra. Quieren que las veamos como seres humanos. Y aprendí que los desaparecidos son de todos”.
Raíz que no desaparece se presentará el 30 de agosto, a las 18:00 horas, en el Centro Cultural Bella Época.
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