Montaje 'El gallo de oro’, presente en el MUAC

Andrés Aguilar y Fernando Palomar presentaron un performance con referencias a la obra de arte total

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El gallo de oro se montó este fin de semana en el MUAC. Foto: Jaime Boites

CIUDAD DE MÉXICO.

El auditorio del Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) se convirtió en una sala de teatro para presentar El gallo de oro, un performance con referencias a la obra de arte total de Wagner, con formato de ópera de cámara, dirigido por Andrés Aguilar y Fernando Palomar. La pieza tiene como referente a la ópera de Rimski Korsakov y al cuento homónimo de Alexandr Pushkin, que a su vez se basa en uno de los Cuentos de la Alhambra, de Washington Irving.

El gallo de oro se aleja de las convenciones del teatro para acercarse a la tradición del performance. Los directores recuerdan que, según la Real Academia Española, la palabra performance significa un acto de arte que involucra al espectador y que tiene improvisación.

“Esas dos cosas las tenemos aquí perfectamente, por lo tanto es un performance”, comenta Palomar.

La obra comenzó en la penumbra, con el público de pie, mostrando a un rey viejo y cansado (Daniel Bukara) que pedía a sus súbditos consejo para afrontar las futuras guerras. La conclusión fue adquirir un gallo de oro de las manos de un mago (Ernesto Ramírez), el cual cantaría cuando el enemigo estuviera cerca. El gallo (Icari Gómez) cantó la guerra y el rey mandó a los ejércitos de su hijo mayor; volvió a cantar y mandó a su hijo menor. Finalmente, el mismo rey acudió con sus soldados para encontrar a sus hijos muertos enfrentados en batalla. Ahí el rey se enamoró de una sospechosa y hermosa reina (Patricia Aldrete) con la que regresó, tan sólo para encontrar traición, ya que el gallo y la reina tenían planeado matar al rey para quedarse con su poder.

La peculiaridad de El gallo de oro no radica tanto en la historia, sino en el montaje y la música que la acompaña. Las bancas y el escenario fueron sustituidos por una sala sin desniveles que adquirió una forma circular a partir de la delimitación espacial producida mediante gobelinos colgados del techo, que en su superficie contenían una serie de paisajes hechos a partir de una economía de líneas en fondo blanco sobre negro, y viceversa. Los siete tapices, de dos metros de alto por cuatro de largo, se diseñaron y tejieron en el Taller Mexicano de Gobelinos en Guadalajara, lugar donde se produjo el performance.

Cada una de las escenas se desarrollaba con la sala oscura, exceptuando el espacio frente al gobelino, que servía como escenario para la acción. Por otro lado, la música se convirtió en un elemento fundamental para incluir voces fuera de escena y un ritmo actual a la obra, con tres fuentes: la música original de Korsakov, la célebre Berçeuse para órgano del músico francés Louis Vierne y la canción Dodo del grupo del rock inglés Genesis.

Para los directores el montaje responde al hecho de que la pieza se presente en un museo. “Es una obra de arte; deja de ser una obra musical, teatral, donde las gradas y el escenario están encontrados. Aquí queríamos que la gente tuviera movimiento y que estuviéramos integrados junto con ellos”, explica Aguilar.