El tatuaje: un diario y un mapa, asegura Pablo Cerezo
El sociólogo español analiza en El cuerpo enunciado, qué significa esta práctica en la sociedad moderna, llena de incertidumbre

Frente al momento de incertidumbre y de profunda inestabilidad que vivimos, el tatuaje es al mismo tiempo un espacio de reflexión personal, un asidero, un refugio, un mapa, un divertimento y una celebración.
Ésta es una de las conclusiones a las que llega el sociólogo español Pablo Cerezo (1998), tras tres años de investigación sobre cómo el tatuaje explica nuestro tiempo y de realizar diversas entrevistas a tatuadores y tatuados, lo que dio vida a su libro El cuerpo enunciado (Siglo XXI).
El egresado de la Universidad Complutense afirma que, “en un momento histórico en el que todo se diluye, a través del cuerpo marcamos ciertas referencias que nos sirven como asideros. Yo soy esta persona, esto me gusta, esto me define, estos son los momentos más importantes en mi vida. Es una especie de diario, un espacio en el cual nos narramos”.
“La capacidad de independencia de los jóvenes está por los suelos, es difícil encontrar una casa, el trabajo es precario, la crisis climática; el futuro ya no es un escenario donde nos proyectemos, al menos no con certeza, por eso no lo pensamos. No tenemos mapas que nos orienten en este presente tan complicado”, comenta en entrevista.
Destaca que “el tatuaje era marginal hace 30 años y de repente se convirtió en algo normal. Ya no te sorprende ver a las personas tatuadas. Me pregunto cómo se ha producido esa transformación, por qué y qué nos dice de la sociedad actual. Me importa porque, en términos culturales, 30 años no son nada; pero es llamativo ver cambios tan profundos en un periodo tan corto”.
El también egresado de Relaciones Internacionales de la misma casa de estudios aclara que no le interesan los tatuajes per sé ni está especialmente tatuado. “Pero me gusta conocer la relación con la historia, con el tiempo, la memoria, con la vida y la sociedad a través de elementos relevantes; que pueden pasar desapercibidos y que, precisamente por eso, están cargados de sentido. Deseo entrar a esto por lo marginal”.
Explica que el libro está planteado en cinco capítulos. “En el primero, arremeto con un tópico que está muy extendido, que tiene que ver con el tatuaje y el narcisismo. Se dice que el tatuaje viene a ser el culmen de la sociedad narcisista en la que vivimos. Cuestiono la idea de que, sobre todos los jóvenes, estamos obsesionados con nosotros mismos”.
Dice que las respuestas de sus entrevistados echan abajo esa percepción. “Me dicen que el tatuaje los conecta con sus amigos, se lo hacen como un recuerdo de la muerte de su abuelo o se graban las huellas de su mascota. Que el tatuaje es narcisista choca con la idea de que nos vincula.
“Trato de dar una vuelta al concepto de Narciso a través de pensadores. Propongo que no es que Narciso se enamore de sí y caiga al lago al verse, sino que al verse tanto tiempo toma consciencia de su mirada”, añade.
Quien codirige desde hace tres años la librería Pérgamo en Madrid señala que en el segundo capítulo entrega una breve historia del tatuaje. “La parte más política es que solemos arrinconarlo en una isla del Pacífico y, en el fondo, está muy extendido en todo el mundo.
“Uno de los restos más antiguos viene de los Alpes, entre Italia y Austria, de la momia Ötzi, de unos 5 mil años de antigüedad. Estaba tatuada. Tenemos documentos de Cristóbal Colón y los marineros de la época hablando sobre tribus que se tatuaban en la América precolombina. Lo mismo en Asia.
“Es decir, si hablamos de una naturaleza del ser humano es la tatuada, porque hay comunidades que no tenían contacto entre sí y se pintaban”, dice.
“Se tatuaban los cuerpos para marcar su estatus o al finalizar un ritual. Los griegos, que pensaban que sólo los bárbaros se tatuaban, lo usaron de manera punitiva: marcaron a los presos, a las prostitutas, a los ladrones. El cuerpo también ha sido una vía para expresar la disidencia política”, prosigue.
Cerezo, quien luce un pequeño tatuaje de una ballena, concluye que se ha normalizado tanto esta práctica en nuestros días que, ahora, los no tatuados son los nuevos tatuados. “Hay un juego entre lo simbólico, lo conceptual y lo estético. El reto es que este espacio para pensar la identidad no se convierta en un producto comercial”.
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