Bernardo Esquinca explora los ángulos de la depredación

El narrador mexicano critica, en la antología de 12 relatos Rey Lepra, el sistema que vivimos como individuos y sociedad; admite que es su libro más personal

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Imágenes: Cortesía Editorial Almadía.

Una sociedad sibarita que consume carne humana, un hombre que enfrenta un brote psicótico en pleno aeropuerto, extranjeros que acuden al Parque Nacional Kruger (Sudáfrica) y apuestan por la caza furtiva o una casa afantasmada en el Desierto de los Leones habitada por infrahumanos y descarnados, son algunas de las imágenes que habitan Rey Lepra (Almadía), de Bernardo Esquinca (1972), antología de 12 relatos que transpiran realismo sobrenatural.

La mayoría de los personajes que acompañan a Bernardo, protagonista en la antología, cumplen la función de ser un espejo de las preocupaciones del narrador. Y, además, algo que salió de manera natural es una especie de crítica a este sistema predatorio que vivimos, tanto como individuos como sociedad”, explica Esquinca en entrevista con Excélsior.

Y añade: “Estamos depredando todo el tiempo, pero también somos depredados; y no sólo me refiero a la comida y a los animales, sino a los cuerpos, y a este capitalismo insostenible en el que vivimos, y en el que el individuo está sometido. Es algo que se fue de manera orgánica, sin que me propusiera hacer una crítica puntual; pero muchos de los personajes cumplen esta función”.

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Bernardo Esquinca, escritor.

Esquinca reflexiona sobre el proceso creativo en Rey Lepra

El autor de Los niños de paja, Demonia y la saga Casasola dice que la escritura de Rey Lepra fue un proceso distinto al de escribir una novela, ya que éste duró siete años. “Cuando escribo una novela puedo llevarme un año y estar todos los días hasta que la acabo; pero con los cuentos es un proceso más reposado”, lo que propició que en este volumen existan distintos registros.

Acepta que no en todos los cuentos aparece su nombre. “Es un libro que podría ser lo más cercano a la autoficción, pero atravesado por lo sobrenatural y lo extraño. Miré mucho hacia atrás, a mis experiencias de infancia y adolescencia, pues incluye vivencias en las que repaso mis traumas y mis experiencias de vida; aunque mi proceso en los cuentos no es tan autoconsciente”, dice.

Este volumen podría definirse como el más personal que Esquinca ha escrito. “Por ejemplo, lo que aquí se cuenta que ocurrió en la calle de Ayuntamiento es absolutamente real. Yo llegué a ese edificio, donde ocurrió un feminicidio meses atrás, que fue algo que me obsesionó, y que me puso en un estado de ánimo muy peculiar”.

La depredación humana y sus múltiples ángulos en la ficción

¿Esta antología explora los múltiples ángulos de la depredación?, se le pregunta. “Sí, por ejemplo, en el cuento Luisa y la tormenta, el protagonista está depredando el cuerpo de esta acompañante, quien después desaparece (de una forma misteriosa). De la misma manera que los turistas gringos que están en el Parque Kruger, en un tour, afirman que aman a los animales, pero a los 10 minutos están comiendo carne de avestruz.

O con la sociedad sibarita que inventé para el relato Última cena en la tundra, es gente que vive la cocina gourmet de un modo extremo e incluye el consumo de carne humana. Hablamos de las obsesiones que llevamos al extremo; pero el hilo conductor es la manera en que depredamos y somos depredados, y de cómo la literatura nos puede permitir una reflexión, en lo individual, para salir de este sistema del que somos cómplices y víctimas”, expone.

La base de la mayoría de estos cuentos es la realidad, a partir de los relatos que le transmitieron familiares y amigos, como J.M. Servín, su primo Claudio o su amigo Milton.

El reto fue tomar estas anécdotas tan personales y pasarlas por el tamiz de la ficción y lo sobrenatural. Algunos se prestaban más a ser literalmente realistas, entre comillas, y otros, a partir de esas anécdotas reales, transformarlos en otra cosa”, afirma.

Esquinca habla de la salud del cuento en América Latina. “Es un momento interesante para la literatura latinoamericana y, particularmente, para este tipo de ficción. Hay una enorme tradición en América Latina del cuento y del cuento fantástico y, este momento, no es la excepción. Ahí tenemos a Mariana Enríquez, Mónica Ojeda, Liliana Colanzi y Liliana Blum. No sólo es un buen momento para escritores, sino para la industria, que está abriéndose a publicar cuento, que siempre ha sido el patito feo de los géneros”.

*mcam