Santiago Ormeño, hecho en México

El padre del ahora delantero de las Chivas considera que las cosas se han vuelto extremistas, en tanto que en el Rebaño Sagrado no se tiene claro el decreto nacionalista que rige al equipo

Santiago Ormeño
Foto: Twitter @santorme

CIUDAD DE MÉXICO.

El affaire de Santiago Ormeño en las Chivas se ha vuelto un saco de nervios para la institución. Regido bajo sus propios dogmas, el Guadalajara, el club por antonomasia más mexicano, se ha puesto el pie a sí mismo.

Jorge Vergara, quien compró al conjunto rojiblanco en 2002, creía que los naturalizados afectaban el desarrollo de jugadores mexicanos y, diez años después, determinó una autorrestricción para que exclusivamente pudieran participar en el Rebaño Sagrado  jugadores que eligieran jugar con el Tricolor y no con otro equipo nacional.

Santiago Ormeño tomó la decisión de anotarse con el combinado de Perú el año pasado, y con ello falla ahora el decreto en el interior de las Chivas.

Walter Ormeño, padre del futbolista, piensa que las cosas se exageran.

Santiago es el que menos culpa tiene, creo que la afición de Chivas es extremista y hace todo este escándalo. Cuando empiece a funcionar, las cosas serán diferentes, desde luego es mexicano”.

Y es verdad. Santiago Ormeño nació en Ciudad de México, en febrero de 1994. Se arrimó a las inferiores del América porque su abuelo, Walter Ormeño, fue portero en ese equipo.

Incluso un tiempo probó suerte en las Chivas, que lo dejaron ir, y con los Pumas. En su desesperación, fue a Perú, con el Garcilaso, con quienes debutó realmente en Primera División. Su vida cambió cuando regresó al Puebla y, en medio de la pandemia de covid-19, resaltó en los torneos de videojuegos que hizo la liga para suplir los partidos suspendidos.

El problema para las Chivas es que despiertan de golpe. Inundados en sus constantes problemas de plantel y gol, se enredan en nacionalismos sin cortapisas y la crítica se desvive por devanar a Ormeño, cuando no ha jugado un solo partido.

Lo importante es que Santiago tenga la cabeza concentrada en lo que hará”, remata su papá Walter Ormeño. “Quieren que haga goles en Chivas y él desea triunfar con ellos. Después de verlo ya se decidirá si lo logró o no. El problema es que la gente se adelanta sin dar siquiera el beneficio de la duda”.

Lo que más le duele al padre de Ormeño es el desdén con su hijo, envuelto en un torbellino de emociones cuando deseaba jugar por México.

Martino nunca le habló ni para un amistoso. Hizo 18 goles. Quería trascender y por eso eligió a Perú. A mí me dolió mucho, porque se formó en América y Pumas y siempre hubo resquemor por él y su doble nacionalidad”.

UN NACIONALISMO NEBULOSO

Cuesta entender el nacionalismo extremo de Chivas. ¿De dónde surge? Nadie lo tiene claro. Sólo se entiende a este equipo, visceral en su sentido de enlistar mexicanos, como un acto de patriotismo y fe que le gusta a la gente.

En Guadalajara vivía un hombre que había nacido en Bélgica, Edgar Evaraert. Miraba con ojos vacíos la ciudad, un pueblo agrandado por las cúpulas de las hermosas iglesias y los paisajes variopintos de árboles.

Había llegado a trabajar como gerente de la tienda Fabricas de Francia, una departamental instaurada para la colonia de extranjeros.

Ahí formó una totémica amistad con el francés Calixte Gas, entre otras cosas porque a ambos les gustaba el futbol.

Así que Everaert, con el rostro afilado como una hoja de afeitar, entendió al ver a los empleados mexicanos con ropas desastradas que necesitaba motivarlos de alguna manera. En secreto, en unos baldíos tras la tienda, organizaba los juegos con ellos.

Comprendió que la inercia por jugar era un caballo encabritado. Entonces contra toda teoría, organizó una reunión para crear un equipo al que puso por nombre Unión, por aquello de que estaba constituido por extranjeros y nacionales.

Pero unos años después, Evaraert se retrajo en sus planes. Abandonó no sólo al equipo, sino al país y le cedió la batuta a Rafael Orozco, que era el entrenador.

Entre limitaciones y contra tiempos bautizaron al equipo como Guadalajara, en 1906, y entonces sí, por llevar la fiesta en paz, decidieron adoptar los colores de la bandera de Francia.

Es así como nace un equipo primaveral que será ganador en la zona occidental de México, destrozador de la moral de varios equipos regionales.

Viendo que le quedaba chico su campo de batalla, decidieron dar el salto a la liga profesional creada por la Federación Mexicana de Futbol, en 1943.

Notando que enfrentarían a los temibles equipos españoles y que la encarnizada lucha del criollaje estaba en marcha, un directivo, Ignacio López, levantó el dedo y lanzó un decreto una vez que salió de firmar el certificado de afiliación en el Campo Marte: “Nunca más las Chivas jugarán con extranjeros”.

 No hubo un reglamento, ni tampoco un escrito perentorio, que se haya enmarcado en la sala del club como cruz de nacimiento, simplemente una voz de trueno que dictó la tradición y la leyenda, porque el Guadalajara creció en el seno del extranjerismo, pero viviría sólo de piernas mexicanas.

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