Entre Bethoven y una medalla olímpica en México '68'

Maritere Ramírez pudo ser una precoz concertista de piano. Cambió su sueño por el de colgarse una medalla en nado, lo que logró a sus 14 años en el legendario México 68

Foto: Héctor López
Foto: Héctor López

CIUDAD DE MÉXICO.

Es el año 1961. En la sala Chopin se encuentra una niña de siete años frente al piano. De los movimientos de sus manos se escucha la Sonata número 14 de Beethoven (Claro de Luna). Orgullosos, Urbano y Consuelo, los papás de Maritere, creen que la niña será una gran concertista. Lo pensaron desde que la precoz pianista se acercó a la vieja pianola a los cinco años y comenzó a recargar sus pequeños dedos sobre aquel teclado.

Su primer concierto presagiaba algo interesante, según la maestra de música, Esperanza de los Monteros, mujer de cierta edad y fuerte carácter. Sólo que el destino de Maritere se movió cuando la chiquilla de la Narvarte se asomó a una alberca, junto a sus cuatro hermanos, y comenzó a soñar con ser una sirena que ganaba una medalla olímpica.

Al mirar que Maritere Ramírez perdía cierto interés en los ensayos, la maestra Esperanza le dio un ultimátum a la niña concertista: “Elige: el piano o nadar”.

Son los Juegos de México 68. Maritere Ramírez sigue siendo una niña precoz, pues a sus 14 años se dirige a la competencia de 400 metros libres en natación, pero ha tomado el camión equivocado.

Salí de la Villa Olímpica y el entrenador Ronald Johnson me dijo que el grupo de nado tomaría el autobús para los atletas que decía Alberca Olímpica. Me subí a uno con esa dirección, pero no vi ni al entrenador ni a los chicos. Había tomado uno con muchas paradas, miraba que pasaba el tiempo y seguíamos recorriendo la ciudad. Me puse a llorar y así llegué a la alberca. Johnson me miró y me comentó que ya me tocaba competir. Llorando, me fui a cambiar y salí a la alberca. Así, sin calentar. Fui sexta”.

A Maritere le crecieron las piernas hasta hacerla una chiquilla de 1.70 metros de estatura y la suficiente velocidad para meterse a una competencia olímpica, donde mandaban las gringuitas y algunas europeas. Apenas tenía 14 años, la mitad de Pilar Roldán, la esgrimista de plata que había estudiado en el mismo Instituto Miguel Ángel de monjas. Maritere iba en segundo de secundaria, pero no tenía tiempo para las muñecas.

Estaba acostumbrada a ganarle hasta a los niños, sólo que ahora estaba frente a la campeona mundial Debbie Meyer, una güerita de Estados Unidos con 16 años y nadie por encima de ella. Ahí estaba también Pamela Kruse, su paisana y la australiana Karen Moras, quien se llevó el bronce el día que Maritere tomó el autobús equivocado.

Las sirenas mencionadas, serían las protagonistas de la final en los 800 metros libres que se celebraron en la Alberca Olímpica el 24 de octubre del 68. “¡Fue hace 50 años!”, comenta Maritere Ramírez, quien a los 64 años regresa una y otra vez al lugar de los hechos.

Señala el carril número tres. “Yo estaba ahí (ahora sí llegó temprano). A mi derecha estaba Kruse, Karen en el cuatro y Debbie en el cinco. Imposible competirles a Debbie y Kruse, pero sabía que ante la australiana Karen Moras estaba la pelea por el bronce”.

Mientras Maritere platica lo ocurrido, uno voltea a la alberca y se imagina paso a paso. “Apenas sonó el disparo y las estadunidenses se adelantaron, yo sabía que mientras mirara la patada de Moras estaría en la pelea. Mi fuerte era en los segundos 400, por lo que seguía de cerca a Moras. Felipe (Muñoz) ya había ganado su medalla y la gente estaba muy entusiasmada y escandalosa. En los segundos 400 comencé a darle alcance a Moras y el escándalo creció, lo que me indicaba que estaba en la pelea por el bronce. En los últimos metros ya no respiré, me dolía el estómago por el esfuerzo, pero los gritos en las tribunas eran un buen presagio. Así toqué la pared”.

Pasaron minutos de angustia, pues en el tablero gigante aparecieron los nombres de Debbie Meyer y Pamela Kruse, de Estados Unidos, en primer y segundo lugar. Sus tiempos marcaban 9:24.00 minutos y 9:25.7, respectivamente. “Karen y yo volteábamos a todos lados, Debbie me señaló y algunos jueces hicieron lo mismo, pero en el tablero no aparecía nada. ¿Quién toco primero? ¿Se esfumaba mi sueño? ¿Valió la pena dejar el piano?”, pensaba la niña de 14 años y pelo corto.

El coach Ronald Johnson decía que los mexicanos éramos escandalosos. Qué razón tuvo aquella noche, cuando por fin apareció en el tercer sitio el nombre de Maritere Ramírez, de México, con tiempo de 9:38.5. La australiana Moras aparecía con 9:38.6. Aquel bronce convertiría a Maritere Ramírez en la medallista olímpica más joven en la historia de México.

A la distancia, Maritere Ramírez sigue recordando muchas cosas. Como su pasatiempo de cambiar escuditos con atletas de todo el mundo en la Villa Olímpica, mirar de cerca a la gimnasta soviética Natalia Kuchinskaya y reír cuando los atletas varones se asomaban por las noches a la alberca de entrenamiento en la Villa Olímpica, para observar de cerca a la nadadora francesa Kiki Caron. A sus 20 años, la campeona de París gustaba asolearse en topless.

¿Del movimiento del 68? Yo era muy chica, además nos tenían aislados en la Villa Olímpica. Ronald Johnson nos repetía: no vean la televisión. Tampoco los periódicos”.

Quizá por ser una niña, pero Maritere confiesa que el presidente Gustavo Díaz Ordaz no le regaló una casa, como a los demás medallistas mexicanos. “Sí recibí un Rolex, pero me lo robaron”.

También recuerda que fue a competir, ya con 18 años de edad y en la prepa, a los Juegos de Múnich 72. “La ciencia de los europeos nos rebasó, pues yo bajé 13 segundos a mi tiempo, a base de doble entrenamiento, pero quedé muy lejos del podio. Un día me metí a los vestidores y escuché voces de hombres. Pensé que me había equivocado de regaderas, pero no. ¡Eran las alemanas! Unas caras bonitas, con demasiados músculos en el cuerpo, la voz varonil y hasta la manzana de adán. Así no podías competir”.

Rememora la noche que aparecieron soldados y cuidadoras en las habitaciones de los atletas, pues corría el rumor en la Villa Olímpica que habían golpeado a unos competidores. Más tarde se sabría la realidad de la Masacre de Múnich, en la que 11 atletas de la delegación israelí perdieron la vida en manos del comando terrorista llamado Septiembre Negro.

Maritere sigue escuchando música clásica, pero ya no la interpreta. Pudo ser una gran concertista, pero dice que “valió la pena dejar el piano”, pues vio su “sueño olímpico cumplido”. Y se queda sentada, junto a la Alberca Olímpica. Las entrevistas se multiplican y la otrora niña prodigio vuelve a platicar su historia. La que comienza con un Claro de Luna.

 

AMU

 

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