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Trabajar como periodista de sexo me enseñó a decir 'no'

La escritora y locutora Alix Fox pensaba que tenía que aceptar cualquier cosa para ser buena en su trabajo, ​hasta que aprendió a dejar claros sus límites sexuales

Vice | 27-09-2018
Trabajar como periodista de sexo me enseñó a decir 'no'

CIUDAD DE MÉXICO.

Artículo publicado originalmente por Broadly Estados Unidos.

Siempre quise trabajar en el periodismo, y después de graduarme de la universidad me ofrecieron un trabajo de principiante en Londres. No alcanzaba para pagar casi nada y Londres es una ciudad cara para vivir, así que terminaba asistiendo a todo tipo de eventos si habían canapés gratis que pudiera comer.

En uno de esos eventos conocí a una chica que me ofreció un trabajo de medio tiempo promocionando una marca de sambuca. La marca quería ser asociada al mundo de los fetiches, así que le pagaban a mujeres para que dieran shots en eventos de BDSM. Me pagaron con unos cuantos cientos de dólares, una falda de caucho, y una botella de sambuca.

 

Empecé a pasar el tiempo en la escena fetichista y a hacer amigos en ese círculo. En una de esas fiestas, un fotógrafo me tomó una foto para una publicación especializada en estilos de vida alternativos llamada Bizarre. Después de que la revista me contactó para confirmar mi nombre para el pie de foto, empecé a proponerles historias. Esa fotografía cambió mi vida. Me encargaron escribir para ellos, y luego siguieron encargándome. Como resultado, me sumergí completamente en este mundo de cultura alternativa, y escribía sobre cualquier cosa desde el fetiche por el vómito de alguien, hasta sobre una mujer que se ganaba la vida echándose pedos por orden de sus clientes. Pasaba tiempo con todos estos subgrupos de la humanidad, y las vidas sexuales de diferentes personas empezaron a fascinarme.

La primera vez que hice algo sexual en mi trabajo como periodista, fue cuando me asignaron de Bizarre a ir a un club nudista. Nunca había estado realmente en uno —era bastante ingenua sexualmente cuando comencé a trabajar ahí— y lo probé. La bailarina excretaba sexualidad como si fuera savia, y yo estaba un poco incómoda. Hay una fotografía excelente que tomaron el día que fui en la que me veo como si no estuviera realmente segura de cómo manejar la situación. Llamé a mi madre, quien tiene una mente bastante abierta, y ella dijo, "mientras tú te sientas bien con esto, yo me siento bien con esto".

Durante mi tiempo en Bizarre, reporté todo tipo de historias. Fui a un club sexual a las 6AM y vi cómo un hombre se ponía de rodillas sobre una banca con nalgadas y le insertaban un gnomo de jardín grande en el ano. Fui a una fiesta de swingers en una mansión en el campo en la que un montón de llamas que estaban afuera rebuznaban al tiempo con los gemidos orgásmicos. Vi a alguien insertar una serie de perlas de silicona bajo la piel de su pene; de forma permanente. Probablemente la historia más extrema en la que trabajé fue cuando un maestro shibari [una práctica ancestral japonesa que implica atar nudos elaborados y ornamentados] me ató al fondo de una piscina. Pero como llevaba mucho tiempo trabajando en Bizarre y conocía bien al equipo, me sentía a salvo y cómoda para intentar cosas.

Alix en su traje de sirena antes de ser atada en la piscina por el maestro shibari. Foto por Matt Writtle.

Cuando 50 Shades of Grey pasó, muchas de las cosas del nicho que había estado investigando de repente se volvieron mainstream. Pasé de ser una reportera especializada en una publicación muy pequeña a ser encomendada por grandes periódicos y shows de TV. Era increíblemente emocionante para mí ser contactada por todos estos nuevos medios. Pero mientras mi plataforma y audiencia potencial crecía, empezaba a sentir más presión para entregar historias exclusivas y para intentar por mí misma cosas cada vez más retadoras personalmente. Como no tenía una relación cercana con los nuevos editores como la tenía con los de Bizarre, ellos tenían diferentes expectativas de lo que era seguro para que yo hiciera, y lo que realmente era mi trabajo hacer. A veces los editores decían, "Nos alegra mucho trabajar contigo porque sabemos que irás más lejos que nadie". Era halagador, pero también era una gran presión, e incluso a veces coercitivo.

Me enviaron en una tarea de investigar una práctica llamada meditación orgásmica. La meditación orgásmica implica básicamente a una mujer acostada en el suelo, mientras alguien acaricia su clítoris durante 15 minutos. La idea era que se enfocara en el placer femenino: se trata del viaje, sin necesariamente llegar al destino del clímax. Fui a la clase, y todos ahí ya se conocían entre ellos o habían llevado a alguien para emparejarse.

En la mañana tuvimos una lección acerca de la práctica, y una demostración con un hombre y una mujer que daban el curso. La mujer estaba jadeando y convulsionando; se veía como si estuviera viviendo el mejor momento de su vida. Los instructores insinuaron fuertemente —aunque no lo dijeron de forma explícita— que si no estábamos listos para intentar la meditación orgásmica esa tarde, era porque no estábamos lo suficientemente iluminados, y teníamos que ir a casa y trabajar en nuestra espiritualidad.

 

Cuando llegó el momento en que intentaríamos la meditación orgásmica, fui emparejada con el único chico en la habitación con el que previamente me había sentido incómoda. De verdad no quería hacer la práctica con este tipo, así que me acerqué a uno de los organizadores y le pregunté si podía hacerla con un instructor, pero dijeron que estaba en contra de su política. Como sentí que era mi deber como periodista, decidí seguir con ello. Estaba acostada ahí, en el piso, completamente expuesta, y él cubrió su dedo de lubricante y empezó a frotarme con su mano en una posición especial que nos habían enseñado.

Pasé una noche en un hotel fetichista para una nota. Foto por Matt Writtle.

Intenté quedarme en mi cabeza y enfocarme en las sensaciones corporales, y no en quien las estaba causando. Era extraño y no me causaba placer sexual. Después, mientras me vestía, la atmósfera se tornó mucho más oscura. El chico me dijo, "tú no me conoces, soy tan solo un extraño. Podría entrar a internet y contarle a todos cómo se ven tus genitales, y eres una periodista, así que sería realmente fácil descubrir quién eres".

Tuve escalofríos hasta los huesos, y le dije que estaba siendo inapropiado y aterrador. Él dijo que estaba bromeando, pero yo no podía distinguir si estaba intentando intimidarme, o chantajearme. Me sentí aterrada, asqueada, enferma, y utilizada. Mi estómago cayó más allá del suelo. Quería ir a casa y enterrarme. Después de que terminó la clase, él me pidió el número y cuando dije que no, hizo amenazas vagas hacia mí y sugirió que era una mala jugada porque habíamos hecho cosas íntimas. Regresé a mi apartamento y lloré en la bañera. Sentía que se habían aprovechado de mí.

Al día siguiente, tenía que escribir el artículo. Estuve recibiendo correos de mi editor preguntando por el copy mientras la entrega límite se acercaba. Intenté expresar que había sido una pieza difícil de escribir, y que la experiencia había sido amenazante y traumática, y el editor fue compasivo, pero también sentía que su compasión se reducía por su urgencia de mandar a imprimir la revista. Ahora estoy en una posición más privilegiada, no tengo que aceptar cada salida de trabajo, y no aceptaré trabajos con un tiempo de entrega tan limitado, ya que a veces uno necesita darse un tiempo para respirar si algo pasa. Cuando la pieza fue publicada, fue cortada a tan solo 250 palabras. El haber pasado por todo eso para solo un párrafo en una revista brillante, me hizo sentir que había dado mucho de mí misma para obtener muy poco.

Esa pieza fue un punto de quiebre en la forma en que me acerco a mi trabajo, con el objetivo de cuidar de mí misma. Aprendí que, aunque soy ambiciosa, si no me cuido yo misma, me voy a consumir. Uno no puede hacer un buen trabajo a menos de que esté en un buen estado mental. Si voy a tener algún tipo de longevidad en los medios, necesito descubrir dónde están mis límites. Ahora, cuando me acerco a una historia, dejo claro a los editores que yo soy la prioridad, no la historia. Antes, era muy complaciente con las personas y decía que sí a todo. Pero decir "no" puede ayudarte a crecer durante mucho tiempo. Encontré un lugar muy dulce entre ser diva y ser permisiva.

 

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Puedes leer la nota completa en Imagen intermedia

*Este contenido es publicado con autorización de Vice México.

 

 

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