Para Miguel Limón, discreto caballero
de grandes batallas
Del escuchar procede la sabiduría,
y del hablar el arrepentimiento.
Séneca
Burla a la burguesía española de finales del XIX; un excedente de cosecha de uva asociado con la buena suerte. El origen no es claro. Pero la tradición se ha extendido: los 12 propósitos del año. Millones lo practican y puede ser un buen momento para la introspección personal y para socializar un problema. Hay deseos personales que pueden convertirse en propósitos ciudadanos. Propongo uno que, creo, nos beneficiaría como personas y como sociedad.
André Maurois, ese gran novelista y pensador francés, miembro de la Academia, escribió en 1939 un libro bellísimo, caído en el olvido. El título pareciera pretencioso y, a la vez, cruzado por la ingenuidad: Un arte de vivir. Su nombre original era Émile Salomon Wilhelm Herzog. La segunda Guerra Mundial, daba inicio. Vio venir el horror. Retomó a Pascal: “bien pensar” como responsabilidad para salvar a las civilizaciones. Hacerlo supone reconocer prejuicios, errores, los alcances de la ciencia, pero no buscar recetas. La esencia: saber escuchar.
José Elías Romero Apis nos lo recordó en estas páginas. Por muy diferentes motivos, las nuevas tecnologías juegan un papel preponderante –ver Batalla por la atención de Mario Campos–, el resultado es que las interrupciones son ya la mecánica preponderante de lo que debiera ser una conversación. Resultado: “mesas gallinero” (ver Registro, Alfaguara, 2020). Todos hablan, nadie escucha, no hay conversación. Ocurre a nivel personal, pero también social. Comenté con Pepe, hemos llegado al extremo de la autointerrupción, la expresión barroca de no terminar nada, ni siquiera nuestro propio pensamiento. Pensar requiere tiempo, ello reclama primero escuchar, ponderar, informarse. Si no tenemos qué aportar es mejor el silencio. Pero sólo con el “bien pensar” se puede llegar a la mejor formulación posible.
Con mucha frecuencia los debates radiofónicos o televisivos son inentendibles. A muchos de los conductores que tratan de mantener una línea argumental (Pascal Beltrán del Río, López Dóriga, Loret, la gran Adriana Pérez Cañedo, Leonardo Curzio, Pepe Cárdenas, Gabriela Warkentin, Paco Zea, Azucena Uresti, Ciro Gómez Leyva y muchos otros), que convocan a debates entre el oficialismo y la oposición, se les imponen los naufragios de la descalificación, la reiteración de las mentiras. Las infinitas interrupciones cancelan cualquier avance en el razonamiento. Los debates legislativos ya también son “asambleas gallinero”. Justo ahí donde se decide el futuro de nuestro país. Las múltiples marchas de todo tipo –productores agrícolas, transportistas, madres buscadoras, trabajadores del sistema de salud, del judicial, de maestros y un sinfín más– son muestra de que no se escucha.
La respuesta del oficialismo ya es cansina: los obscuros intereses de los enemigos, los traidores, los vendepatrias, etcétera. Antes de escuchar ya se tiene el denuesto del diccionario oficialista. Se olvida que las mejores decisiones se toman entre muchos. La pluralidad en las Cámaras, no es sólo un asunto de justicia electoral, es también de calidad argumentativa. Más mentes con perspectivas distintas piensan mejor. Decisiones centrales para México, han sido tomadas con una prisa ofensiva para los legisladores. Una burla: no tuvieron tiempo de leer los proyectos. En un ambiente exacerbado intencionalmente, el elemento esencial del razonamiento, saber escuchar, languidece.
Exponer todas las mañanas a la Presidenta, por varias horas, a recibir cuestionamientos muy diversos, a los cuales con frecuencia no tiene respuesta y debería tenerla, no es escuchar. De hecho, provoca desconfianza, los números no cuadran. Aumentan las clases medias –de las que tanto desconfiaban–, pero las carencias se disparan (¿?).
Miguel Limón sabe escuchar. Que una de las uvas sea un propósito individual y colectivo, rescatemos el arte de escuchar.
