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Falsa rendición de cuentas

Federico Döring

Federico Döring

Concluido el bombardeo de spots de Andrés Manuel López Obrador, ha iniciado el de Claudia Sheinbaum con motivo de su Tercer Informe de Gobierno, el cual se realizará de forma presencial el viernes 17 de septiembre, en la sede del Congreso de la Ciudad de México, en el recinto de Donceles.

Sheinbaum regresa al Congreso luego de dos años de ausencia, pues en 2020 simplemente incumplió con la obligación constitucional de presentarse a comparecer ante el Poder Legislativo, utilizando como pretexto la pandemia.

En efecto, se trató de un pretexto porque, por un lado, aquel acuerdo de la Junta de Coordinación Política (Jucopo) obligó a estar presencialmente a más de la tercera parte de las diputadas y diputados (incluidos los integrantes de la Jucopo y de la Mesa Directiva), pero no obligó a Sheinbaum a estar ahí, en la sede de uno de los tres Poderes de la ciudad.

La jefa de Gobierno sólo se conectó vía remota desde su oficina, en donde la acompañaba por lo menos medio centenar de “invitados especiales”, de modo que, aquel día, Sheinbaum dio su informe teniendo contacto físico con más personas que si hubiera ido al Congreso, como le obliga la Constitución. Como lo dije, la pandemia fue sólo un pretexto.

A la jefa de Gobierno le incomoda bastante estar frente a la máxima tribuna de la CDMX para rendir cuentas. Eso explica por qué para este año sólo quiere permanecer en el Congreso una hora con cinco minutos. El proyecto, de acuerdo de la Jucopo, para la comparecencia —el cual será aprobado mañana— establece que sólo hablará un representante de cada uno de los ocho grupos y asociaciones parlamentarias y sólo tendrán cinco minutos para sus posicionamientos. Después, Sheinbaum hablará de su trabajo en tan sólo 20 minutos y, finalmente, el presidente del Congreso emitirá un mensaje de cinco minutos de cierre.

En una sesión de 65 minutos, Sheinbaum y Morena pretenden rendir cuentas de todo un año de pandemia, crisis económica, accidentes fatales en el Metro, violencia y criminalidad, entre otros malestares.

Qué lejos se encuentra la “Ciudad de vanguardia” de aquellos ejercicios de rendición de cuentas que se realizaban en la época de los regentes priistas. En septiembre de 1997, por ejemplo, ya con una Asamblea Legislativa con mayoría de diputados de izquierda, el último regente, Óscar Espinosa Villarreal, primero rindió su informe frente a los diputados, luego escuchó por 20 minutos a cada diputado de los grupos parlamentarios, después hubo una primera ronda de preguntas de los diputados, a quienes dio respuesta uno por uno, para después escuchar una segunda ronda de preguntas, también contestando a cada una.

Durante el mandato del entonces jefe de Gobierno, López Obrador, hubo un retroceso en el diálogo entre el Ejecutivo y el Legislativo, pues sólo se aceptó un formato con una ronda de preguntas de los grupos parlamentarios, con intervenciones sólo de tres minutos. Marcelo Ebrard sí permitió un mayor diálogo, con tres intervenciones de cada uno de los grupos parlamentarios —un posicionamiento y dos réplicas—. Pero fue a partir de Miguel Ángel Mancera que no hubo más diálogo, sino dos monólogos: los grupos parlamentarios emiten sus mensajes, el jefe de Gobierno emite el suyo, ¡y ya! No hubo más. Así que, en su forma de hacer política, Claudia Sheinbaum está más cerca de su antecesor (Mancera) que de su líder (López Obrador), y está muy lejos de la capacidad de diálogo con los otros partidos que en su momento mostró Ebrard. Debería considerarlo, si es que aspira a ser una corcholata mejor evaluada por el destapador.

No es un buen mensaje para la ciudadanía que el grupo en el poder en la CDMX anule cada vez más el ejercicio de diálogo y de rendición de cuentas que significa la comparecencia anual de la jefa de Gobierno ante el Congreso. No es una sesión solemne más, sino la oportunidad de demostrar el talante democrático de quien aspira a la Presidencia. Y las diputadas y diputados de Morena no deberían solapar esta anulación al diálogo; sino que deberían fomentarlo. No hacerlo es aceptar que en su partido se sienten más cómodos frente a los ejercicios autoritarios que frente a los democráticos.

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