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El cuento chino del Metro de Corcholandia

Federico Döring

Federico Döring

 

Aprender de la experiencia para no repetir los errores del pasado suena al más lógico proceso de aprendizaje humano. Desafortunadamente, esta regla no aplica para el Gobierno de la Ciudad de México, y mucho menos para su titular, Claudia Sheinbaum.

La Línea 12 del Metro ya demostró ser un fracaso de la ingeniería, tanto por su construcción como por su mantenimiento. Es una estructura endeble que en condiciones de uso normal se desgastó al nivel del colapso, pero, luego del sismo del pasado 19 de septiembre, cobra la más alta relevancia una nueva revisión a la también llamada Línea Dorada.

Después del sismo de magnitud 7.7, al menos 76 escuelas y 21 inmuebles sufrieron algún tipo de daño estructural, lo que ameritará la revisión de cada uno para descartar una tragedia mayor, de acuerdo con la propia mandataria capitalina.

Pese a estos daños, se descartó una revisión adicional a la Línea 12 –hoy en reconstrucción— pues consideran que el movimiento telúrico no fue lo suficientemente poderoso como para dañar la estructura, que, insisto, en condiciones normales ya de por sí se está desmoronando.

Las condiciones con las que opera el Metro de la CDMX, no sólo la Línea 12, son lamentables. Se encuentra en pésimas condiciones, sin mantenimiento continuo y ello se refleja en la cantidad de incidentes que se presentan diariamente. Recordemos la muerte de un trabajador hace poco más de un mes y apenas esta semana otro incidente en donde vagones del Metro chocaron con la pared.

Ante estas alertas, la primera reacción de la jefa de Gobierno es minimizar los hechos, o incluso se ha buscado ocultarlos deliberadamente.

Es evidente que tienen un problema en sus manos que no tienen la más remota idea de cómo resolver y es claro que no lo va reconocer. Esta circunstancia desnuda la razón de por qué no abren una revisión de la L12 y de todo el sistema Metro después del fuerte sismo y de sus varias repicas de magnitudes considerables. Estamos frente a un caso típico de ceguera de gobierno provocada por ambición política desmedida.

Hace casi tres meses, el diputado Héctor Barrera y su servidor solicitamos al director del Metro, Guillermo Calderón, información sobre el estado del sistema de transporte público, así como su Programa Interno de Protección Civil, para entender cómo se tratan las emergencias que se registran dentro; también pedimos una reunión para plasmar nuestras inquietudes, y sobre las dos peticiones sólo recibimos silencio.

Supongo que no debería de sorprendernos. Tratar de entablar diálogo con el gobierno de la CDMX, específicamente con esta administración, es lo mismo que hablarle a la pared. Creen que se trata de un desaire a la oposición cuando en realidad el maltrato es a los usuarios.

Me queda claro que no quieren que la información sea pública y no les conviene que nadie ande por ahí preguntando sobre las condiciones físicas y mecánicas que tienen los trenes del Metro.

Sin embargo, el Metro es el principal medio de transporte de la ciudad. Por él se mueven poco más de 4.6 millones de personas al día, quienes tienen todo el derecho de saber las condiciones de riesgo en las que se encuentra un sistema viejo y obsoleto, sin mantenimiento real de fondo. Pero, de ser pública esta información, se afectaría la campaña de la corcholata del Presidente, y no hay margen para ese riesgo. No tienen tiempo para recibir a los legisladores, pero sí de pasearse por los andenes presumiendo nuevos vagones chinos, tan chinos como sus cuentos de Corcholatalandia, con los que suponen que exhibiendo los nuevos vagones de la Línea 1 de Metro todo se habrá solucionado, y colorín colorado, el desastre del Metro se ha acabado... y aun si, con los nuevos vagones, la L1 quedara atendida, ¿cuál es el plan para las otras 11 por resolver y de las cuales no tenemos claridad de su condición ni seguridad para los usuarios?

 

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