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¿Netanyahu emproblemado?

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

 

Sin duda, la pandemia del covid-19 y la recuperación económica siguen siendo dos de las mayores preocupaciones del premier israelí Netanyahu debido a que la apertura de las actividades ha generado nuevos focos de contagio que hacen temer que la hasta ahora frenada cifra de fallecidos vuelva de nuevo a crecer. Pero en las circunstancias actuales es altamente probable que su inquietud más acuciante sea otra: la referida a qué postura tomar acerca del ya muy publicitado anuncio de que a partir del 1 de julio se procederá a someter a las altas esferas de la conducción política israelí, la anexión de cerca del 30% de Cisjordania, territorio ocupado por Israel desde la guerra de 1967 y habitado hoy por tres millones de palestinos y aproximadamente medio millón de colonos judíos.

Si a lo largo de los últimos 53 años —desde 1967— ningún gobierno israelí intentó seriamente anexar Cisjordania, sino que la mantuvo como territorio bajo ocupación, una de las primeras preguntas a plantear es, ¿por qué justo ahora esa iniciativa que contraviene abiertamente principios claros de derecho internacional, los cuales condenan la anexión unilateral de territorio ganado en una contienda bélica? La respuesta tiene que ver con las necesidades político-electorales de dos personajes: Netanyahu y Trump.

Empecemos por este último. El inquilino de la Casa Blanca entendió muy bien, desde el inicio de su mandato, que para mantener la lealtad de los cerca de 80 millones de evangélicos que votaron por él en 2016 tenía que tomar decisiones que satisficieran las expectativas religioso-mesiánicas de ese conglomerado, el cual cree con fervor que la expansión del pueblo judío sobre la totalidad de los territorios mencionados como su heredad en la Biblia, constituye una condición fundamental para el regreso de Jesucristo al mundo y la redención mesiánica final. De ahí su decisión de cambiar la embajada norteamericana de Tel Aviv a Jerusalén, lo mismo que el reconocimiento de la soberanía israelí sobre las alturas del Golán.

Con ese espíritu en el trasfondo, a principios de este año se presentó el plan de Trump para abordar el conflicto palestino-israelí. Uno de sus postulados aprueba la imposición de la soberanía de Israel sobre los bloques de asentamiento judíos y el Valle del Jordán, cuestión nunca antes aceptada por la inmensa mayoría de la comunidad internacional, incluidos todos los gobiernos de Estados Unidos previos a Trump. Y he ahí que el premier Netanyahu aprovechó tal permiso para usar el tema de la anexión como una de sus promesas en la campaña electoral en curso entonces en Israel. Aseguró que de ocupar de nuevo el cargo —lo cual de paso le permitiría manejar de forma más conveniente el proceso que enfrenta por la comisión presunta de varios delitos— procedería a la citada anexión.

Y es que, en efecto, la promesa de anexión fue el gancho que le permitió aumentar sus votos en el seno de la ultraderecha israelí y conseguir así los suficientes escaños para aspirar a ser la fuerza dominante en el proceso de formación del nuevo gobierno. Hoy es evidente que la reiteración machacona de tal promesa fue equivalente a subirse a un árbol demasiado alto del que ahora le está resultando muy difícil bajar. ¿Por qué afirmo esto?

Porque parece muy poco probable que Netanyahu no esté consciente de la catástrofe que, en muchos sentidos, sobrevendría si en verdad procediera a la anexión. Catástrofe para Israel mismo y para la región toda, incluidos, por supuesto, los palestinos, quienes verían desaparecer la posibilidad real de establecer un Estado independiente.

Enlisto aquí lo que se anuncia: la Liga Árabe advirtió que se desencadenaría una guerra religiosa; el rey Abdulah de Jordania ha reiterado que el acuerdo de paz que firmó con Israel en 1994 podría cancelarse; veinticinco países de la Unión Europea, más Gran Bretaña, han notificado que múltiples acuerdos sobre intercambios culturales, económicos y académicos que tienen con Israel se verían anulados; 189 congresistas demócratas de Estados Unidos han enviado mensajes al gobierno israelí exhortando a no anexar, al igual que lo ha hecho el propio candidato Biden y también un número importante de congresistas republicanos; la Autoridad Nacional Palestina advierte que rompería todos los nexos de colaboración con Israel en asuntos de seguridad, mientras que Hamas pregona guerra total. La condena internacional sería casi universal, en tanto Rusia y China, más quienes se alinean a ellos, de ningún modo estarían reaccionando de otro modo.

Así las cosas, el colmillo político de Netanyahu se probará los próximos días. Si encuentra la manera de bajarse del árbol al que se subió, la tensión se reducirá drásticamente. Pero si por voluntad, o porque quedó atrapado en su propia retórica, emprende la anexión, ya sea en modalidad amplia o limitada, las consecuencias serán, de seguro, extremadamente graves.

 

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