Cómo logró Fernández Urbina la mascarilla de Álvaro Obregón
La crónica resalta que Fernández Urbina se encontraba en un restaurante cuando un voceador entró anunciando, con una extra de Excélsior, la muerte del presidente electo

CIUDAD DE MÉXICO.
17 de julio de 1930.
La muerte de Álvaro Obregón, uno de los personajes más destacados de la Revolución Mexicana, es uno de los magnicidios que ha llevado a un sinfín de versiones y especulaciones debido a que se trató del entonces presidente electo que iba a tomar posesión en diciembre, cuando el 17 de julio de 1928 fue asesinado a tiros en un restaurante de San Ángel en la Ciudad de México.
No cabe duda que las historias se entrelazan, tal es el caso de José María Fernández Urbina, escultor mexicano nacido en Durango a finales del siglo XIX, quien se encargó de realizar la máscara mortuoria de Álvaro Obregón, hecho del que da cuenta Excélsior en su edición del jueves 17 de julio de 1930.
La crónica resalta que Fernández Urbina se encontraba en un restaurante cuando un voceador entró anunciando, con una extra de Excélsior, la muerte del presidente electo, entonces el escultor se dirigió enseguida a donde se encontraba el cadáver del revolucionario a realizar la máscara mortuoria.
“El rostro del general Obregón estaba aún ensangrentado y algunos cabellos sueltos aparecían sobre la frente y las mejillas”, acentúa el texto.
Fernández Urbina se vio envuelto en escándalo después de que en Sonora se especulara acerca de su participación en el asesinato de Obregón, aunque tiempo después saliera a la luz el nombre de José de León Toral como asesino material de “El manco de Celaya”.
Posteriormente, dos personas estadunidenses ofrecieron veinte mil dólares por la máscara, mismos que el escultor duranguense rechazó pues tenía la intención de conservar la obra de arte.
“Yo conservo la mascarilla con el propósito de que no salga del país. Es evidentemente, un documento para la historia”, dijo Fernández Urbina en aquel entonces para Excélsior.
Obregón nunca quiso que se le hicieran estatuas; en dos ocasiones el mismo Fernández Urbina intentó inmortalizar al general sonorense sin obtener éxito. “Creía tal vez que el hombre “estatuado” en vida tendría que morir muy pronto”.
De cómo con la pluma de un reportero se escribió el Plan de Guadalupe
«pdg»
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