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Nacional

Me opuse a Zedillo: Dulce María Sauri

Afirma que el entonces Presidente le pidió, en caso de que el partido perdiera las elecciones, el control del instituto político

Ivonne Melgar | 06-07-2015
Dulce María Sauri Riancho, entonces presidenta del PRI, con el candidato Francisco Labastida, en una imagen de archivo de una reunión con la organización de mujeres denominada Redes 2000.

CIUDAD DE MÉXICO, 6 de julio.- Presidenta del PRI en el año 2000, Dulce María Sauri Riancho revela que se negó a devolverle el control del partido al entonces presidente Ernesto Zedillo, quien antes del 2 de julio le dijo que eso debería suceder en caso de una derrota.

“Durante la campaña y de mi parte privó simplemente ‘distancia’ entre el Presidente de la República y la presidenta del CEN de su partido. Recuerdo una frase de la primera y única entrevista que sostuve con él antes de la elección del 2 de julio, cuando me dijo: ‘si el PRI pierde, el control del partido regresa al Presidente’. Materializado ese escenario, tuve que señalarle que eso era imposible, que sólo después de la conclusión de su encargo el primero de diciembre habría posibilidad de comenzar a andar el camino de la renovación. Lo aceptó, no sé si con facilidad, y lo respetó”, rememora.

En entrevista con Excélsior, la exgobernadora de Yucatán señala que después del 2 de julio Zedillo actuó como jefe del Estado mexicano, marcando una división clara con el jefe del partido en el gobierno, rol que antes había utilizado para salir adelante en la crisis de 1994-95.

“El PRI resintió los daños y nunca hubo compensación política. Si había que incrementar los precios de los productos de la canasta básica, como sucedió en 1995, se hacía en vísperas electorales. Y el PRI cosechaba derrotas”, enumera la exsenadora.

Al analizar la campaña del PRI en el 2000, Sauri Riancho señala que muchas veces se omiten las difíciles condiciones políticas que la antecedieron: los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y de Francisco Ruiz Massieu y las derrotas que el partido acumuló en elecciones estatales, hasta perder en 1997 la mayoría absoluta en la Cámara.

Antes, recuerda, se aprobaron las reformas a la Ley del IVA, a la Ley General de Deuda Pública y la autorización para entregar las facturas de ingresos petroleros como garantía de la línea de crédito concedida a México por el FMI y por el rescate del sistema financiero mexicano autorizado por el entonces presidente Bill Clinton.

Admite que el costo para el PRI fue enorme: “La impopularidad de las medidas entre la población, en especial entre la clase media urbana, que había comprado la idea de la modernización hacia el primer mundo”.

No hubo dinero

Ya en el año 2000, cuenta que el PRI no dispuso de recursos para gestionar y aplicar los convenios de publicidad y propaganda política: “Estuvimos virtualmente fuera de los medios electrónicos hasta la mitad de marzo, cuando fue posible culminar la negociación con las grandes cadenas televisivas y radiofónicas. Para entonces, la ventaja de diciembre de 1999 se había erosionado”.

Reseña que en abril comenzaron a registrarse los primeros signos de crecimiento del candidato del PAN, Vicente Fox. “Una derrota electoral, aunque posible en una realidad de una democracia en construcción, resultaba difícil de imaginar para un partido político como el PRI. Los vientos de fin de centuria, de fin de milenio; el clamor del tiempo de cambio llegó a las urnas y el PRI perdió la Presidencia de la República”.

Narra que la tarde del 2 de julio de 2000, cuando la información procedente de las encuestas de salida de casilla mostraba números adversos, Francisco Labastida comenzó a preparar en su oficina del partido el discurso de aceptación de la derrota, mismo que fue abruptamente interrumpido en su transmisión por el del entonces presidente de la República, Ernesto Zedillo Ponce de León, quien reconocía el triunfo de Vicente Fox.

“Para mí, ése es el momento simbólico del cambio. La maquinaria del Estado mexicano siguió sin nosotros, como parte de esos partidos y candidatos que no lograron ganar (…). En ningún momento hubo reticencia o planteamiento alguno en ese sentido. Había conciencia de que el signo de madurez democrática era la aceptación de la derrota. Y eso hicimos”, reflexiona.

Renuncia no aceptada

El lunes 3 de julio, Dulce María manifestó su propósito de renunciar a la presidencia del CEN: “Me asumía como responsable de la derrota. Así se lo comuniqué al Presidente de la República y le solicité al secretario técnico del Consejo Nacional, Emilio Gamboa, que convocara al Consejo Político para presentarla, pero entre esa tarde y la mañana del martes sucedieron varias cosas”, comparte.

Cuenta que un colaborador le gritó: “Un general no abandona a su tropa en medio de la derrota”. Y el propio Labastida, con expresidentes y gobernadores, le señalaron que su renuncia ocasionaría lo que trataba de evitar. Decidí quedarme, en tanto llegaba la serenidad necesaria para tomar decisiones”.

Admite que fueron días difíciles, en los que hubo que “tolerar las expresiones sobre la traición que nos había llevado a la derrota” y que entendíó que deberían resolver, así como “vivir sin la figura presidencial y bajo nuevas reglas para transformarnos en una opción de gobierno”.

“Nos pronosticaban que el PRI iba a saltar en mil pedazos después del primero de diciembre (...) que no podríamos integrar al Consejo Nacional, como sí sucedió en febrero de 2002, que no podríamos elegir en un proceso abierto a la nueva dirigencia que rindió protesta el 4 de marzo de 2002. Mi mayor satisfacción fue entregar un partido entero, sin fracturas”, asevera.

“El PRI sobrevivió a la derrota del 2000 por la fuerza de millones de personas que creen en él. No son aquellos que sólo se acercan en tiempos de prosperidad, sino los que, aún en la incomprensión y descalificación de analistas y politólogos, son priistas”, expresa Dulce María Sauri Riancho.

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