Retrato hablado: Pablo Kuri, un epidemiólogo con botas

Convencido de atender hasta el mínimo rumor, ha dejado el escritorio para acudir a 25 emergencias por huracán, inundación, sismo y erupción de volcanes

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CIUDAD DE MÉXICO, 12 de abril.- Los primeros días de 2015 el clima en la Secretaría de Salud —médicos caminando en prados lustrosos, las aguas tranquilizantes de una fuente— eran una escenografía engañosa. El número de contagios y muertes por influenza había descendido una semana antes, pero la llegada de algunos frentes fríos anticipaba un repunte en los primeros días del año nuevo. El chikungunya, el virus del dolor, había empezado a propagarse desde noviembre y en la atmósfera merodeaba la amenaza del ébola.

“¿Te sientes agobiado?”.

Ante la grisura del panorama, la pregunta que el doctor Pablo Kuri escuchó de un grupo de colegas parecía pertinente.

“No. Hago lo que debo hacer, lo que siempre he hecho. Viene el ébola, no me agobia. Viene la influenza, no me angustia. ¿Por qué? Tenemos conocimiento, evidencia y experiencia, y hablo en plural porque aquí no se trabaja solo. Hay gente que me dice que siempre me va bien, y yo sostengo que no hay secretos: mientras más estudies y trabajes, más suerte tendrás. Aquí no hay espacio para la improvisación. No cuando se trata de salud pública”.

Kuri tiene 53 años, pero su delgadez y su talante despreocupado le hacen aparentar menos. Es subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud federal y uno de los mejores epidemiólogos que ha dado el país, creador de la Unidad de Inteligencia en Emergencias Epidemiológicas, un edificio de 666 metros cuadrados fundado para blindar al país de contingencias en salud.

Lector de todo y a todas horas, memorioso por naturaleza, jugador de ajedrez y médico que calza botas de campaña para vivir tres o cuatro semanas en comunidades asaltadas por huracanes, sismos e inudaciones, el trabajo de Kuri —una misión sin paréntesis de toma de decisiones y solución de conflictos—, tiene un anclaje hondo en un conjunto de valores y hábitos presentes a lo largo de su vida.

“La mayoría de los problemas que debo enfrentar, locales e internacionales, tiene que ver con la comunicación entre las personas”, advierte el médico, que viste un traje sencillo y zapatos viejos de rector de universidad. Está de pie junto a su escritorio dominado por un reloj gótico, un despacho sembrado de diplomas, fotografías y un librero colmado de libros donde reposa un ajedrez de madera. “En salud pública debes tener los ojos y los oídos bien abiertos y jamás de-

sestimar el más mínimo rumor. Cuando se trata de enfermedades, los rumores poseen más verdad que lo que uno cree”.

Kuri nació en la colonia Granada de la Ciudad de México y después vivió en la Narvarte y en Lomas de San Ángel Inn. Hijo de un médico dedicado a la pediatría, especialista en hipnosis médica, y de una estudiante de química, creció entre libros de mamíferos, reptiles, matemáticas, los planetas, la luz y el Sol. Sus padres lo rodearon de cariño pero su faro, más que ellos, fue su hermano Ángel, doce años mayor que él; siempre el niño más pequeño de la familia.

“No basta con sacarse MB. Hay que sacarse MB todos los días”, le decía su hermano, un académico del ITAM especializado en inteligencia artificial. Ángel le enseñó a jugar ajedrez cuando tenía cuatro años.

“Al ajedrez le debo la memoria y la capacidad de atender problemas”, Kuri se interrumpe para responder una llamada que tiene que ver con lo mismo de todos los días: emergencias epidemiológicas en esta subsecretaría que abarca 35 programas, de un virus a problemas de salud mental, pasando por sida, rabia, diabetes, hipertensión, envejecimiento, salud reproductiva y obesidad.

En casa el niño Pablo recibía como regalos equipos de química, ciencia y experimentos. Era un pirómano irredento. Todo lo que tenía que ver con el fuego llamaba su atención. Leía los libros de la colección científica Time Life y se entregaba por horas a la lectura del tomo de matemáticas, que llevaba en el cintillo inscrito el número Pi con 18 decimales.

Un día, a los 10 años, le preguntó a su mamá: “¿Qué me das si me aprendo el número completo? Le apostó mil pesos. Estudiaba el cuarto de primaria. Se lo grabó entero.

“Lo más grave —Kuri sonríe sentado ante una montaña de libros— es que si me preguntas por Pi no te respondo: 3.1416. Te digo: 3.141592653589793238. Y lo puedes verificar”.

A Kuri no le gustan los laboratorios, pero tiene una gran fascinación por el trabajo de campo. En los últimos años con frecuencia ha dejado el escritorio para vestir botas de campaña en 25 emergencias por huracanes, inundaciones, terremotos y erupciones de volcanes, en México y el extranjero.

La primera ocurrió en el 97 con Paulina en Acapulco, y desde entonces ha visitado comunidad tras comunidad para poner en marcha acciones de vigilancia epidemiológica, salud mental, atención médica y control de vectores en los huracanes Rick, Isidoro, Vilma, Stan y Mitch en Honduras; las tormentas de Venezuela, las inundaciones en Tabasco y la evacuación de 60 mil personas en el 97, ante las fumarolas del Popocatépetl.

El mundo de Kuri es un mundo apretado de valores y principios irrenunciables. Aborrece la improvisación y que la política grupal y tramposa se anteponga al bien general. En 2001 el subsecretario Roberto Tapia le llamó a su oficina.

—Tienes que volverte experto en ántrax. Vas a ser vocero del gobierno federal.

—Está bien, pero con dos condiciones: no miento y jamás hago nada que ponga en riesgo a la población. Si me lo piden, de antemano tienen mi renuncia.

“Es preciso tener claros los valores en salud pública, porque tu decisión no afecta a un paciente, afecta a miles, quizá a millones”, dice Kuri. En 2009 renunció a la Secretaría de Salud orillado por decisiones administrativas que se oponían a los valores en los que cree. Lo invitaron a trabajar para un laboratorio francés y tres meses después el gobierno mexicano le llamó para hacerse cargo de la emergencia por la crisis de influenza.

Desde entonces Kuri es un obsesivo detective a la caza de pistas médicas. Pasa horas en la computadora leyendo informes públicos y confidenciales de las principales organizaciones de salud. El 31 de julio pasado le llamó la atención que la OMS anunciaba que destinaría 100 millones de dólares al ébola.

“¡Ándale, algo está pasando!”, pensó.

Al día siguiente reunió al Comité Nacional de Seguridad en Salud y a un grupo de expertos. Puso en alerta a todos los estados y ordenó un manual de preparación.  Ocho días después, la Organización Mundial de la Salud anunciaba una emergencia en salud pública por el ébola.

Al epidemiólogo Kuri no le quita el sueño el ébola. En cambio le tenía muy ocupado el chikungunya, cuya llegada ya había previsto meses atrás.

“A mí el ébola no me preocupa porque su transmisión no es explosiva —dijo Kuri esos primeros días del año—. No quiere decir que no pueda haber casos, pero no como en África. Yo soy más ocupado que preocupado. Me ocupo del chikungunya porque no lo vamos a detener: está el vector, tenemos las condiciones, no hemos podido controlar el dengue y no por ineficientes sino porque los países endémicos siempre lo tienen porque los mosquitos tienen millones de años más de adaptación que nosotros.”

Hace unos días, a finales de marzo, la Secretaría de Salud federal confirmaba 458 casos de chikungunya en el país, 65 por ciento en mujeres de Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Sinaloa y Sonora. El doctor Kuri apareció ante la prensa para decir que es inevitable la dispersión de la enfermedad que causa dolores de cabeza, musculares, fiebre, náuseas y fatiga.

El epidemiólogo que prefiere el trabajo de campo a los laboratorios, volvía a acertar.