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Nacional

Ausencias que lastiman: sólo quedó el video de su canción

El joven Jesús Ernesto desapareció en febrero de 2011, en Durango. Siete meses después su cuerpo apareció en una fosa localizada al sur de la capital

Perla Cardoso/ Corresponsal | 02-11-2014
Operativo del día en que localizaron el cuerpo de Jesús Ernesto en una fosa clandestina de la colonia Vicente Suárez, al sur de la ciudad de Durango. Foto: Perla Cardoso
Operativo del día en que localizaron el cuerpo de Jesús Ernesto en una fosa clandestina de la colonia Vicente Suárez, al sur de la ciudad de Durango. Foto: Perla Cardoso

Además del video, su familia lo recuerda con fotografías en la sala, una de ellas empotrada en un altar ofrecido al Sagrado Corazón de Jesús; su madre, sobrinas y hermanos, todavía resienten su ausencia

DURANGO, Dgo. 2 de noviembre.— A Jesús Ernesto lo recuerdan cantando en un video grabado con un celular, está con su sobrina de tres años. Su hermano y su madre cargan como amuleto esas imágenes, luego que durante siete meses los buscaron, para finalmente localizarlo en una de las fosas clandestinas en el estado.

Para su madre, quien decidió permanecer en el anonimato por temor a otra tragedia en su familia, la búsqueda y los rezos para saber dónde estaba su hijo terminaron en septiembre de 2011. Para honrarlo, colocó una foto de él en un altar dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, con el propósito de que descanse su alma. Ernesto, su chiquito, como le decía, estaba enterrado en una de las once fosas localizadas en esta capital.

Jesús Ernesto desapareció el 5 de febrero de 2011, tenía 31 años. Ese día salió del comercio de vidrios y aluminio, donde laboraba, el cual se ubica en la colonia Jardines de Cancún, en compañía de un supuesto amigo y otros hombres, para realizar un cotización para fabricar unas ventanas y puertas.

Ernesto dejó de ser el número 26 de los hallados en la fosa localizada en la colonia Vicente Suárez, al sur de la ciudad,

A ese hombre lo hallaron en la misma fosa donde fue estaba Jesús Ernesto; se trata de Efraín Gamboa Cazares, quien también tenía de 31 años de edad, y fue el primero de los cadáveres identificados de las fosas localizadas, tanto en esta capital, como en otros cuatro municipios de la entidad.

El 13 de julio, “un buen hombre”, como le llamó la mamá de Ernesto a un doctor del Servicio Médico Forense , quien, enviado por la Procuraduría General de la República para ayudar a sus colegas en Durango a realizar las pruebas de ADN, le llamó por teléfono para decirle que el cadáver de su hijo le sería entregado.

Además del video, su familia lo recuerda con fotografías en la sala, una de ellas empotrada en un altar ofrecido al Sagrado Corazón de Jesús; su madre, sobrinas y hermanos, todavía resienten su ausencia.

La madre de Ernesto, intenta contener las lágrimas. Platica que los domingos es cuando más los extraña. Recuerdo esas  mañanas, porque, cuando ella dormía, él iba y la acompañaba en su cama. A veces veía la tele, otras leía o de plano se quedaba dormido junto a ella. En las tardes siempre platicaban en un patio de cinco por cinco metros, mientras él acariciaba a un perro chihuahua, le decía que era su ángel.

La señora de 50 años porta un rosario de plata al cuello y tras unos minutos no puede seguir con el relato, el llanto impide que continúe la entrevista.

Detrás de ella hay una fotografía de Ernesto: usa lentes para sol sobre la cabeza; tiene la piel morena, ojos grandes, pelo casi a rapa y entradas como de un señor de 40 años. “Son de familia”, dice al recobrar la conversación, y enjugar sus ojos.

Recuerda que el día que reclamó el cadáver un hombre se le acercó y le dijo que diera gracias a Dios porque le habían entregado el cuerpo. “La mayoría aquí se van a quedar.” Estalla en llanto y se cubre el rostro.

Ernesto, al igual que sus dos hermanos y sus cinco sobrinos nacieron en esta capital, pero sus padres, abuelos y demás familiares son de Santiago Papasquiaro, una de las demarcaciones más violentas de esta entidad, disputada por los cárteles de la droga, porque esa serranía ubicada al noroeste de esta capital es zona de trasiego y siembra de mariguana.

Durante la entrevista, el único momento en que la madre de Ernesto sonríe es cuando recuerda que él le ponía los zapatos al revés a su hermana, y se la llevaba a casa de su abuelita para que no hiciera ruido y despertara a su madre. 

Salía sigiloso para no despertarme; mi hijo siempre adoptó una responsabilidad que no le tocaba.”

Jesús Ernesto no terminó la preparatoria; cuando salió de la secundaria, su padre, de quien la madre no quiso dar ni si quiera el nombre, porque dice que es raro, le prometió ayudarlo a solventar los gastos, pero allá en Santiago Papasquiaro, pero eso nunca lo cumplió.

En la sierra,  Ernesto intentó pagarse la preparatoria, pero al final desertó. No podía trabajar de noche en un bar y estudiar de día, mejor decidió trabajar con un tío en un taller mecánico, hasta que un día su madre, angustiada, le llamó y le dijo que se regresara, no tenía que estar sufriendo tan lejos, “como siempre, obediente, mi hijo, se regresó”.

Por medio de su hermano, que se dedica a reparar celulares, conoció a Francisco, el joven que fue por él, junto con otros hombres hasta su trabajo, y quien también fue hallado en la fosa de la colonia San Vicente.

Los familiares de ese joven fueron a la casa de la familia de Ernesto, para decir “lloramos juntos”, cuenta la madre de Ernesto. Desde entonces platicamos mucho rato, y desde que los localizaron juntos en la fosa, no he vuelto a saber nada de ellos.

Mireya, madre de Ernesto y cuyo nombre no es real, no recibió atención sicológica, dice que prefiere vivir su dolor en silencio y recordar cómo  era su hijo; protector, siempre de buen humor y cuya frase favorita era “¡Ah! cómo es pendeja mija (o)”.

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