De copiloto a juguete: la IA se convierte en entretenimiento masivo

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Roland Barthes

“El poder de autenticación de la fotografía excede al poder de representación”

Roland Barthes enCamera Lucida: Reflections on Photography(1980)

Josh Woodward, vicepresidente de Gemini y Google Labs, publicó, ufano, en X algunos datos sobre un crecimiento inusual en el uso de Gemini. Fue el 8 de septiembre del 2025. En cuatro días, decía, 13 millones de usuarios nuevos. Sorprendente, sin duda. Pero más sorprendente la razón: manipular imágenes.

Nano Banana le puso alas al despegue de Gemini. Los usos son simples: usuarios posando frente a celebridades (que la IA genera y edita); y, por el otro lado, una tendencia global que en Latinoamérica no ha sido tan reiterada: composiciones realistas de figurines en 3D. La motivación es transparente, entretenimiento.

La inteligencia artificial se sigue presumiendo como el motor de la próxima revolución laboral. Sin embargo, los datos más recientes dibujan un horizonte antes impensado: la IA se está convirtiendo en un bien cultural masivo, consumido tanto para entretenerse como para resolver dudas triviales.

ChatGPT lo ejemplifica. En apenas tres años alcanzó a 700 millones de usuarios semanales, cerca del 10% de la población adulta global. La velocidad no tiene precedentes: ni la radio, ni la televisión, ni el smartphone lograron esa difusión tan rápida. Pero lo relevante no es la escala, sino la orientación.

Hoy, el 73% de los mensajes no tiene relación con el trabajo, como lo demuestra un reciente estudio. Lo que en 2022 parecía un asistente para la oficina, en 2025 es más un consejero cotidiano. Preguntas personales, tareas escolares, recetas, rutinas de ejercicio. El salto no es hacia la productividad, sino hacia la vida privada.

Claude, de Anthropic, traza el contraste. Su uso está concentrado en países ricos y en ocupaciones técnicas: un tercio de sus conversaciones gira en torno a la programación. ChatGPT, en cambio, es popular en países de ingresos medios y bajos, donde crece cuatro veces más rápido. Mientras Claude atiende a élites profesionales, ChatGPT se expande en la calle digital global, moldeado por jóvenes y por un acceso más democrático. La sociología de la IA está escrita más en Nairobi, Nueva Delhi y São Paulo que en San Francisco.

El perfil de usuario confirma la tendencia. Al principio, el 80% de quienes usaban ChatGPT eran varones; hoy, hay ligera mayoría femenina. Casi la mitad de los mensajes proviene de menores de 26 años.

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Tendencias de uso de IA

El cambio más profundo está en la intención: el 51% de las interacciones son Asking, peticiones de información o consejo; solo un 35% son Doing, ejecución de tareas. La gente no quiere tanto que la IA trabaje por ella, sino que la oriente, la acompañe en la toma de decisiones. O que la entretenga.

Y en medio del catálogo de intenciones de uso está Nano Banana, el ejemplo más acabado de la IA aplicada al ocio. En cuestión de semanas, cientos de millones de imágenes lúdicas inundaron las redes sociales. Lo visual empieza a superar lo verbal como motor de adopción. Y como ocurrió en el periodismo digital, el atractivo de la palabra escrita está siendo desplazado por la imagen compartida, por el video, que aunque falso, es revelador.

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La lógica detrás es la del entretenimiento viral. Nano Banana replica un patrón que conocemos: la fotografía nació como registro científico y se volvió hobby; la televisión se pensó como instrumento educativo y terminó convertida en el gran teatro de masas; los smartphones fueron presentados como herramientas de productividad y hoy concentran el ocio, las redes y el comercio impulsivo. Cada tecnología, tarde o temprano, se pliega a la cultura que la consume.

Ese acomodo no es inocente. Reorienta la inversión y el desarrollo. Los modelos ya no se perfeccionarán para dar mejor soporte a tareas profesionales, sino para producir imágenes más nítidas, personajes consistentes, experiencias virales.

El retorno de inversión dependerá de cuánto placer y cuánta adicción visual puedan generar, no de cuánto eleven la productividad global. La economía cultural impone sus reglas: si millones de usuarios pasan horas jugando con versiones estilizadas de sí mismos, ahí estará el incentivo empresarial.

Las consecuencias son ambivalentes. Por un lado, democratización: la IA llega a quienes nunca usarían un asistente corporativo, y lo hace con la promesa de juego y expresión. Por el otro, banalización: el futuro de una tecnología considerada estratégica para la humanidad se ata a la estética de la selfie.

En medio, riesgos serios: rostros y datos faciales convertidos en materia prima de servidores corporativos; proliferación de deepfakes indistinguibles; erosión de la frontera entre recuerdo y simulacro. Todo ello reclama marcos regulatorios más firmes, pero el mercado se mueve más rápido que la política.

El resultado es claro: la IA se está comoditizando más rápido de lo que se institucionaliza. Se vuelve espejo de ansiedades, dudas triviales y soledades, antes que motor de productividad. ChatGPT acompaña, Gemini entretiene, Claude programa. El futuro inmediato, el de cortísimo plazo, no parece ser el de máquinas desplazando trabajadores, sino el de algoritmos moldeando identidades, estéticas y hábitos culturales.

Y ahí está lo inquietante. No es la IA la que nos muestra lo que puede lograr, somos nosotros quienes, con millones de interacciones banales, marcamos el rumbo.

Si la gran promesa tecnológica del siglo se convierte en un generador de selfies estilizadas y consejos domésticos, quizá el verdadero retrato no sea de la IA, sino de nosotros: una sociedad más interesada en ver imágenes de sí misma que en evolucionar hacia un estado de bienestar.