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Expresiones

'La poesía es un eco de la vida': Dolores Castro Varela

La autora mexicana debutó hace 70 años en la poesía a través de su libro El corazón transfigurado

Mario Alberto Medrano | 20-04-2019
Foto: Archivo Excélsior
Foto: Archivo Excélsior

CIUDAD DE MÉXICO.

A sus 96 años, Dolores Castro Varela (Aguascalientes, 12 de abril de 1923) charló con Excélsior sobre sus lecturas, acerca de su labor como poeta, su estado de salud, así como de la actividad como tallerista y jurado que aún mantiene. Merecedora de galardones como el Premio Nacional de Poesía Sor Juana o el Iberoamericano de Poesía López Velarde, Castro asegura que comenzó a pergeñar sus primeros versos con un tono satírico, para demostrar a su padre que “las mujeres no sólo escriben cursilerías”.

Mis primerias lecturas fueron gracias a mi padre, quien nos leía cuentos de Perrault, de los hermanos Grimm, de Andersen, incluso unos muy feos que había en español: Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno. Eran realmente horribles. Después mis lecturas, de acuerdo con mi edad, fueron de aventuras. Los tres mosqueteros, por ejemplo. Luego, en la adolescencia, empecé a leer cosas mejores, como a los novelistas rusos y, obviamente, mucha poesía”, rememora la poeta.

Autora de poemarios como El corazón transfigurado (1949), La tierra está sonando (1959), Cantares de vela (1960), No es el amor el vuelo (1992), e Íntimos huéspedes (2004), entre otros, y de la novela La ciudad y el viento (1962), Castro reconoce que sus primeros poemas tenían como principal propósito desacreditar la idea de su padre sobre las mujeres.

 Comencé a escribir poemas que eran de burla. Eso fue porque mi papá decía que la escritura de mujeres era muy cursi, que las mujeres son cursis por naturaleza, pero yo me negaba a serlo, entonces hacía puros poemas burlándome de lo romántico. Reconozco que como poeta no me costó, en mi generación, posicionarme, pero como mujer, sí, mucho.”

Creadora de una poesía cuyo interés se centra en la reflexión sobre el lenguaje, sin ornatos, aunque lírica, portadora de gran ritmo y llana, casi oral, Castro confiesa que este género es el único mediante el cual podría expresarse con toda sinceridad. “En este ir escribiendo poemas, descubrí que la poesía es la forma de introducirse en lo que la vida tiene de verdad y de belleza. La poesía tiene ritmo, nunca debe perderlo, aunque al principio era poesía lírica y después dejó de serlo, a partir de los griegos, el poema es palabra que canta.

Para mí, las palabras constituyen lo que es el ser humano. Antes se tenía un esquema de los reinos de la naturaleza: el reino mineral, el vegetal, el animal, y como este era un esquema de los liberales, el hombre era concebido sólo como animal racional, pero el hombre es mucho más, porque entonces dónde queda la sensibilidad, que es uno de los grandes caminos de la poesía, dónde la capacidad de soñar, la de imaginar”, señala.

Fiel a la idea de que la poesía es un eco de la vida, Castro considera que todo aliento lírico debe ser una urdimbre de vida y verdad. “He procurado no mentir al escribir poesía. No creo, como los románticos, que sólo debe decir lo que se tiene dentro, y además un poco a gritos, eso nunca lo empleé. Para mí, la poesía tiene que ver, estrictamente, con la vida, y aunque mis temas fueron cambiando, fue porque mi vida cambió: de ser una soltera, sin ninguna obligación ni nada, que viajó un año a España junto con Rosario Castellanos, a conocer nuevos modos de vida y pensamiento, Todo eso hace cambiar, porque lo peor que puede haber en poesía es decir mentiras.

A mí me interesaba ser clara en la poesía, y para serlo deben seguirse normas: no emplear ni una palabra de más, quitar nexos, no utilizar adornitos en el poema. Si uno va a decir algo, lo dice, directamente, de principio a fin, después de haberse metido bien en una especie de ensoñación que se va formando; es lo que le da profundidad a un poema. No hay nada más fatídico que escribir una poesía que no entiende nadie, ni siquiera el que la escribe”.

Narradora, ensayista, poeta, docente, madre de siete hijos, esposa del también escritor Javier Peñalosa, íntima amiga de Rosario Castellanos e integrante del grupo Ocho Poetas Mexicanos, Castro mantiene la vitalidad para ir a misa, dar un taller y leer, aunque dejó de escribir en diciembre pasado debido a un accidente. Confiesa que le cuesta mucho más continuar con sus actividades.

Me es complicado leer, pero lo hago, desde los que siempre me han gustado hasta los que escriben ahora. Para eso me sirve, por ejemplo, que me mandan libros para que sea jurado. Recuerdo haber recibido, de Ciudad Juárez, 110 libros de poesía para dictamen. Había unos muy buenos.

Recuerdo que hace años, cuando dormía, de pronto abría los ojos y aparecía un poema, y ese ya tenía todo, entonces me levantaba y lo escribía. Comenzaron a correr los años, muchos poemas se fueron, porque pensaba: ‘ya estoy vieja y hace mucho frío, ya no me levanto’. Ahora, aunque quisiera, ya no puedo, estoy muy limitada debido a que el clavo que une mi cadera y mi pierna debe soldar; si ese clavo se descompone, ya no podré caminar definitivamente”, concluye.

 

cva

 

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