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Esa mañana de 1975 sucedió lo imposible: chocó el Metro

Dicen quienes lo recuerdan con más nitidez que ese lunes amaneció nublado; lo cierto es que calzada de Tlalpan se convirtió en un moderno altar de sacrificios

Pedro Díaz G. | 11-03-2020

CIUDAD DE MÉXICO.

Fue en 1975, cuando en México se celebró la reunion mundial por el Año Internacional de la Mujer, y representantes de todo el mundo se solazaban de las bondades de una nación en pleno desarrollo. 

Ese 20 de octubre de 1975 había despertado feliz, pensando en el festejo de mi cumpleaños número 14. 

Después de clases en la escuela Secundaria 17, debía cumplir mis horas de educación extra, pues mi madre me había inscrito, además de en eternos cursillos de inglés, a uno de técnico perforista y de computación, en un ya desde entonces viejo edificio de Edison y avenida Guerrero. "La computación es el futuro", me decía ella, en tono conciliador.

Aprendíamos el funcionamiento de las tarjetas perforadas que las computadoras IBM leían, en aquellos primerísimos años de lo que vendría a convertirse en la era digital. 

La tarde no fue como cualquiera. De regreso, en el Roma-Mérida, ese camión cuyo costo era de 30 centavos, todos hablaban apesadumbrados del accidente.

Entonces sólo había dos líneas, la uno, a cuya inauguración fui cuando tenia 8 años, el mismísimo cuatro de septiembre de 1969 (cuando por cierto, un niño metió la mano cuando la puerta del convoy cerraba y esa imagen del pequeño llorando 45 años después se mantiene sólida en mi mente), y la dos, con apenas cinco años en operación.

Desde su diseño, a los mexicanos se nos ofreció un servicio de primer mundo, el tren subterráneo, además vendido como la manerá más segura de transportarse. 

Esa tarde subir a un camión fue un caos. Todos hablaban del choque en Calzada de Tlalpan. Por la noche, ya en casa, antes del reporte de Jacobo Zabludovsky, Alfonso Vázquez López, un amigo de la infancia que cumplía años el mismo día que yo, y quien durante muchos años se tomó la molestía de ir a verme, siempre con un regalo, él vivía en la Colonia Moderna, muy cerca de la zona del accidente, y me compartió los detalles: 

El conductor del tren número 10, Carlos Fernández Sánchez, salió de la estación Chabacano con dirección a Viaducto, donde estaba detenido el tren número 8.

No alcanzó a frenar e impactó a 70 kilómetros por hora. En cada tren viajaban entre 130 y 140 personas.

Carlos Fernández Sánchez, el conductor, sufrió un politraumatismo y así fue trasladado a la entonces penitenciaria de Lecumberri.

Pero hubo 31 personas muertas y al menos 70 personas lesionadas, y una cobertura mediática como pocas veces se recordaba. 

Según las investigaciones, el operador del tren que chocó había recibido la indicación de permanecer en la estación Chabacano, sin embargo, continuó hacia Viaducto, a pesar de que ahí estaba otro tren.

A partir de este accidente, el STC incluyó en sus modos de conducción un sistema de pilotaje automático para regular la aceleración y frenado.

El peritaje duró 5 días. En ese tiempo las autoridades determinaron que Fernández Sánchez dejó inhabilitado el sistema de paro automático, no activó el sistema de frenos, no prestó atención a su trabajo, no respetó las señales de alto, y tras un juicio de dos años, fue destituido de su cargo y sentenciado a doce años de prisión debido a su negligencia, ya que según testigos, se le había ordenado detener la marcha del tren con anticipación. Saldría del reclusorio por buena conducta, hasta 1986.

El operador fue la única persona juzgada por la muerte de 31 pasajeros y lesiones a por lo menos 100. En la averiguación previa BJ/II/1373/75 declaró que no pudo frenar porque los sistemas fallaron, sin embargo, oficialmente, todos los controles funcionaban.

Fue un 20 de octubre triste. Tanto, que en casa omitieron mi pastel de cumpleaños. Era lunes, no lo olvidemos. 

Lo que nunca se fue de mi mente fue el desastre. Ese tiradero de fierros retorcidos en el dia de mi cumpleaños.

La entrada de México a la modernidad sorteaba costos demasiado caros. De pronto vienen a mi memoria los dedos de un niño aplastados por la puerta del Metro en 1969 y el cuerpo del hombre prensado entre los fierros con el que soñó por años Alberto Mercado, uno de los sobrevivientes:

“Ya no hablo de esto, no me gusta: tengo bien grabada en la mente la imagen de un hombre que quedó atrapado entre los fierros retorcidos, pero se veía sólo de la cintura para abajo, no tenía pantalones, estaba en trusa, ensangrentado. Muchas noches me quedaba despierto pensando cómo pudo haber perdido el pantalón”.

Lo creíamos imposibe, pero aquella tarde el Metro chocó y el México moderno se vistió de luto, por primera vez. 

 

 

 

 

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