Una resistencia colosal; zancadas entre nopaleras y magueyales

Lesly y Angélica, exitosas ultramaratonistas mexicanas, arrancan a la vida del campo su poder deportivo

Foto: Hugo Sánchez y Pedro Moreno

CIUDAD DE MÉXICO.

Aún falta una hora para que emerja el sol por un horizonte de praderas, cañadas, valles, pero los pies de Angélica y Lesly ya suben por una loma de Santiago Tepetitlán. A cada paso las suelas de sus tenis hunden hierbas, hojas y piedras en el espeso suelo donde esta madrugada las mujeres llenarán sus manos de humedad y tierra.

Ahora se agachan para revisar los árboles frutales que sembraron en el solar que comparten y trabajan.

Luego, cubren de tierra los magueyes que cosechan en esta parcela, El Cacomixtle.

Amanece. La faena agrícola en el Estado de México concluye y se vuelven atletas. De pie en un cerro, su entrenador, Víctor Hernández, les da instrucciones y luego sigue con su trote a las deportistas que de niñas corrían para ir a la escuela en estas comunidades vecinas a las pirámides de Teotihuacán.

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Ahora es distinto. Con su deporte, el atletismo de montaña, Angélica Hernández y Lesly González han sumado victorias en ultramaratones de otros países, como Costa Rica o Estados Unidos: muy lejos de este paraje donde sus ancestros, los tamemes (cargadores aztecas) subían a su espalda artesanías, pescado y otros productos sobre tramos de cientos de kms para el trueque entre pueblos que llegaban a la costa. De pies ligeros pero resistencia titánica, Angélica –de 37 años y madre de tres niños- y Lesly corren cada día en esta región del centro del país con nopaleras y magueyales para soportar hasta 63 kms de ruta en competencias de más de ocho horas contra las mejores del planeta.

¿Cómo resistir el delirante esfuerzo? “Algo te dice sigue, sigue: fuerza de voluntad, la mente, la emoción. Se va pensando en todo: desde mi hijo, hasta ‘piernas resistan’”. Sí, Angélica le habla a sus piernas mientras su compañera de equipo, en esa extenuante travesía de sudor y agitación, vive ánimos disímbolos: “Pasas por la tristeza, la alegría, el enojo”, añade.

Las carreras en montaña encaran lo imprevisto. Como si dieran la lista de un zoológico, enumeran los animales que en elevaciones mexicanas y del mundo irrumpen en sus caminos: caballos, monos, gallinas, burros y hasta amenazas venenosas, cuenta Lesly, de 28 años: “Me encontré una víbora de cascabel. Lo que hice fue pasarme rapidísimo sin pensarlo”, se ríe.

Víctor, entrenador que explora pueblitos en busca de talentos, sabe que correr en la naturaleza potencia la percepción: “Despiertas tus sentidos: vista, oído, olfato”. Y tacto: como en los senderos agrestes surgen accidentes asociados al clima y la geología, son serios los riesgos de lesiones en tobillos y rodillas. Por eso, explica, entrena no sólo al cuerpo sino a la conciencia, con “la propiocepción”: un sentido que informa a la mente la posición exacta de las partes del cuerpo, para, con datos en cada zancada, razonar en qué posición y con qué fuerza colocar los pies en un terreno sorpresivo, caprichoso, traicionero.

Aunque las competencias son individuales, hacen dupla. Angélica pone un alto a Lesly cuando muestra un ímpetu descontrolado. “Me ayuda a dosificar la energía”, dice. Y Lesly intenta que sus palabras arranquen en su “cómplice en la carrera” la potencia necesaria durante las crisis: “Si yo me quedo ella me dice: ¡trata de seguir, sigue!”.

Y también buscan fuerza del exterior. Angélica lucha para sumar con sus victorias el dinero para operar a Bruno, su hijo menor, con pérdida de audición por atresia y microtia. Y Renato, único hermano de Lesly, acaba de morir: “A todo le entraba, no le daba nada miedo. Es una inspiración para mí”.

Lesly y Angélica tienen razones para no desfallecer.

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