La revolución karateca; renovaron la ilusión
El karate al fin será admitido como deporte olímpico en Tokio 2020, y eso ha causado que este arte marcial viva en México una sacudida histórica

CIUDAD DE MÉXICO.
Los gritos descerrajan el dojo de la CONADE. El galpón de artes marciales no logra contener los alaridos que se filtran en muros, atraviesan ventanas y se deslizan bajo las puertas, como si con esos kiais que sueltan las gargantas en cada ejecución, un ejército de samuráis acechara a un portentoso enemigo que se acerca.
Los foamis coloridos reciben el golpeteo enérgico de los pies desnudos, sobre los que hay casacas, pantalones y cinturones que se agitan, los keikogis de la Selección de karate, que entrena esta primavera para un histórico desafío: tras 6 siglos de creado, por fin su deporte será olímpico.
Aunque temibles, los karatecas eran débiles ante el músculo del COI, organismo que despreció por casi 120 años de Juegos Olímpicos al deporte nacido en Okinawa.
2000 academias hay en nuestro país
La razón para que al arte marcial más popular de la Tierra lo excluyeran de la fiesta atlética de la humanidad jamás se divulgó, pero se intuye que era su poder letal: los puñetazos, patadas y derribos daban pánico. Frente a la tv, su única vía de acceder a la justa de cada cuatro años, los karatecas mexicanos penaban. “Los veía por la tele y siempre era: nosotros no podemos”, recuerda la tres veces plata panamericana Xhunashi Caballero.
Pero llegó 2016, y con él un anuncio: el karate debutaría en Tokio 2020. En México ese fue el disparo inicial de una revolución en la disciplina. Con opciones de acudir, al karateca Waldo Ramírez, así como a Guadalupe Quintal, Sachiko Ramos y Xhunashi -medallistas continentales e incluso ganadores de títulos internacionales- se les cimbraron sus vidas. “Mi sueño”, sintetiza Guadalupe. “No la creía”, añade Sachiko. En Waldo activó “una explosión de sentimientos” y en Xhunashi “más ganas de vivir”.
30,000 peleadores hay en México (estimado)
Detrás de ellos, los mejores del país, hay una legión monumental de mujeres y hombres que por seis décadas volvieron al karate un hábito democrático, que lo mismo enamoraba a los niños de las élites de Monterrey que de colonias populares de Chalco. Cientos de miles de karatecas que deben mucho al primer hombre que en 1958 enseñó las técnicas de pelea a los pobladores de esta nación que lo recibió, el migrante japonés Noboyoshi Murata. Pasaron 26 años para que el deporte recibiera otro frenético impulso, ahora a través de una pantalla: el fenómeno Karate Kid, cinta en la que el sabio señor Miyagi adiestró al pequeño Daniel Larusso para defenderse del bullying que amenazaba su existencia. “Fui a la premier: la gente se volvió loca”, dice el juez de karate Martín Hernández. “Hizo que muchas personas se interesaran por el karate”, añade el sensei César Forastieri. “Se hizo popular y llegaron a los dojos”, cuenta el maestro Hanzel Tepal.
Hoy, México vive un nuevo furor karateca: existen 2 mil academias y unos 30 mil peleadores. A la locura la aviva que cuatro atletas puedan calificar a los Juegos Olímpicos y competir en katas (rutinas ante rivales imaginarios) o combate. “El karate a nivel olímpico -exclama Óscar Godínez, presidente de la Federación Mexicana de Karate- le da a nuestro deporte una fuerza increíble”.
En el dojo de la CONADE afinan sus lances, mejoran la velocidad, aumentan la fuerza. Si califican, Tokyo 2020 los medirá a los “nuevos samuráis”, gladiadores de aptitudes monstruosas como la japonesa Ayumi Uekusa, el azerbaiyano Rafael Aghayev y demás figuras cuyo fenotipo supera al mexicano. “Más alto, espigado”, acepta la sensei Martha Salazar. “Son extremadamente altos”, confirma Waldo, número uno de México.
Pero, como aclara el entrenador nacional Jesús Rodríguez, mientras la altura se mide de los pies a la cabeza, “la grandeza se mide de la cabeza al cielo”.

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