Dolor de décadas; a 50 años de la muerte de Pedro Rodríguez

CIUDAD DE MÉXICO.

En su portada del 12 de julio de 1971, Excélsior constataba, a ocho columnas, un rasgo más de la transformación chilena que intentaba Salvador Allende y que a la postre le costó la vida. Abajo, la imagen principal del rotativo exponía el desenlace del último trayecto del piloto Pedro Rodríguez.

Hoy son 50 años de aquel fatal accidente en Nuremberg, Alemania. Al mexicano, al que los europeos le apodaban Ojos de Gato, debido a su habilidad para pilotar en condiciones adversas, lluvia, niebla o poca luz, fue alcanzado por el destino, que aprovechó una ligera frenada tras una serie de eses, misma que provocó que su Ferrari perdiese el neumático delantero derecho, el cual ya se venía desinflando; el bólido se estrelló contra el muro y rebotó, convertido en una antorcha que luego fue impactada por Kurt Hild, al volante de su Porsche.

Pedro fue llevado al hospital con quemaduras en casi todo el cuerpo, con las piernas rotas y fractura de cráneo. Su corazón, después de una primera reanimación exitosa, no pudo más.

Me ganó el lugar que tenía apartado al lado de Ricardo, en el cementerio”, dijo para aquella edición de Excélsior Pedro Natalio Rodríguez Quijada, el padre de ese par de leyendas, lacerado por una segunda daga: Ricardo había muerto nueve años atrás, el 1 de noviembre de 1962, también a bordo de un bólido. Don Pedro no quiso viajar para traer los restos, pues dijo que “no sé si lo aguantaría, y no quiero que deban traer dos féretros en lugar de uno”.

La noticia, difundida por radio y televisión, cimbró al país aquella mañana de domingo. El presidente Luis Echeverría, luego de exponer sus condolencias a Rodríguez Quijada, ordenó que se agilizaran los trámites para traer el cuerpo lo más rápido posible, vía Nueva York; los gastos correrían a cuenta de la presidencia. Angelina Dammy, viuda de Pedro, viajó inmediatamente a Alemania; fue despedida por Octavio Sentíes, regente de la Ciudad de México, comisionado por el titular del Ejecutivo Federal.

El volante inglés Graham Hill, consternado, dijo que el mexicano “estaba en la cúspide del éxito” y que sin duda se trataba de “uno de los mejores del planeta, sobre todo en terreno húmedo”. El mundo del automovilismo se dolió por la partida de uno de sus hijos: 31 años de edad, siete podios y dos triunfos en F1: Sudáfrica en 1967, sobre un Cooper-Maserati, y Bélgica en 1970, con BRM. La pesadumbre se tradujo en más de 40 llamadas telefónicas internacionales a la casa de Pedro en Camino a Toluca #135.

Hoy, a cinco décadas de distancia, lo que pasó en Nuremberg aún tiene sus rincones oscuros. Pedro fue la única víctima fatal: Hild, quien lo embistió, resultó ileso; los primeros que llegaron a asistir al mexicano también terminaron en el hospital con quemaduras, pero todos vivieron para contarlo. “Parece que Pedro recibió una oferta para correr en un auto que no conocía”, dijo Rodríguez Quijada, palabras asentadas en aquellas páginas de Excélsior. Las 200 Millas fueron en el NörisRing, carrera que el mexicano no tenía contemplada disputar, pero accedió a participar ante la insistencia de ejecutivos del Sport Motor Club.

La portada de Excélsior del 12 de julio de 1971: el balazo en lo alto reza: “Pedro Rodríguez se mató en Nuremberg al desprendérsele una rueda a su auto”.

En principio iba a utilizar el nuevo auto de BRM para calarlo, pero el coche no estaba listo y entonces aceptó el Ferrari, un 512M/S.

Los rotativos recogieron al día siguiente en sus páginas aquella tragedia del 11 de julio. Allende y la nacionalización de la minería para Chile dio la nota de ocho para Excélsior, mas esa imagen de Pedro desplegada en su portada estremeció los corazones de los ávidos lectores en una dolorida mañana de lunes, hoy hace 50 años.

AMU

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