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Cosecha de odio

Yuriria Sierra

Yuriria Sierra

Nudo gordiano

Cuatro muertos. Cuatro personas que perdieron la vida, irónicamente, donde tendrían que encontrar refugio. Fue en la Catedral Metropolitana de Campinas, cerca de São Paulo, Brasil. Un sujeto se postró en las bancas más cercanas a la puerta mientras se desarrollaba la misa del mediodía. De pronto, cuentan testigos, disparó al menos 20 veces. Traía consigo dos armas, una de ellas calibre 38. El sujeto se quitó la vida de un tiro. Murió ahí, en la escena del crimen que él mismo creó. Los agentes de la policía apenas entraban a la iglesia, según reportes de la prensa local, pero no alcanzaron a detenerlo.

Días antes, el viernes, otros hechos inusuales de violencia en territorio brasileño: catorce personas murieron en un doble asalto bancario frustrado. Durante la madrugada, una banda de delincuentes tomó a un grupo de rehenes sobre una autopista; su intención era el atraco de dos sucursales bancarias, con los rehenes querían evadir la acción de la policía, que ya iba tras ellos, según reportaron autoridades. Casi una semana después, aún no hay detalles de cómo se originó el enfrentamiento en donde murieron seis de los plagiados, el resto de los muertos eran delincuentes. Ocurrió en Milagres.

Un fin de semana previo a esto, un joven de apenas 13 años acudió a una peluquería. Hacía transmisión por Facebook Live para mostrar el antes y el después. Nada extraño hasta este momento. Pero la escena tuvo trágico final: comenzaron a llover disparos. El peluquero logró ponerse a salvo, al igual que el resto de las personas que se encontraba en el local; todos, excepto el joven de 13 años, quien recibió seis disparos. Casi dos semanas después, las autoridades no saben las razones del ataque. Sucedió en la ciudad de Fortaleza, Ceará.

Durante 2017, Brasil registró 63 mil 880 asesinatos, 15% más que el año anterior. La violencia en el país sudamericano ha aumentado. 30 muertes por cada 100 mil habitantes. 175 homicidios al día. Cifras que rebasan sus registros. Y poco podrán hacer en los próximos años.

“A Natalia y a Rubens Ortega sólo les falta decidir una cosa: ¿Glock o Taurus? La joven pareja se inscribió en un curso de entrenamiento para el manejo de armas en un club de tiro en São Paulo, tan sólo unos días después de que Jair Bolsonaro, un político de extrema derecha y capitán retirado del ejército, fue elegido como el próximo presidente de Brasil, gracias a su firme promesa de derrocar el statu quo y combatir el crimen...”, es un reporte de The New York Times del pasado 1 de diciembre. El próximo gobierno brasileño se alzó durante la campaña que le dio la victoria electoral, con la promesa de facilitar el acceso a las armas. Su estrategia para combatir a los delincuentes: “Debemos terminar con esta actitud políticamente correcta de decir que deponer las armas hará de Brasil un lugar más seguro, pues no es así...”, fue una de sus primeras declaraciones tras los comicios. En su muy abultado archivo de frases polémicas, el próximo mandatario llegó a expresar que los policías que mataran a criminales tenían que ser condecorados. Esto lo expresó en su calidad de diputado federal. Qué miedo con lo que diga estando en la Presidencia.

¿Nos recuerda a algún otro territorio del continente? Bolsonaro no ha escondido su empatía por Donald Trump. El magnate, hoy presidente, tampoco ha sido discreto respecto a sus coincidencias con el brasileño. Esto sucede cuando germina el discurso de odio: cada vez, lamentablemente, aparecen más oportunidades de siembra a quienes gustan de sembrarlos.

ADDENDUM. Y ocurrió también en Francia: tres muertos y doce heridos en un tiroteo en un bazar navideño en Estrasburgo. El culpable huyó. Autoridades sospechan que se trata de un ataque terrorista. Lo sabremos, si es que dan con el responsable. De ser así, otra vez el odio, otra vez el odio como la peor de nuestras armas para hacernos daño.

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