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Una mísera tercera parte

Víctor Beltri

Víctor Beltri

Nadando entre tiburones

Vivimos en los tiempos de la desmesura. “Recuerda que algún día morirás”, se les advertía a los generales romanos cuando celebraban sus victorias, a fin de evitar que la soberbia les nublara la razón. “Tu sexenio terminará pronto”, podríamos añadir en estos días, al restarle menos de dos años a la administración en funciones. Memento mori, en el mejor latín de cualquier leguleyo.

El poder envilece, como tuvimos que aprender —dolorosamente— en el México de las administraciones anteriores: el poder absoluto envilece absolutamente, como nos ha demostrado el titular del Ejecutivo desde su primer día en funciones. El Presidente no gobierna para todos, sino que pretende imponer su criterio a cualquier precio; el mandatario en funciones no trata de convencer, sino de reivindicarse para ganar popularidad. El titular del Ejecutivo no piensa en el futuro, pero tampoco le importa el presente: el mandatario que sufrimos no es sino un mediocre que sólo piensa en sí mismo, pero que pretende convertirse en la medida de todas las cosas. El Presidente, en realidad, no es más que una tragedia evitable que hemos venido alimentando para sí misma.

Como en el teatro griego, las tragedias surgen de la desmesura, de los excesos. De la soberbia, del orgullo: de la hýbris que trastorna el juicio de quienes pretenden volar con alas de cera, y olvidan que su poder es limitado y, por naturaleza, temporal. “Todo hombre que tiene poder se inclina por abusar del mismo, hasta que encuentra límites”, aseguraba Montesquieu desde el siglo XVIII; “…para que no se pueda abusar de éste, hace falta disponer las cosas de tal forma que el poder detenga al poder”, concluía, sin poder imaginar los monstruos que concitaría unos cuantos siglos más tarde.

“El Supremo Poder de la Federación se divide para su ejercicio en Legislativo, Ejecutivo y Judicial”, reza la Constitución vigente, en su artículo 49. “No podrán reunirse dos o más de estos Poderes en una sola persona o corporación, ni depositarse el Legislativo en un individuo”, continúa, sin dejar lugar a dudas. En este sentido, el titular del Ejecutivo, aunque pomposamente se denomine como “presidente de la República”, en realidad no representa sino a uno de los tres Poderes de la Unión, tan importante como cualquiera de los otros en tanto no existe prelación de grado entre ellos, sino división de funciones y asignación de los contrapesos correspondientes. El licenciado, qué.

Uno de tres, nada más. Tan sólo uno de los tres poderes: el más débil —además— al recaer en una sola persona cuyas facultades no sólo legales, sino físicas —y vitales— se extinguen por instantes. Un líder sin mayor capacidad que la de exacerbar a la gente: un anciano sin mayor visión que la de sus propios rencores. Un hombre sin demasiada inteligencia, uno de tres —nada más— a quien su mero resentimiento jamás le habría podido brindar las dotes de estadista. Un personaje pasajero, sin más: una tercera parte del Estado que ha pretendido encarnar en sí mismo. Un hombre miserable, sin duda, que nunca fue capaz de entender lo que podría haber logrado con —tan sólo— un poco de empatía. La democracia no se trata de eso, pero el federalismo tampoco: la rendición de cuentas no es prioridad para este gobierno, pero el Estado de derecho —por lo visto— mucho menos.

“La señora presidente de la Corte —para hablar en plata pura— está por mí de presidenta”, afirmó el tiranuelo desde su mísero e irrelevante tercio, con la caradura de quien se asume “en la plenitud del pinche poder” que tanto criticó en el pasado. No nos tenemos más que a nosotros, y nada más que a nosotros mismos: los políticos seguirán siendo políticos, pero —de seguir así— los ciudadanos seguiremos siendo clientelas de quienes pretendan escucharnos.

La sociedad civil no es un emblema, sino una estructura: la democracia no es fachada, sino el cimiento de lo que somos. Ni un paso atrás, señores: no hay nada más amenazante que el tiranuelo en ciernes, y si nos unimos nadie podrá detenernos. No luchamos por votos, sino por derechos: nuestra tercera parte podrá ser una minoría, pero en poco tiempo la ciudadanía habrá de imponerse. ¿Quién, de verdad, contra todos?

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