Un recurso más del gran entertainer

En todos lados se cuecen habas. El desencuentro más reciente entre las facciones más representativas de los seguidores de Donald Trump –los llamados techbros, y los magasmás conservadores– es el prefacio de la cruenta lucha de poder que definirá no sólo su ...

En todos lados se cuecen habas. El desencuentro más reciente entre las facciones más representativas de los seguidores de Donald Trump –los llamados techbros, y los magas más conservadores– es el prefacio de la cruenta lucha de poder que definirá no sólo su segundo mandato, sino la situación geopolítica del mundo en el futuro inmediato.

El cisma está a la vista, y el divorcio es inminente. “Tienen que revisar el estado de salud del escuincle”, espetó Steve Bannon ante los insultos y amenazas de Elon Musk, quien aseguraba estar dispuesto a librar “una guerra cuyas formas no podrán comprender”, en contra de sus propios correligionarios, con tal de defender la prevalencia de las visas H1B que han operado en beneficio de sus intereses. La polémica entre ambos bandos creció por instantes hasta que el presidente electo se pronunció a favor del oligarca, contradiciendo no sólo lo que había afirmado de manera categórica desde 2016, sino lo que constituyó uno de los fundamentos de su tercera campaña presidencial.

Trump mintió a sabiendas de que tendría de quedar mal con alguien, y logró mantener a su base distraída con sus bravatas constantes mientras fraguaba sus verdaderos planes con los billonarios que lo llevaron al poder, y con quienes mantiene un compromiso –ahora se sabe– ineluctable. Los republicanos nunca fueron, en realidad, nada más que un vehículo alimentado por sus propios rencores y ambiciones desmedidas: Canadá no será un estado más de la Unión Americana, por más que se debilite a su gobierno; el Canal de Panamá no volverá a estar bajo el dominio norteamericano, por más diatribas y amenazas que se pronuncien al respecto. Groenlandia, simple y sencillamente, no es un terreno a la venta para el mejor postor: México, sin embargo, siempre estará ahí.

Donald Trump no es un estadista, sino un entertainer: el presidente electo, más que un político capaz de lograr acuerdos con sus rivales, es un hombre de negocios acostumbrado a tirar de la cuerda y que sabe cómo utilizar a los medios de comunicación para su propia conveniencia. El proyecto personal de Trump necesita de la cercanía tanto de los techbros de Musk como de los magas de Bannon, y tratará de sofocar la rebelión interna satisfaciendo los deseos más radicales de los dos grupos en pugna: para los oligarcas, la defensa y expansión de los privilegios por los que donaron en campaña; para los republicanos más conservadores, la consecución de las políticas del miedo en contra de quienes han sido designados como enemigos comunes e intrínsecos.

El mandatario se enfrenta a una crisis mayúscula a unas cuantas semanas de asumir el poder, y no tendrá mucho más de tres meses para sortear el temporal que se avecina. El cisma está a la vista, y el divorcio es inminente: para sofocar la revuelta al interior serán necesarios no sólo distractores o promesas, sino acciones espectaculares suficientes para recuperar la confianza que ha comenzado a erosionarse. El destinatario natural es México, por desgracia: los republicanos votaron en contra de la migración ilegal, y del tráfico de drogas provenientes de nuestro país, con la esperanza de recuperar una grandeza que se magnificó en cada discurso de campaña. Donald Trump definió a sus enemigos con claridad, y prometió actuar de manera contundente en su contra. Desde el primer día. En tres semanas…

En todos lados se cuecen habas. En la nuestra, parafraseando a Sancho Panza, a calderadas. La oposición sigue dormida; la sociedad civil aún no despierta: el gobierno federal parece estar más preocupado por atender la toma de posesión en Venezuela –y alinearse con el lado incorrecto de nuestra Historia– que por hacer frente, de manera responsable, al peligro inminente que se avecina. El juego de la política nacional no puede aislarse de la política estadunidense: los oligarcas y los republicanos están jugando en su propio tablero, en el que hemos pasado de ser un alfil estratégico a convertirnos en un simple peón desechable. Un recurso, nada más, del gran entertainer.

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