Lo mejor de todo, es lo peor que se va a poner…

Lo que mal empieza… Los Cachiros fueron una organización del crimen organizado hondureña que comenzó operaciones en la década de los noventa, y que al cabo de una década controlaba a sangre y fuego el tráfico de estupefacientes en América Central. Su apogeo ...

Lo que mal empieza…

Los Cachiros fueron una organización del crimen organizado hondureña que comenzó operaciones en la década de los noventa, y que al cabo de una década controlaba —a sangre y fuego— el tráfico de estupefacientes en América Central. Su apogeo comenzaría en 2004 —cuando eliminaron a su principal adversario, y se adueñaron del mercado— para finalizar en el 2015, con la entrega voluntaria de sus líderes al gobierno de Estados Unidos. Lo que siguió, después, es una historia para aprender.

“Puedo confirmar que Javier Eriberto Rivera Maradiaga y Devis Leonel Rivera Maradiaga están en poder de autoridades de Estados Unidos, donde serán juzgados”, afirmó Juan Orlando Hernández —el entonces mandatario de Honduras— cuando dio a conocer una entrega de la que no había tenido noticia, y que se había realizado al margen de su propio gobierno. “De igual manera puedo asegurarles que siguen una serie de operaciones con respecto a la detención de los participantes de esta banda de narcotraficantes, y serán llevados a los juzgados para que ahí sean los órganos de justicia los que operen”, añadiría después, sin sospechar el rumbo que habrían de seguir los acontecimientos.

El presidente Hernández —a quien sus seguidores preferían referirse por su acrónimo, JOH— había llegado a la presidencia con la promesa de ejercer mano dura en contra del crimen organizado, y durante su mandato logró golpes espectaculares que le valieron no sólo el reconocimiento público del presidente norteamericano, sino la asignación de recursos para continuar con una lucha que —después se revelaría— afectaba a una sola de las facciones del crimen organizado mientras que favorecía a sus rivales. Los Cachiros prosperaron durante su gestión —como si gozaran de una protección especial— y, sabedores de su posición estratégica, fortalecieron sus alianzas con los cárteles de México y Colombia hasta lograr el control del tráfico de estupefacientes en la región.

La entrega de los Rivera Maradiaga no fue sencilla, y tomó varios meses de negociaciones y acuerdos de acuerdo a la prensa hondureña. Los Cachiros abandonaron Honduras de manera discreta, tras una propuesta que fue analizada a profundidad por las autoridades norteamericanas y a la que sólo cederían tras verificar la veracidad de la información ofrecida a cambio de la seguridad jurídica y económica de los líderes y sus familias: sólo entonces el gobierno norteamericano podría aceptar la oferta. El trato prosperó, y la información en poder de los estadunidenses fue utilizada con astucia: tras la negociación, Devis Rivera no sólo señaló a sus cómplices, sino que incluso reveló los libros contables que les implicaban. El primero en caer sería el hijo del expresidente Lobo, quien había fungido como enlace entre el crimen organizado y la administración de su padre; unos días después, el hermano del presidente Hernández —y entonces diputado en funciones— sería señalado por las mismas causas y terminaría por arrastrar al mandatario que hoy se encuentra tras las rejas, tras las delaciones de sus antiguos cómplices.

Hernández usó las ganancias del narcotráfico para financiar su ascenso político y, una vez elegido presidente, aprovechó los recursos policiales, militares y financieros del gobierno de Honduras para promover su plan de narcotráfico”, rezaba el comunicado de prensa emitido por el Departamento de Estado en el momento de su extradición. “Este caso debería enviar un mensaje a todos los líderes políticos del mundo que comercian con posiciones de influencia para fomentar el crimen organizado trasnacional, de que la DEA no se detendrá ante nada para investigar estos casos y desmantelar las organizaciones de narcotraficantes que amenazan la seguridad y la salud del pueblo estadunidense”.

El expresidente hondureño fue condenado a 45 años de prisión, apenas el 26 de junio pasado. Los gringos ya conocen el camino: ahora sí —citando al clásico en turno— lo mejor de todo, es lo peor que se va a poner

Temas: