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La narrativa oficial ha terminado

Víctor Beltri

Víctor Beltri

Nadando entre tiburones

                To Adam M.

 

Los días pasan lentos, sin duda muy lentos, para quien está esperando un golpe cuya magnitud desconoce. El gobierno de la República se enfrentará, en las próximas semanas, a una crisis creciente y continua que superará, con mucho, a cualquiera que hayan tenido que enfrentar sus predecesores.

El golpe parece asestado con precisión quirúrgica. El hackeo masivo a los documentos militares, y su revelación inicial a unos días del tercer aniversario del Culiacanazo, el próximo 17 de octubre, ejercerá una presión que podría poner en jaque al gobierno; la publicación del libro en el que —presuntamente— se detallan los manejos financieros que justificarían el título de El Rey del Cash, y que tendrá lugar justo al día siguiente —18 de octubre— podría terminar por dar el mate. 

Lo que hemos visto es tan sólo la punta de un iceberg sumergido en la profundidad, inmensa y obscura, de un mar de 6 terabytes. El cóctel está servido, y es posible anticipar, desde ahora, la pesadilla que se avecina en las próximas semanas para un presidente enfermo tanto de salud como de poder, incapaz de escuchar a nadie y cuya angustia y agresividad sólo aumentará conforme se acerquen las fechas. 

El presidente no sabe qué información fue sustraída y responde a la presión, por costumbre, con el estómago: los errores viscerales están, ya, a la vista. Por lo pronto, la información que se ha revelado —tanto en lo relativo al Culiacanazo como a la salud del mandatario— no contiene los elementos suficientes para un nuevo escándalo, de grandes dimensiones, pero en cambio constituye la prueba misma de la veracidad y el calibre de lo que podría estar por venir. El presidente, por cierto, tampoco sabe lo que contiene el libro, ni mucho menos si se relaciona con alguna de las filtraciones: lo único que sabe, en realidad, es que lo escribió alguien que lo conoce muy bien…

López Obrador aceptó, en un intento visceral de apagar el incendio, tanto el contenido como a la fuente de las filtraciones: en los hechos ha validado, de antemano y sin darse cuenta, cualquier información proveniente del mismo origen. Información que había sido resguardada tras la protección de un software que no tuvieron el cuidado de actualizar —a pesar de contar con todos los recursos a su alcance— y que podría poner en duda no sólo la credibilidad de un gobierno que se presume como honesto, sino también la honorabilidad de un Ejército en el que no todos, por cierto, están contentos. 

El Presidente ha reconocido la veracidad de la Guacamaya y, al hacerlo, se ha colocado en una situación de riesgo que no alcanza a comprender. Es probable que ninguno de sus allegados más cercanos, que pudieran saber la dimensión real de las filtraciones, se haya atrevido a explicárselo en blanco y negro, por temor a las consecuencias tanto en la salud física, como mental, del amado líder: ante la posibilidad de un infarto que le lleve a los libros de historia, o de un exabrupto que le pudiera colocar la etiqueta de “traidor a la patria”, ¿quién se atrevería a ser el mensajero de las malas noticias?

Estamos viviendo un parteaguas histórico, que marca el momento en que, quien ha sido el mandatario más poderoso de la era moderna, podría convertirse, en un parpadeo, en el más débil y vulnerable. El declive físico y mental será visible —y se pronunciar— en las próximas semanas, conforme se acerque el aniversario del Culiacanazo y las filtraciones empiecen a fluir; conforme se acerque la presentación del libro y se desnuden, poco a poco nuevas verdades. ¿Hasta dónde podrá llegar el presidente, tratando de desviar la atención? ¿Hasta cuándo se lo permitirá el corazón? 

El juego ya cambió, y el sexenio se acabó en los hechos. La narrativa oficial ha terminado —por fin— y el Presidente ahora tendrá que defenderse no sólo de sus adversarios, que cada vez le perderán más el miedo, sino de sus propios aliados, cuando empiecen a reconocer que el poder, en verdad, enloquece.

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