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El criminal siempre regresa a la escena del crimen

Víctor Beltri

Víctor Beltri

Nadando entre tiburones

El criminal siempre vuelve a la escena del crimen. Hugo López-Gatell regresa a Palacio Nacional, y se incorpora al equipo más cercano al Presidente de la República en funciones de asesor en temas de salud, como si nada hubiera pasado hace muy poco tiempo: como si, de verdad, el triste paso del funcionario por la administración federal hubiera tenido algún resultado positivo en la vida de todos los mexicanos.

Como si las sillas vacías, en muchos de nuestros hogares, no estuvieran así por su responsabilidad directa y su culpa criminal. La presencia de López-Gatell no sólo evoca de inmediato a la muerte, sino a los momentos más dolorosos para una sociedad a la que mintió cada tarde durante meses, demeritando el uso del cubrebocas o afirmando —en incontables ocasiones— que “ya se estaba aplanando la curva” y el fin de la pandemia estaba muy cercano. La misma sociedad ante la que aseguró que la fuerza del Presidente era “moral, y no de contagio”, y a la que vaticinó como escenario catastrófico una cifra que se multiplicó por cinco, ante su frivolidad y falta de profesionalismo criminal.

El doctor Muerte ahora sonríe, y festeja su regreso como si lo tuviera merecido: la desfachatez es inaudita, y refleja no sólo la disociación del Presidente —que lo aceptó de nuevo— con la realidad, sino la pobre opinión que guarda el mandatario sobre la inteligencia del “pueblo bueno” y la mujer que pretende le suceda. López-Gatell es un cartucho quemado cuya fuerza no es política sino de chantaje, y que guarda en su interior, además de zalamerías infinitas, los peores secretos sobre la crisis gubernamental de mayores dimensiones de la historia moderna.

Los intríngulis de la gestión, las discusiones internas; las decisiones aceleradas, las órdenes ejecutivas. El nombramiento no es más que un salvavidas, al que se aferra con la esperanza de que la continuidad lo alcance y sea sinónimo de impunidad: en realidad, el doctor Muerte no es sino un lastre para la candidata oficial, y su designación inesperada un error estratégico que podría favorecer a los opositores al régimen si son capaces de entender los tiempos políticos y aprovecharlos.

El 31 de marzo se conmemorará el cuarto aniversario de la declaratoria oficial de la pandemia, y el 7 de abril nos traerá la coincidencia del Día Mundial de la Salud con el primer debate presidencial, en donde la candidata oficial tratará de legitimar las decisiones del titular del Ejecutivo al tiempo que pretenderá convencernos de las virtudes de continuar por la misma línea de gobierno. Los astros se alinean: el criminal siempre vuelve a la escena del crimen, y en su propia soberbia termina por delatarse. ¿Qué podría haber hecho el gobierno —y no hizo— para evitar la brutal suma de fallecimientos que sufrimos en todos los hogares? ¿Cuántas sillas quedaron vacías, en cada una de nuestras familias, por la culpa directa —y responsabilidad criminal— de Hugo López-Gatell? ¿Qué esconde el doctor Muerte, detrás de sus sonrisas y genuflexiones, para pretender la impunidad por parte de la candidata que consideró como rival y despreció desde siempre? ¿Qué fue lo que le ordenó el Presidente?

¿Cuántos votos agregará al oficialismo la presencia del hombre más repudiado de México? La popularidad del Presidente es temporal, y distinta —por completo— a los resultados de su gobierno: la aprobación no es hereditaria, y el repudio que despierta el doctor Muerte no es sino una muestra palpable de la debilidad del régimen a futuro. La contienda no se ha definido, y la narrativa puede cambiar en cualquier instante, a pesar de las mañaneras: el tiempo es suficiente para voltear la tortilla, y el régimen ha cometido errores que se seguirán revelando todos los días. El Presidente está debilitado, y trata de acusar fortalezas: su candidata no se atreve a sentirse libre, y ha dejado el espacio libre a la oposición para una crítica que podría cambiarlo todo. Tiempos interesantes, pidió alguno…

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