Ecuador tenía la razón, pero terminó por perderla

Ecuador tenía la razón, pero terminó por perderla. La provocación del gobierno mexicano había sido constante durante meses, salpimentada con los insultos de nuestro mandatario hacia quienes otrora consideramos amigos: asilos a impresentables; comentarios ...

Ecuador tenía la razón, pero terminó por perderla. La provocación del gobierno mexicano había sido constante durante meses, salpimentada con los insultos de nuestro mandatario hacia quienes otrora consideramos amigos: asilos a impresentables; comentarios desafortunados, injerencias inaceptables buscando influir en quienes —alguna vez— consideramos como aliados estratégicos.

Al hospedaje se sumó el asilo: al asilo, la opinión intencionada; a la opinión intencionada, la aceptación de una injerencia sin ambages por parte de aquellos a quienes pretendíamos combatir. A la injerencia, el sometimiento; al sometimiento, la vileza. A la vileza, la Cuarta Transformación que lo ha ensuciado todo, incluso más allá de nuestras fronteras: Ecuador es una bomba de tiempo que está a punto de detonar, y en cuyo tablero somos una pieza accesoria que se acomoda a voluntad. El presidente Noboa llegó al poder por una serie de circunstancias desafortunadas, sin mayor mérito que la fortuna amasada por quienes, entre sus ancestros, resultaron ser más avispados, y desde ahí se define como mandatario. El empresario, el heredero de las grandes fortunas: el platanero ancestral, el junior irredento de su propio país; el contestatario que define su visión frente a lo que considera correcto e incorrecto, y que ahora pretende —juega a— ser un estadista sin entender que su propio mundo, tal como lo entendía, ha quedado obsoleto.

Las relaciones están rotas, por lo pronto. Andrés Manuel es el único Presidente de la historia que ha tenido que enfrentar una afrenta de tales dimensiones, y que ha tenido que enfrentar la invasión del territorio nacional como una consecuencia de sus propios actos: López Obrador, también, es el único que —si tuviera la capacidad— tendría el tiempo suficiente, como gobernante, para hacerse cargo de las consecuencias de cada una de sus decisiones. El Presidente se ha equivocado desde un principio, sin embargo, y se ha alineado con el lado equivocado de la historia. Lo interesante sería conocer, a detalle, la respuesta de la comunidad internacional: el golpe a la convivencia entre las naciones ha sido brutal, y no debería de sentar un precedente —en absoluto— para la actuación de gobiernos autoritarios en el futuro.

Ecuador merece un castigo ejemplar por parte de la comunidad internacional, y las sanciones deberían involucrar a todos los integrantes de la ONU en la defensa de la soberanía de uno de sus miembros: López Obrador prefirió aislarse del mundo desde hace años, y se empeñó en confrontarse con todo aquello cuya propia capacidad no permite su comprensión del concepto. Con su propia sociedad, a la que divide por ideología: con la comunidad internacional, a la que confronta por ignorancia. Jorge Glas es valioso para Ecuador, sin duda alguna; tan valioso como para haberse atrevido a concitar el escarnio internacional con tal de capturarlo: tan valioso como para romper el orden internacional con tal de retener a un delincuente de gran altura. Nuestro país está en medio de todo, y nos encontramos en un momento propicio —como pocas veces antes— para entender a detalle la relación que existe entre los líderes populistas internacionales, y sus pares en cada uno de nuestros países; las estrategias que se repiten, los asesores y capitales que circulan de un país a otro sin generar duda alguna.

Los vínculos, las relaciones; los conocimientos, el dinero. Las estrategias, la gente, los equipos: los cómplices de los contrarios, los que actúan como infiltrados sin que nadie quiera darse cuenta. La solidaridad que no corresponde al Presidente, sino a la nación: quien primero atentó contra la soberanía mexicana no fue un extraño enemigo, sino el personaje que nos quiere poner en sus manos.

El Presidente podrá envolverse en la bandera, y su gobierno tendrá todo el derecho de agotar las instancias legales que considere pertinentes: por lo pronto, y antes que nada, el delincuente Jorge Glas ya se enfrenta a la justicia que lo reclamaba. Así sea.

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