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Sin rumbo fijo

Martín Espinosa

Martín Espinosa

Una gran mayoría de quienes salieron a las urnas el pasado primero de julio, pareciera decir: “cualquier cosa es buena con tal de ya no seguir por el mismo camino”. Esto, en relación con el modelo político y económico que la clase política gobernante aplicó durante más de tres décadas en el país.

Hoy, que el actual presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, ha decretado la expedición del “acta de defunción” de ese modelo de gobierno llamado “neoliberalismo”, surge la pregunta, entonces, sobre cuál tiene en mente, que deberá regir la vida pública de los años por venir.

El pasado fin de semana se llevaron a cabo foros en varias entidades del país para determinar el Plan Nacional de Desarrollo (PND) 2019-2024 y “escuchar” a los diversos sectores en cuanto a lo que requiere México para salir de la situación en que se encuentra.

Si nos atenemos a lo expresado por el presidente Andrés Manuel López Obrador en torno del nuevo modelo que aplicará su administración, entonces éste tendrá que “irse ajustando” a las necesidades del país. El titular del ejecutivo le llamó a esta nueva etapa el “posneoliberalismo”, pero nada más.

Algunos analistas han pronosticado que podríamos regresar al “nacionalismo revolucionario”, que enarboló el Partido de la Revolución Mexicana en 1940 al término del mandato de Lázaro Cárdenas del Río y que se prolongó con el viejo Partido Revolucionario Institucional, surgido en 1946, o virar hacia una economía que “mezcle” al mercado con el control gubernamental sobre las principales decisiones políticas y financieras del país. Lo cierto es que nadie, en su sano juicio, podría hoy definir con claridad hacia dónde se dirige la nación.

Muy lejos quedaron ya las declaraciones de Andrés Manuel López Obrador cuando en su calidad de presidente electo afirmó a principios de septiembre del año pasado que recibiría “un país más fuerte que hace seis años. Afortunadamente, nuestro país no pasa por una crisis económica o financiera y hoy es más fuerte”, diría a su llegada a Monterrey por aquellas fechas.

Si nos basamos en los 11 lineamientos esbozados recientemente por el Presidente en relación con la creación de una nueva “política posneoliberal”, el panorama se torna todavía más incierto: honradez y honestidad; no al “gobierno rico con pueblo pobre”; economía para el bienestar; el mercado no sustituye al Estado; igualdad entre hombres y mujeres; “primero los pobres”; no hay paz sin justicia; no más migración por hambre o por violencia; democracia, ética, libertad y confianza.

Son demasiadas generalidades como para encontrar en ellas el nuevo camino que debe seguir el país para superar los problemas que se gestaron desde hace ya varios años. La falta de definición de lo que podría ser el nuevo modelo político y económico a seguir por México en los próximos 50 años abona al clima de incertidumbre que se “respira” en el país.

Lo cierto es que las acciones emprendidas por el ganador de las elecciones de julio pasado desde los primeros días, incluso, de haber obtenido la victoria, no están —por lo que observamos ahora— dentro de lo que podría ser el nuevo “andamiaje” sobre el cual deberán construirse las bases de un nuevo país.

Y no lo están porque, sencillamente, hasta el día de hoy no está definido el modelo a seguir, según el resultado obtenido de dichos foros para “planear juntos la transformación de México”.

Es decir, el retraso en la definición del modelo a seguir para los próximos años necesariamente le afecta al nivel de adaptación del país a los nuevos tiempos que vive el mundo, en los que la velocidad de los cambios obliga a sus líderes y sus sociedades a estar en alerta permanente para no rezagarse en el concierto mundial.

No son las “visiones aldeanas” de los gobernantes las que salvan a un país de la inacción social frente al avance de aquellos que conforman el llamado “primer mundo”, hoy dueños de la tecnología y de los primeros lugares del desarrollo.

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