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La pesadilla británica

Manuel Gómez Granados

Manuel Gómez Granados

 

La manera en que el drama del Brexit se desgaja ante nosotros en la actualidad hace difícil perder de vista al Reino Unido (RU). No es sólo el destino de ese país lo que está en juego. También se define mucho del futuro de la Unión Europea (UE) de su eventual expansión y, de manera más general, de la esperanza de poner fin a las guerras libradas para asegurar el acceso a los mercados. Las distintas encarnaciones del Consejo de Europa, originalmente creado en 1949, buscaron ser un antídoto al nacionalismo extremo que, junto con el apetito por mercados, explican la violencia que padeció Europa durante los siglos XVIII, XIX y XX.

Gran Bretaña espera, a principios de la próxima semana, el fallo de la Suprema Corte de Justicia de aquel país que determinará si la suspensión actualmente vigente del Parlamento es legal o no. Ello tendrá un impacto decisivo en la manera en que Johnson podrá negociar con la Unión Europea. Esa negociación, difícil desde que la inició Theresa May, como lo demuestran las tres derrotas que sufrió en sendos votos en el Parlamento en 2018 y principios de este año, enfrenta ahora obstáculos adicionales.

Por una parte, Europa ve con resentimiento el voluntarismo de Boris Johnson al decir que, sin importar los obstáculos, el RU saldrá de la Unión Europea como Hulk, el 31 de octubre. Tampoco ayuda a la imagen de Johnson, el que cuando está en capitales de Europa hable de “nuestros amigos en Europa”, pero cuando está en el RU use una retórica de guerra para fustigar a Jeremy Corbyn, el líder laborista, acusándolo de “rendirse” ante la UE, como si ese organismo —creado con la participación del RU— fuera enemigo de Gran Bretaña.

Por otra, el histrionismo y autoritarismo con el que Johnson dirige al Partido Conservador despierta más desconfianza en el Parlamento y en un sector de la prensa británica. Ellos ven el proceder de Johnson plagado de mentiras y como un preludio de una crisis más profunda, si Johnson cumple con sacar al RU de la UE sin un acuerdo.

Lo que es un hecho es que el Brexit demuestra que la democracia no puede construirse sobre mentiras. Es clave que los políticos sean honestos durante sus campañas.

Las supuestas ventajas del Brexit fueron predicadas sobre mentiras. La más notable era que, al salir de la UE, el RU se ahorraría 350 millones de libras a la semana. Esa cifra resultó ser doblemente falsa; en primer lugar, mucho del dinero se le devuelve como ayudas al desarrollo en Escocia, Gales e Irlanda del Norte, además de ser inexacta, pues sólo son 250 millones.

Además, las mentiras con las que Johnson y sus socios convencieron a los británicos, sobre todo a los ingleses, de votar por la salida, han terminado por sembrar más dudas sobre el futuro del RU. En Irlanda del Norte, en las últimas dos semanas, han reaparecido bombas de fabricación casera y grafitis firmados por grupos que dicen estar vinculados al Ejército Republicano Irlandés (ERI). Esas pintas han hecho que se activen todas las alarmas entre los antiguos funcionarios que, durante los gobiernos de John Major y Tony Blair, negociaron con muchas dificultades los acuerdos del Viernes Santo de 1998 para poner fin a la violencia en Irlanda.

En Escocia, los impulsos separatistas, que existen desde 1707, nunca han desaparecido, además de que una mayoría abrumadora de escoceses votaron por permanecer en la UE. En ese sentido, el Partido Nacional Escocés ha sabido aprovechar las crisis que el Brexit ha provocado para afianzar su control del Parlamento escocés y de la delegación escocesa en Westminster, por lo que cualquier elección futura aumentará su cuota de representación y presionará cada vez más para separar a Escocia del RU.

A pesar de todo, el miércoles 18, la UE tendió un nuevo puente a Johnson al conceder una extensión para evitar la salida del RU sin acuerdo. Habrá que ver si Johnson aprovecha el gesto o si gana el capricho de jugar a ser Hulk y se aferra a una salida sin acuerdo. Lo único seguro es que los próximos 45 días serán muy difíciles y sólo un renovado sentido de responsabilidad evitará una catástrofe en Europa, que no sería difícil que se contagiara al resto del mundo.

 

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