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El final de la línea

Manuel Gómez Granados

Manuel Gómez Granados

Este jueves doce, mientras los mexicanos celebrábamos un aniversario más de las apariciones de la Virgen de Guadalupe, en Gran Bretaña (GB), los ciudadanos de aquella región decidieron de manera masiva, con tasas de participación muy superiores a las que normalmente se registran allá, terminar con la incertidumbre generada por el Brexit, de la peor manera posible.

Lo hicieron dándose un tiro en el pie cuyas repercusiones se dejarán sentir a lo largo de los próximos diez o doce años y sus efectos no se limitarán a Europa, sino que se extenderán por Occidente y por todo el mundo. Los equilibrios que con muchas dificultades construyeron Charles de Gaulle, Konrad Adenauer, Alcide de Gasperi, Robert Schuman, Winston Churchill y otros más, llegan a su fin e inicia una era en la que las políticas proteccionistas, la mutua imposición de aranceles y, de manera más general, la desconfianza a lo extranjero, dominarán el panorama.

Es una pena que esto ocurra justo en el momento en el que sería más necesaria la más amplia colaboración posible para hacerle frente a los problemas generados por el calentamiento global. Pero la vida es lo que es y si de algo podemos estar seguros es que el resultado de la elección británica es democrático, pues incluso pocos minutos antes de que dieran las diez de la noche en Londres, era posible ver largas filas de personas a la espera de su turno para depositar sus votos.

Lamentablemente, que la decisión sea democrática no garantiza que sea una decisión inteligente o sensata. Habrá que ver, por ejemplo, qué sucede a partir de ahora con Escocia, donde –por cierto– el separatista Partido Nacional Escocés logró una aplastante victoria sobre los laboristas y conservadores, convirtiéndose ahora en el representante casi único de los intereses escoceses en Westminster.

Habrá que ver, también, qué pasa con el futuro de Irlanda del Norte que, dado el acuerdo negociado por Boris Johnson a finales de octubre, es muy posible que viva un nuevo periodo de inestabilidad política que podría traer consigo el retorno de la violencia que manchó aquellas tierras en los sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado.

Será necesario esperar a ver qué ocurre con Jeremy Corbyn, el líder del partido laborista que fue incapaz de garantizar el apoyo de otros partidos en las últimas semanas de la anterior legislatura y que tampoco fue capaz de pactar acuerdos con los Liberales Democráticos, con el Partido Nacional Escocés y con otras formaciones menores como el Partido Verde, para evitar lo que seguirá a partir de ahora, que debería incluir la renuncia de Corbyn a la dirección laborista.

Gran Bretaña llega así al final de la línea de su relación con la Unión Europea y se abre un compás de espera que podría ser de hasta diez años para determinar cuál será la nueva forma que tomará dicha relación Gran Bretaña-Unión Europea; si habrá o no un acuerdo de libre comercio entre ambos y decidir cómo se resolverán temas muy contenciosos, como el aprovechamiento de los bancos de peces y otras especies marinas en las costas del Atlántico que Gran Bretaña comparte con Francia, Portugal, España, Alemania y Dinamarca.

Nada de eso será fácil, como lo deja ver lo difícil que fue negociar los tratados de libre comercio entre la Unión Europea y Japón (casi diez años de negociaciones) y entre la Unión Europea y Canadá (más de cinco años de negociaciones).

Será necesario prestarle atención también al futuro de la relación de GB con Estados Unidos. No dudemos que Trump tratará de sacar provecho de la victoria de los conservadores para iniciar, también, negociaciones para un tratado de libre comercio que, a querer o no, pondrá en peligro el futuro de la seguridad social británica.

Por lo pronto, sólo queda esperar a ver cómo se desgranarán estos efectos y, sobre todo, ver si otros países de Europa, actualmente en la Unión Europea, deciden seguir el ejemplo de GB o si, ante lo que se viene, prevalece la prudencia y la sensatez y se evitan mayores daños a un sistema que GB ha pateado, pero que le dio a Europa el más largo periodo de su historia, quizás desde el siglo II de nuestra era, sin guerras que involucraran grandes porciones de territorio del continente.

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