Los “milagros” de Gravedad

En 1895 los hermanos Auguste y Louis Lumière convocaron a los habitantes de una localidad cercana a Marsella, en Francia, para algo que cambiaría sus vidas y, sin duda, al mundo entero. En el Teatro Edén por cierto reinaugurado recientemente como el cine más antiguo del ...

En 1895 los hermanos Auguste y Louis Lumière convocaron a los habitantes de una localidad cercana a Marsella, en Francia, para algo que cambiaría sus vidas y, sin duda, al mundo entero. En el Teatro Edén —por cierto reinaugurado recientemente como el cine más antiguo del mundo— y en una improvisada pantalla, se proyectó la primera secuencia cinematográfica de la historia, en la que los espectadores azorados vieron en 55 segundos cómo el tren llegaba a su estación. Algunos se pusieron de pie y se hicieron para atrás, aquella locomotora parecía salirse del escenario para arrollarlos.

En 1902 otro visionario vanguardista francés inició el desarrollo de los efectos especiales. George Méliès, ilusionista y cineasta filmó Viaje a la Luna, que bien podría ser la primera película de ciencia ficción de la historia del cine. En 114 años de historia el cine ha sorprendido a millones de espectadores en todo el planeta y se ha reinventado a través de la tecnología, de la que recientemente se ha abusado anteponiéndola a la función primordial de una película: contar una historia, sin que los efectos especiales la dejen en segundo plano.

No soy gran entusiasta de la 3D. De hecho aquí he comentado que sólo reconozco dos películas en las que está bien usada, para enfatizar la historia y conectarse con las emociones del espectador: La invención de Hugo Cabret, de Martin Scorsese, y que es además todo un homenaje a George Méliès, y el documental Pina, de Wim Wenders, en el que hace un seguimiento de la compañía de danza de la fallecida coreógrafa alemana Pina Bausch.

Ahora ya tengo tres películas en esa lista de las que usan bien la 3D. La tercera se estrena mañana. Ha causado impacto en donde se presenta y, en efecto, el dominio de esa tecnología arropa, enfatiza y potencializa la historia que se nos cuenta: Gravedad (Gravity, Estados Unidos, 2013).

Está dirigida y coescrita junto con su hijo Jonás por Alfonso Cuarón, realizador mexicano egresado del CUEC, Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, en cuya filmografía se cuentan los largometrajes Sólo con tu pareja e Y tu mamá también en el cine nacional, y La princesita, Grandes esperanzas, Harry Potter y el prisionero de Azkabán y Niños del hombre en Hollywood. Por cierto, su documental La doctrina del shock es imperdible. 

Gravedad puede definirse como una experiencia cinematográfica y uno de los mejores elogios —independientemente de cómo lo interpreten los realizadores— que ha podido recibir, es la participación en la conferencia de prensa de un desafortunado reportero de TV Azteca que tuvo a bien preguntar a los Cuarón cuáles fueron las dificultades de filmar en el espacio: hay quien se cree que de verdad estaban en el espacio.

Usted tiene que verla en 3D. Gravedad es la prueba de que la tecnología bien empleada para envolver una historia puede ser un gran recurso del cine moderno para conectarse con el espectador, conmoverlo, apalearlo, hipnotizarlo, llevarlo al espacio, flotar desde las alturas y ver a la Madre Tierra a la que hay que volver a como dé lugar.

No quiero abundar en detalles sobre esta película; no voy a echarle a perder la experiencia con reseñas. Prefiero compartir con usted mi plática con Alfonso Cuarón, al que le recordé que cuando hablamos para la promoción de Niños del hombre comentó que en un largo plano secuencia muy complicado, en el que Clive Owen corre con la joven embarazada brincando entre cuerpos, escombros, fuego cruzado, explosiones, evitando soldados armados, y luchando por su vida, una gota de sangre (de utilería, obviamente) saltó a la lente. En ese momento Alfonso pensó que la escena estaba perdida, y Emmanuel Lubezki, conocido como El Chivo, uno de los mejores cinefotógrafos del mundo y a cargo de la fotografía en esa cinta le dijo: “¡No, ese fue un milagro!” La secuencia permaneció tal cual en la cinta con un gran impacto emocional en el público gracias a esa gota de “sangre”.

Le pregunté cuál fue el “milagro” en Gravedad, eso que no estaba planeado ni escrito en el guión y que le dio a la película una potencia adicional. Me contestó: Hubo dos milagros, Sandra Bullock y el impresionante talento de un gran cineasta, Emmanuel Lubezki.

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