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Seaspiracy, ¿dejarías de comer pescado?

Lorena Rivera

Lorena Rivera

Es prácticamente imposible no maravillarse o sorprenderse con la inmensidad de los océanos. Cubren el 71% de la superficie de la Tierra y contienen el 97% del agua existente. Son el hábitat de una enorme biodiversidad, así como los principales pulmones del planeta y aún tienen secretos sumergidos en las profundidades inexploradas.

A los océanos se les ha tratado como un basurero, no de ahora, sino desde mucho antes de que emergiera la problemática de la contaminación plástica.

Campañas van y vienen en contra de los plásticos de un solo uso, pero ballenas, delfines, tortugas, aves marinas y otras especies siguen muriendo por ingesta de ese material. No sólo eso. Las personas comen microplásticos que los peces y mariscos creyeron que era plancton. Así que se ve lejana la solución a este problema de 360 millones de toneladas o más de plásticos al año.

Lo anterior es apenas la punta del iceberg de todo el daño ocasionado por las actividades humanas.

A finales de marzo, Netflix lanzó el documental Seaspiracy, del británico Ali Tabrizi, el cual, en tan pocos días, ha generado polémica en varias partes del mundo. La coincidencia entre los comentarios es la llamada a ver la pieza de una hora 30 minutos de duración.

Dentro de la contaminación plástica, el documentalista desenmaraña el gran peso que tienen redes y cuerdas para pesca en las islas de basura flotantes y cuestiona a las organizaciones que se han volcado en el tema, pero ninguna —como Plastic Pollution Coalition— hace énfasis en esos artefactos que representan más de la mitad del desecho que mata a las especies marinas.

Además, flotan engaños o verdades a medias respecto de los sellos dolphin safe, los cuales se supone que se otorgan cuando la técnica de pesca de atún no es perjudicial para los delfines. De acuerdo con la organización Earth Island Institute —citada por el documental—, no puede garantizarse que no haya delfines capturados o lastimados y no siempre hay observadores en las embarcaciones; además, éstos pueden ser sobornados para obtener el sello.

La ONG Marine Stewardship Council, responsable de otorgar certificaciones de pesca sostenible, rechazó responder si en verdad existe o no esta “buena práctica”.

Y como no se cumplen los controles ni regulaciones, cada año, cientos de miles de tiburones, tortugas y delfines quedan atrapados en redes junto a los peces y mariscos destinados a los mercados de consumo, a lo cual se le llama captura accesoria. Esas especies atrapadas “accidentalmente” morirán.

Las aportaciones de mayor peso en el documental provienen de la prestigiada bióloga marina Sylvia Earle; el profesor en conservación marina y oceanógrafo Callum Roberts, así como del periodista y ambientalista George Monbiot, quienes coinciden en señalar que en ninguna parte del mundo existe la pesca sostenible. Tampoco lo es la piscifactoría, porque el impacto es alto. Así que ese salmón rosado de criadero que comemos en busca de omega 3 tiene detrás una historia de condiciones insalubres, parásitos y enfermedades.

De acuerdo con los científicos y activistas entrevistados, la pesca comercial o industrial, así como la sobrepesca, son las actividades humanas más devastadoras para los océanos y, de seguir al mismo ritmo de captura, llegará el día en que morirán.

Las imágenes proyectadas sobre matanzas de tiburones, delfines y ballenas, así como las de los esclavos asiáticos para la captura de camarón, no sólo son estremecedoras, sino también dan cuenta del grado de crueldad del que es capaz el ser humano sin siquiera sentir remordimiento.

La pesca comercial a gran escala atrapa hasta 2.7 billones de peces al año, de acuerdo con Seaspiracy. No hay actividad que mate más animales en el mundo.

La sobrepesca ha llevado a especies al borde de la extinción, como el atún rojo, un botín multimillonario en el mercado de Tokio. Además, la industria pesquera en Japón culpa a los delfines de la escasez de peces, por eso, la excusa es matarlos porque se “acaban” los peces.

Después de documentar todas las atrocidades contra los océanos y la vida marina, Tabrizi llega a la conclusión de no volver a comer pescados ni mariscos. Quizá después de ver Seaspiracy usted sienta el deseo de sumarse, pero la realidad es cruda. Alimentar a más de siete mil millones de personas en el planeta no es tarea fácil y, según la FAO, más de dos mil millones dependen de productos pesqueros.

Para otros, Seaspiracy es la herramienta para vender el vegetarianismo o el veganismo, decisión que cada quien debe tomar informándose sobre los hábitos actuales de consumo.

Lo cierto es que la relación entre la humanidad y los océanos no puede seguir siendo de saqueo y destrucción. Los científicos aportan un dato que no debe pasar inadvertido: los ecosistemas marinos tienen la capacidad de regenerarse, sólo es cuestión de pescar menos y protegerlos más.

¿Estamos dispuestos a ello?

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