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La vida o la bolsa

Lorena Rivera

Lorena Rivera

Son omnipresentes. Las bolsas de plástico y otros artículos de este material, derivado del petróleo y gas, están por doquier. Haga el ejercicio de mirar a su alrededor y ubique cuántos hay.

En el supermercado, en el área de frutas y verduras, encontrará ensaladas desinfectadas y listas para comer en bolsas de plástico.

Se supone que esos empaques y envolturas fueron pensados para mantener la frescura de los alimentos, además de proveer un manejo higiénico.

Aun así, esas envolturas tardarán cientos de años en degradarse. ¿Entonces?

El plástico se inventó a finales de 1800 y se popularizaron los contenedores hacia la década de 1940, con la introducción de la famosa marca Tupperware.

A la par, algunos productos fueron dejando el vidrio para dar paso al envasado en plástico, como la salsa catsup y la mostaza.

Otro artículo que facilitó el manejo de productos fue la bolsa de plástico, la cual se inventó en Dinamarca en 1965 y desde ese entonces a la fecha ha sido sorprendente cómo desbancó a las bolsas de papel y reutilizables de tela.

Debemos reconocer su utilidad, sin embargo, ese beneficio pasó vertiginosamente al abuso. Ahora lo correcto es acelerar la reducción en su producción y uso, así como disminuir el desperdicio.

Pero para ello se requieren reglamentos que prohíban o graven tanto producción como uso, sin lugar a resquicios, además de la creación de fondos —públicos y privados— para recolección, manejo y reciclaje correctos.

Debe quedar muy en claro cuáles son los rubros en los que no queda de otra más que usar bolsas plásticas —como las de los sueros o medicamentos de vía de administración intravenosa— o aquellas necesarias para manejo seguro e higiénico.

Debido a los daños y colapsos al ambiente, la guerra se ha enfocado hacia las bolsas y otros artículos de plástico de un solo uso, como popotes, cubiertos, vasos y platos.

En el caso específico de las bolsas, tienen una vida útil de apenas 12 minutos. Claro ejemplo del úsese y deséchese sin tomar en cuenta que, al llegar a diversos ecosistemas, los animales las confunden con alimento, llevándolos a la muerte. Además, tapan drenajes y desagües, y cuando llueve a cántaros hay inundaciones.

Algunos plásticos, en el proceso de descomposición, pueden desprender tóxicos como estireno y benceno, dañinos para la salud.

Las cifras disponibles son abrumadoras. Cada año, según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, se consumen más de cinco billones de bolsas de plástico. Una sola bolsa puede tardar de entre 150 a mil años en descomponerse.

Sólo en 32 países las bolsas de plástico están prohibidas, de ésos, 18 son africanos. En algunas otras naciones las autoridades instrumentaron impuestos.

Es el caso de Irlanda. A partir de 2002, las autoridades implementaron el PlasTax, el cual es un gravamen del 20% sobre las compras que se aplica a los usuarios de bolsas plásticas.

Y como lo que más pesa es pagar impuestos, el consumo de bolsas cayó 90%; lo mejor, la recaudación se destina a la protección ambiental y programas de reciclado.

El 26 de mayo de 2015, en Francia, entró en vigor la prohibición de entrega y venta de bolsas plásticas no biodegradables en los supermercados.

Mientras que, al inicio de este año, en la CDMX entró en vigencia la prohibición del uso de bolsas de plástico para acarreo en supermercados, mercados, departamentales y comercios de diversos giros. Pero la ley es ambigua.

Si bien la autoridad debe mitigar la contaminación plástica y de todo tipo, debe hacerlo sin afectaciones.

En los establecimientos aparentemente hicieron una exitosa sustitución de bolsas de plástico por reutilizables y de papel, pero resulta que ésas no son amigables con el ambiente.

Usar bolsas de papel implica talar más árboles, mayor contaminación y derroche de agua en el proceso de su producción. Además, éstas requieren cuatro veces más energía que una bolsa de plástico.

La de papel se usa una vez y para que su huella de carbono sea menor debería reutilizarse 43 veces, de acuerdo con la Organización en Favor de la Economía Circular del Plástico. Lo cual no es así. Se usa y luego se tira, aunque se degrade en menos de un año.

Apostarle a las bolsas de algodón tampoco es la solución porque tienen un mayor impacto ambiental durante su producción y tendrían que utilizarse 131 veces para dejar una menor huella de carbono.

El problema también es de educación y del manejo final que se les dé.

Si hay bolsas de plástico en los mares y ríos es porque alguien las puso ahí o las dejó en las orillas.

Combatir el problema del plástico requiere repensar usos y adoptar alternativas con alto contenido de materiales reciclados, además de reutilizables, biodegradables y compostables, así como la implementación de leyes claras e impuestos.

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