En México cae agua donde no sirve; el campo se seca
En esta temporada de lluvias una de las más intensas en años, México vive una paradoja. Mientras las ciudades sufren inundaciones y daños por doquier, el agua disponible para producir alimentos es cada vez menor. Esta contradicción revela que la escasez trasciende los ...
En esta temporada de lluvias —una de las más intensas en años—, México vive una paradoja. Mientras las ciudades sufren inundaciones y daños por doquier, el agua disponible para producir alimentos es cada vez menor.
Esta contradicción revela que la escasez trasciende los ciclos climáticos naturales y demanda soluciones científicas urgentes.
La agricultura mexicana atraviesa momentos críticos desde 2021. El estado más afectado es Sinaloa, considerado el granero del país.
De acuerdo con el Grupo Consultor de Mercados Agrícolas (GCMA), las presas sinaloenses tienen un nivel de llenado muy por debajo de 25 por ciento. Se necesita, al menos, 45% para garantizar un programa de siembras normal que contemple más de 700 mil hectáreas de granos y hortalizas.
Esta situación representa un motivo de preocupación de cara al próximo ciclo agrícola.
Frente a esta crisis, el gobierno estatal ha implementado medidas de emergencia sin sustento científico. La más llamativa es bombardear nubes con moléculas de yoduro de plata para estimular la lluvia.
Estas acciones no son una solución real. Al contrario, representan un gasto de recursos que podrían aprovecharse en metodologías probadas científicamente.
Es cierto que este año ha llovido más que en años anteriores (2021-2023), lo cual da un respiro momentáneo. Sin embargo, uno de los males del país es esperar que llueva, en lugar de implementar medidas verdaderamente costo-efectivas.
Existe una metodología que busca hacer frente a los impactos de la crisis climática en la agricultura: la Agricultura Climáticamente Inteligente (ACI).
Desarrollada por la FAO, esta metodología tiene tres objetivos claros:
1) Aumentar sosteniblemente la productividad y los ingresos agrícolas.
2) Crear resiliencia ante el cambio climático.
3) Reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (incluyendo ganadería y pesca).
La importancia es evidente, el sector agrícola global es responsable de la cuarta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero.
El error más común al abordar la ACI es pensar que hay una sola receta aplicable para toda la agricultura del planeta. La realidad es muy distinta.
Los impactos del cambio climático y la vulnerabilidad de las comunidades deben evaluarse local y regionalmente. Un agricultor de los Altos de Chiapas no enfrenta los mismos desafíos que uno de Sinaloa o de Sonora.
Incluso dentro del mismo estado, Guasave tiene características diferentes a las de Culiacán o Ahome. Por tanto, las soluciones tampoco pueden ser iguales.
Los elementos fundamentales para implementar ACI incluyen condiciones climáticas específicas, tipo de suelo y recursos hídricos disponibles, sistemas de riego existentes, variedades de cultivos locales, conocimientos ancestrales, infraestructura disponible y condiciones socioeconómicas.
Ignorar cualquiera de estas variables reduce la efectividad de las intervenciones. Peor aún, puede agravar la vulnerabilidad de los productores. Nuestro país, por su diversidad en ecosistemas agrícolas, clima, topografía, hidrografía y cultura, representa un caso de estudio interesante para la ACI.
El Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) en México ha impulsado iniciativas exitosas. Entre sus logros destacan agricultura de conservación, manejo agroecológico de plagas y sensores ópticos para optimizar fertilización.
Junto con la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader) desarrolló el Atlas Molecular del Maíz. Este trabajo científico estudia diferentes razas y variedades a nivel genético.
Tiene más de 42 mil muestras de maíz, incluidas 24 mil de maíces nativos; se han generado más de 50 billones de datos para encontrar variedades resistentes a calor, sequía, plagas y enfermedades. El resultado: semillas mejoradas de maíz y trigo más productivas y resistentes al cambio climático.
En el sur de Sonora, el CIMMYT ha apoyado a agricultores a implementar agricultura de conservación. Esta alternativa viable genera ahorros significativos en costos de producción y mayor producción con menos recursos hídricos.
El sistema se basa en tres pilares: mínima labranza, cobertura permanente del suelo y diversificación de cultivos.
La organización alemana International Climate Initiative desarrolló un modelo exitoso en 12 comunidades indígenas de la región Mixteca de Oaxaca.
El modelo, implementado por la organización Proyecto Mixteca Sustentable, combinó agricultura climáticamente inteligente con conocimientos tradicionales. Se aplicó en zonas degradadas para garantizar seguridad alimentaria mientras se restauraba el paisaje.
La metodología incluyó diagnósticos comunitarios participativos, desarrollo de capacidades locales, adopción de buenas prácticas agrícolas y reforestación con especies nativas.
El resultado demostró que la integración de conocimientos ancestrales con ciencia genera soluciones efectivas contra la desertificación y la pérdida de biodiversidad.
Lo anterior demuestra que hay soluciones, pero la transformación del sector agrícola mexicano enfrenta múltiples barreras.
Los tres niveles de gobierno destinan pocos recursos al sector. La adopción de nuevas tecnologías requiere inversión, capacitación y cambio de mentalidad.
Los pequeños productores representan la mayoría del sector, pero necesitan apoyo financiero y técnico para acceder a semillas mejoradas y sistemas de riego eficientes.
La dependencia de lluvias estacionales ya no es viable en un contexto de cambio climático acelerado.
México se acerca a un momento decisivo para su agricultura y la elección es clara, seguir esperando que llueva o apostar por la ciencia y la tecnología.
Los casos exitosos de CIMMYT, Sonora y Oaxaca demuestran que la agricultura climáticamente inteligente no es sólo teoría. Es una realidad que puede salvaguardar la seguridad alimentaria del país.
Y la pregunta no es si el país puede implementar estas soluciones, sino si tendrá la voluntad política y los recursos para hacerlo antes de que sea demasiado tarde.
El campo mexicano no puede esperar más lluvias. Necesita decisiones inteligentes. México hacia 2026 estará en una encrucijada agrícola.
