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Más negro que la noche

La Crítica

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Por Alonso Díaz de la Vega

El solo hecho de rehacer una película exitosa implica en algunos casos la inseguridad de superar la original con una obra nueva, pero sobre todo la comodidad de recrear. La imaginación descansa cuando se siguen pautas. Más negro que la noche (2014) padece de esta falta de creatividad, evidente no sólo en el estilo que revela una poética de televisión con su obvia iluminación, su sonido predecible y su limitado talento actoral, sino también en el pensamiento, pues refleja más las ideas de un México de los años 70, cuando se hizo la original, que las del actual. La moralidad inquisidora que extermina a los viciosos y los libertinos es un vestigio de la paranoia de la Guerra Fría, que asociaba la libertad sexual con el comunismo, y del choque generacional entre los baby boomers y sus padres, la generación que combatió en Europa y el Pacífico. Una cinta que plantea el choque entre los espectros de una generación anciana y un grupo de millennials es un anacronismo, un recuerdo de las preocupaciones de antaño. El director Henry Bedwell crea con Más negro que la noche una visión que contrasta con los temas del horror contemporáneo, donde predomina el metraje encontrado. El cine de horror de hoy está más preocupado por la realidad de lo paranormal que por el rescate moral de la juventud. Oculus (2013), Silencio del más allá (2014) y la interminable franquicia Actividad paranormal son prueba de que la tendencia contemporánea es un intento por cuestionar la razón o el misticismo en una era definida por la competencia entre el conocimiento y la fe.

Más negro que la noche es irrelevante desde su mero planteamiento, pero su narrativa no hace el menor intento por desarrollar un argumento, aunque vetusto, memorable. La incoherencia y la inconclusión definen toda la dramaturgia. Nunca se esclarece el lesbianismo latente entre Greta (Zuria Vega) y Pilar (Eréndira Ibarra), como tampoco se entiende si la casa está causando la crueldad que empiezan a mostrar las amigas entre sí. La repentina revelación de que Greta ha tenido contacto con su hermana muerta durante toda su vida no aporta nada a la historia, de la misma manera que el escepticismo de María (Adriana Louvier) es meramente decorativo. Nada tiene un propósito claro ni un desenlace satisfactorio porque la intención es solamente revivir una anécdota con tantas encarnaciones como parodias: la mansión embrujada. Bedwell es perezoso y en vez de reconocer la influencia de Carlos Enrique Taboada se roba su historia, pero carece de la habilidad para contarla con una voz estéticamente placentera o expresiva. Los elementos se conjugan en un filme trillado del que el espectador sabe todo aun antes de que comience. Más negro que la noche es un activador mnemónico que nos hace recordar todas las películas que habíamos olvidado por la misma razón que ésta desaparecerá de nuestra consciencia.

Dirige:

Henry Bedwell.    

Actúan:

Zuria Vega.

Eréndira Ibarra.

Adriana Louvier.

Ona Casamiquela.

@diazdelavega1

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