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El diálogo o el insulto, de ida y vuelta

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

Lo ocurrido este fin de semana con la famosa portada de la revista Proceso es de locos y demuestra el grado de polarización que se ha inoculado en la sociedad con costos todavía impredecibles. Por si alguien no se enteró, Proceso publicó una portada con una foto de un López Obrador poco agraciado, envejecido, y con la leyenda “AMLO se aísla, el fantasma del fracaso”. Nada más. No es diferente a las portadas que ha hecho Proceso por décadas.

Tampoco es diferente a lo que también ha hecho Proceso en forma frecuente, sobre todo, desde el retiro de Julio Scherer García de su dirección editorial: sacar portadas muy duras que no están respaldadas por la información que lleva en sus interiores.

Me parece, en ese sentido, una mala praxis periodística, pero están en su derecho a hacerlo. En esta ocasión esa portada se basaba en una entrevista (nunca citada en la portada) con el jurista Diego Valadés, un hombre afín al presidente electo, como lo fue de Jorge Carpizo, de Manuel Camacho y de Marcelo Ebrard, donde en realidad Diego termina hablando de otras cosas, mucho más sutiles en un ámbito y mucho menos duras en otros, que lo que refleja la portada.

Hubiera pasado bastante poco si la reacción en contra del semanario no hubiera sido tan desmesurada por parte de muchos de los seguidores de Andrés Manuel López Obrador incluyendo la presidenta de Morena, Yeidckol Polevnsky. Una polarización inexplicable e innecesaria que es parte también del lenguaje que ha recuperado el presidente electo en las últimas semanas cuando escucha o lee críticas que no le gustan.

No es válido lo que periodísticamente hizo Proceso, pero tampoco lo son los desgarres de vestiduras y los ataques a un medio que tampoco estaba, en su portada y mucho menos en interiores, “atacando” al presidente electo, sólo advertía del peligro de algo que le ha ocurrido a la mayoría de los presidentes que he conocido: la tendencia a aislarse, encerrar en un entorno cada día menor, encapsularse y terminar llevando al fracaso su proyecto político o parte del mismo.

El tema merecía y merece una reflexión serena, como la que hace Valadés, se esté o no de acuerdo con ella. No una feria de excesos en redes sociales donde se refleja el grado de enfermedad social que estamos sufriendo con una polarización, un encono y una virulencia hacia cualquier tema directa o indirectamente relacionado a AMLO, que por sí sola llevará, y ese debería ser el principal motivo de reflexión, al fracaso a cualquier proyecto. El encono y la polarización pueden sumar en el corto plazo, en el largo, inevitablemente, destruyen, a unos y a otros.

Nadie le puede pedir al presidente electo “que se calle” (eso hizo Peña y ha pagado un costo altísimo) y está muy bien que insista en que “la libertad implica mensajes de ida y vuelta”, que proponga un debate “respetuoso” y un “diálogo circular”, pero no he visto el diálogo ni el derecho de réplica en todo este asunto: se han concentrado en descalificar a un medio que hasta anteayer era el más lopezobradorista sin debatir su contenido. Y no hablemos de lo que han dicho los partidarios y adversarios de López Obrador en redes sociales: un verdadero rosario de insultos sin, casi, un solo argumento. Unos y otros descalificaron, incluso, ayer a Diego Valadés, cuando simplemente quiso explicar cuál era su posición, que en lo personal no comparto, pero que me parece muy respetable.

El punto está, precisamente, en eso, en el respeto. Y el mismo tiene que incluir a los medios, pero tiene que partir del presidente electo y su equipo. Sus palabras tienen un peso que no tiene ningún medio de comunicación. Si él o sus más cercanos pasan de la respuesta o la réplica al insulto abierto o soterrado, ese mismo insulto, como dice López Obrador, se regresa y el desgaste para las instituciones, para los medios y para todos nosotros será cada día mayor.

Como ha escrito Leo Zuckermann, cuando el presidente pone etiquetas, algunas de ellas insultantes, o no cuida su lenguaje, se dificulta el diálogo respetuoso o la posibilidad de una réplica seria que él mismo reclama. El diálogo debe ser circular, pero primero tiene que ser un diálogo, no un rosario de insultos.

Por cierto, buena parte de este cataclismo tiene origen en la cancelación de la construcción del aeropuerto de Texcoco. Como ya hemos dicho, ésa fue una demostración de poder y autoridad del presidente electo. Pero, más allá de que se puedan ampliar de alguna forma las terminales del actual aeropuerto y que se intende revitalizar Toluca, es evidente que Santa Lucía resulta inviable.

 La alternativa tendría que ser clara: hay que privatizar lo que queda de la obra, hacer que la iniciativa privada (los actuales inversionistas acompañados, incluso, con otros) ponga los recursos para concluir y administrar el nuevo aeropuerto en sociedad con el gobierno federal, si hubo malos manejos, transparentarlos, y si es posible castigar a los responsables.

De esa forma ni se perdería lo ya invertido, ni se asumirían los costos de la cancelación de la obra ni tampoco de emprender algo inoperable como Santa Lucía. Sería una decisión de ganar-ganar y se inscribiría en ese diálogo respetuoso y de ida y vuelta que propone el presidente López Obrador.

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