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López Obrador y el reto de los intelectuales

Ignacio Anaya

Ignacio Anaya

 

Más que defender su poder político, lo que en este momento el presidente Andrés Manuel López Obrador enfrenta es un abierto debate por la verdad; si lo gana podrá dominar la razón pública y con ella alcanzar la gobernabilidad que las masas obsequian cuando se convencen de sus líderes.

De ninguna manera esta es una reyerta inesperada, ni para él ni para su equipo, porque la campaña electoral tomó visos de gresca no sólo por los sufragios sino por las ideas. Pero, ¿qué ha pasado? ¿Cómo ha sido posible que un importante segmento de intelectuales lo haya llevado a su terreno donde son ellos quienes dominan la memoria, los argumentos y la coherencia?

En sus primeros cuatro meses de gobierno López Obrador está dando una singular batalla, sólo que en una arena ajena. Y aunque el presidente se revela como un singular gladiador, que acepta los retos de la clase intelectual, carece de escuderos cultivados en la sapiencia o en las artes del hombre de letras. Quizá existen esos pensadores pero en este momento no están presentes, no a su lado.

Para comprender por qué estos adversarios ideológicos están horrorizados de que el tabasqueño dirija el rumbo de la nación, quizá tenga sentido advertir cómo desde sus respectivas esferas de influencia, en gobiernos anteriores, muchos intelectuales asumieron que ya tenían ganado el lugar que la erudición les ofrecía. El estilo personal del nuevo presidente, empero, les deja sin aliento ante la decisión de prescindir de ellos, de su sapiencia, de sus conocimientos y buen gusto.

Es muy temprano -aún- para saber qué tanto interesa al mandatario impulsar círculos académicos cercanos a su ideario; lo cierto es que a juzgar por varias de sus decisiones y ofrecimientos, particularmente por su ideario cultural así como de justicia social, se perfilan la reinterpretación de todo lo que ha acontecido. Es difícil estimar los propósitos políticos del mandatario frente a hechos consumados, pero no puede haber duda de que los interpreta de forma distinta a como se hacía todavía en el sexenio anterior.

Por eso el proyecto de nación de López Obrador implica más que el profundo replanteamiento de principios políticos; en realidad constituye una verdadera vuelta de tuercas respecto de la bitácora institucional a la que estábamos acostumbrados, aunque en formato radical y abrupto si no es que rudo.

Eso parece ser la autonombrada “cuarta transformación”: el reacomodo de las piezas del enorme rompecabezas que configuran la república mexicana. Un presente inmediato, pero distinto y desde aquí la reformulación del pasado, sin importar que la ecuación siempre sea la misma, porque lo importante no es lo que ha sido sino lo que proyecte. Sin embargo, en este legítimo plan para incorporar nuevos significados a conceptos claves como bienestar, justicia, inclusión y bienestar, López Obrador también carece de cronistas que relaten pero que sobre todo documenten su ambicioso propósito (recuérdese que él quiere pasar a la historia como un gran estadista).

Hasta el momento no se perfilan narradores institucionales o al menos ideológicos del lopezobradorismo. Para muchos eso puede ser bueno. No obstante esto es aprovechado por sus críticos formados en las letras, la historia o el arte, quienes saben del valor estratégico que representa evitar que nadie, distinto a ellos, ocupe tan importante vacío en la narrativa presidencial. ¿Cuánto tiempo los académicos e ilustrados van a mantener abierta la trinchera de marcaje docto en contra del actual presidente mexicano? Seguramente todo el sexenio, pero algo es cierto: tienen en contra la popularidad del presidente mexicano que es impresionantemente elevada. También tienen en contra su fuerza mediática, tasada en las redes sociales, pero sobre todo el control del Congreso de la Unión y de la mayor parte de los congresos locales. Tan importantes círculos de eruditos y libre pensadores, que desde la campaña presidencial marcaron distancia hacia López Obrador no están, ni parecen, dispuestos a permitir que el ejecutivo acumule aciertos. Quieren acorralarlo exhibiendo su retórica, señalándolo de paso como un improvisado que consecuentemente se equivoca. Por eso le ponen señuelos, pues necesitan que confunda el rumbo, que cometa errores, todos los que sean posibles.

Pero, ¿en realidad el presidente mexicano no sabe lo que dice? ¿Se trata de un político de corta visión y nula ilustración? A juzgar por la forma en que construye su prosa, López Obrador tiene muy clara la ruta a seguir, no por otra cosa conecta con millones de ciudadanos. Su agenda permanentemente incluye contenidos de interés popular y los programas sociales que impulsa son bien recibidos. En sus mítines, discursos y conferencias de prensa se proyecta informado, dinámico y hasta carismático.

De ninguna manera es un político improvisado. Tiene 17 libros publicados y es quien más veces ha recorrido el país, incluidos los municipios más pequeños y olvidados. Su energía está dirigida a las masas, que han comprendido la fuerza de sus votos. Una mayoría que él conoce como nadie, mucho mejor que los intelectuales. ¿Será que en algún momento el presidente llevará el debate de las ideas y la academia al terreno popular? Es pregunta.

 

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