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El síndrome del cangrejo

Francisco Zea

Francisco Zea

Línea estratégica

Ante la crisis que se presenta por la lucha en contra del huachicoleo, siempre hay gente que quiere sacar raja. Por eso es necesario que el nuevo gobierno también ponga un ojo en los abusos de los gaseros. El robo a los consumidores de Gas LP, le pega a todas las clases sociales. El problema tiene la misma dimensión que la falta de gasolina o quizá peor.

Es necesaria la intervención en este problema de la secretaria de Energía, Rocío Nahle, y del procurador federal del Consumidor, Ricardo Sheffield. Existen empresas que llevan más de 20 años lucrando con el despacho incompleto del gas, como Tomza y sus filiales.

Evidentemente, trasciende la información desde los competidores gaseros, pues Tomás Zaragoza, dueño de la mencionada empresa, ha convertido el mercado en un “monopolio”. Según ha trascendido, Tomza y sus filiales defraudan en tanques de 10, 20 y 30 kilogramos, quitándoles entre uno y tres kilogramos. De la misma forma roban en los tanques estacionarios de hoteles y condominios, alterando los medidores de sus pipas. El colmo en esta práctica es que la replican en hospitales a nivel nacional. Algunas de sus filiales con las que defraudan son Unigas, Gasomático, Gas y Servicio, Mexicana de Gas y Gas Vehicular Silza, entre otras. La actividad descrita arroja al señor Zaragoza entre 25 y 30 millones de pesos mensuales, una cifra de locura, suficiente para comprar a muchos corruptos.

Además de lo anterior, Tomza ha publicado en medios nacionales planas enteras en las que explica a la gente que ellos sí tienen gas suficiente para el abasto del mercado y que son el más grande importador de gas del país. Esto con el propósito de presionar a Pemex a que renten sus cuatro buques-tanque, valorados en 200 millones de dólares cada uno, a un precio excesivo, cosa que la paraestatal no ha aceptado.

Asimismo, hay un sospechoso interés de los senadores Cruz Pérez Cuéllar, Salomón Jara, Armando Guadiana, presidente de la Comisión de Energía de la Cámara alta, y otros miembros de dicha comisión. Supongo que el presidente López Obrador no está enterado del asunto, pues ya los hubiera puesto en cintura.

¿Se acuerda usted, querido lector, del político mexicano que se plagió un discurso de Frank Underwood, presidente de EU en la serie de Netflix House of Cards? El exalcalde de San Damián Texoloc, Tlaxcala, Miguel Ángel Covarrubias. A este payaso, que hizo las delicias de los productores de la serie, quienes se pitorrearon de él en redes sociales, hay que ponerle un alto.  Le cuento por qué. Este fin de semana fui invitado a Val’Quirico, un paraíso dentro de Tlaxcala, que con sus contados metros cuadrados recibió el año pasado 600 mil turistas, cantidad equivalente a los visitantes de todo el estado. Val’Quirico es el proyecto de cuatro soñadores que quisieron poner un “pueblito” idílico en donde hubiera restaurantes, casas, comercios y que emulara a la Toscana italiana. Este lugar, después del trabajo de muchos mexicanos honrados y que se parten el alma trabajando, se ha vuelto un destino magnífico de fin de semana, donde las familias conviven, se divierten y disfrutan de su arquitectura y de las delicias que ofrece el lugar, se ha vuelto un oasis en el estado más pequeño de México.

Y cuando el lugar está “floreciendo” y volviéndose un atractivo turístico, este “legisladorcete” plagiario de series ha propuesto que se le cargue la mano en toda clase de impuestos a este nuevo paraíso. Es lamentable que cuando algo sale bien, salta a la escena un “traumado mental” que quiere fregárselo. Sin duda, quiere aplicar “el síndrome del cangrejo”. Es aún más mezquino que este proyecto, que ha modificado la economía de los habitantes de la zona, revitalizando la economía del estado y que ha logrado que mexicanos y extranjeros volteen a ver a Tlaxcala, sea atacado por un representante social de la entidad.

¿Qué lo motiva? ¿Qué interés lo mueve? Creo adivinar que es su propia estupidez, no hay de otra. Gente chiquita y estúpida que odia el éxito ajeno. La gente perdona hasta las patadas en los cataplines, pero nunca, nunca, el éxito de otro.

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