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¿Queremos aún que exista la universidad?

Fernanda Llergo Bay

Fernanda Llergo Bay

 

 

Parece que aun pasada la experiencia académica totalmente virtual durante la pandemia, continúa en la mente de los estudiosos, la pertinencia de la universidad. Como escribí hace meses, sigo siendo una convencida de la necesidad de los estudios universitarios. Constantemente me he cuestionado: con las diferentes ofertas educativas que han surgido, ¿debe continuar viva la universidad?, y también constantemente, respondo, sin dudar, con un “sí” rotundo. Sí en cuanto a su misión originaria planteada hace casi 900 años, fiel a la unidad de saberes; sí, con esa misma ancla en su esencia, pero entendiendo el contexto actual para responder a las interrogantes del siglo XXI. Esto requiere mutar, reconfigurar sus metodologías para adaptarse a la situación global que aceleró un proceso de disrupción en los modelos universitarios que venía gestándose desde hace unos años y que impacta directamente su quehacer, incluso su viabilidad desde prácticamente todas las perspectivas. Lo anterior incluye la definición de modelos formativos y pedagógicos, la estructuración de los contenidos a transmitir a los alumnos, el rol del profesor y del investigador, incluso la viabilidad del modelo económico que la universidad lleva utilizando los últimos 100 años.

El reto principal es aceptar que las generaciones de estudiantes han cambiado, lo cual es necesario conjugar con las experiencias que trajo la modalidad virtual, que si bien, en dos años fue total y obligada por la pandemia, nos dejó prácticas que responden adecuadamente a las necesidades e intereses de los actuales alumnos.

Es inminente, por tanto, la implementación intencionada de un ecosistema de innovación educativa en todas las áreas que conforman el quehacer universitario: desde el mobiliario y el soporte tecnológico, hasta las áreas de atención al alumno y soporte al docente, de modo que hagan posible el desarrollo armónico y óptimo de la labor esencial de la academia. Esto implica generar la sinergia indispensable de crecimiento y desarrollo, tanto en los profesores como en los estudiantes, en alineación con la misión y planeación estratégica para los próximos años.

Es la hora de cambiar el mindset que favorezca una respuesta de simple “adaptación para la supervivencia” a la “proactividad para prosperar con la innovación”, venciendo la inevitable resistencia al cambio, o peor aún, el regreso “disfrazado de alcance” a las prácticas del pasado, entendiendo como universidad en la era digital el uso de algunas herramientas tecnológicas en una metodología de enseñanza-aprendizaje tradicional. Es momento para la universidad de ampliar su espectro meramente academicista de transmisión de conocimientos teórico-prácticos para complementar la formación integral de futuros profesionales con competencia científica, habilidades blandas y live skills, que puedan además ejercer su labor y actuación en la sociedad, impregnada de los valores universales, con conciencia cívica y preocupación por el entorno; entorno ecológico, entorno inclusivo, entorno abierto a la trascendencia.

En el mundo globalizado, digitalizado e interconectado en el que nos encontramos sería poco realista pensar que el acceso a distintos saberes es exclusivo de las universidades presenciales. Ha crecido la demanda de la oferta educativa que optimice tiempo y recursos. La virtualidad juega a favor de la reducción de tiempos de traslados y facilita la intervención de profesores que, sin importar su ubicación geográfica y debido a la diversidad y amplio espectro de lugares laborales, mantienen en vanguardia sus conocimientos y práctica; abre foros para intercambio de mejores prácticas globales y oportunidades de internacionalización, tanto para alumnos, como para profesores.

Si bien es cierto todo lo anterior, también hemos entendido que nada reemplaza el encuentro presencial. Los años universitarios dejan experiencia académica, pero, sobre todo, y gracias al encuentro personal e intercambios que sólo se dan en la presencialidad, es un lugar que forja personalidades y de experiencias de vida.

Como decía el maestro Leonardo Polo, se trata de que los profesores favorezcan el saber y ayuden a los jóvenes a alcanzar su sentido personal. Ése es el verdadero sentido de la universidad: incrementar el conocimiento de verdades superiores y formar universitarios, lo que implica iluminar mentes y corazones. Afirmo que las universidades con capacidad para atender y entender a la persona integralmente están destinadas a seguir existiendo y serán artífices de los jóvenes que harán un mañana mejor.

Sí queremos que exista la universidad, pero la universidad que requiere nuestro tiempo.

 

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