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La amistad de Adán y Aristóteles, cuando hablamos de familia

Fernanda Llergo Bay

Fernanda Llergo Bay

Esta mañana continúo en el afán de compartir ideas sobre la familia desde perspectivas diferentes. Entendemos la familia como un organismo que favorece el movimiento natural del ser humano hacia la unidad o la búsqueda de realización y plenitud personal.

Dentro de la esencia misma de la familia, vemos su supervivencia gracias a la solidaridad que naturalmente desprende, más para hacer mayor hincapié, subrayaremos la correspondencia con la antropología grecolatina que tiene su origen en la comunidad.

Aristóteles mencionaba al Zôon politikón o el animal político, creciendo y conviviendo con otros en la polis, pero asentarnos sólo ahí nos igualaría a un buen bosque o una colmena eficiente que prosperan gracias a la convivencia solidaria.

Sin embargo, el hombre es un ser social, pero, además, uno con logos, discurso o palabra. El zôon logicon denota de manera más profunda al ser humano que el Zôon politikón, porque se dilata mucho más allá que la simple y requerida convivencia solidaria para sobrevivir.

 

Logoslogicon quiere decir lenguavoz. El hombre no sólo se expresa en términos de placer o dolor, de sobrevivencia natural instintiva, sino que es un ser al que le es posible discurrir, ofrecer un discurso, pensar, recapacitar, crear. Hablar, en la persona, se traduce en conversar.

Si regresamos a la antropología cristiana, refiriéndonos al libro del Génesis, encontramos esta interesante reflexión: Adán —antes de la creación de Eva— cataloga o registra a las criaturas al modo de los científicos. Las enlista, pues comprende que no existe una compañía adecuada para él, que ninguno de los animales es una compañía igual a sí mismo.

El profundo sueño en que Dios hace caer a Adán para tomar de él su costilla señala la igualdad con que la mujer fue creada. Ella no es otro ella es su sí mismo. Entonces la alegría de Adán es inmensa, sus palabras, cantan: “Esto sí que ya es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Nácar-Colunga, 1985, Génesis 2:23).

Esa carne de la carne habla de una forma fundamental de amor sexual, pero también la carne en el relato bíblico significa la centralidad de la persona, simboliza el yo. Esta unión requiere amistad, conversación, armonía de miras y propósitos.

Aquí encontramos también correspondencia aristotélica: la amistad auténtica, el amor sólo es posible en la semejanza. Por ello, el matrimonio es la amistad más plena entre un hombre y una mujer.

No se trata ya de mi sobrevivencia, de mi cuidado propio, sino de resguardar y dilatar mi vivencia a través tuyo. El centro es el nosotros, que se entreteje y da como fruto una familia. Por esto, la familia es siempre una comunidad que conversa y el sitio naturalmente diseñado donde el ser humano se configura como persona.

Cito a don Juan Luis Lorda:

Conocemos la fuerza que los amores familiares tienen para sacar lo mejor de las personas. […] Los padres normales se sacrifican con gran naturalidad sin pensar que hacen nada extraordinario. [..] Y esto es relativamente normal. Tan normal que, a veces, no se aprecia la calidad que tiene ni se le protege suficientemente.

[…] El amor auténtico a los hijos o al cónyuge hace generosas a las personas, les ayuda a vencer su egoísmo connatural, les hace más capaces de pensar en los demás. Y, en definitiva, les hace más honradas, más capaces para responder a lo que la vida les pide. Con la fuerza del amor se acostumbran a poner lo que deben por encima de lo que les apetece o conviene personalmente. (Lorda, 2011, pp. 203 y 204).

Quisiera continuar dialogando sobre la conversación, que tan naturalmente se da en la familia, y discurrir sobre cómo sobrevivimos al convivir, pero realmente vivimos al conversar, pero me detengo acá, a la espera de continuar con ustedes en una siguiente y pronta instancia.

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