El poder del perdón
Perdonar implica renunciar a la venganza y desear, a pesar de todo, lo mejor para el otro. Al decir “te perdono” a alguien, reconocemos el mal que nos han hecho y actuamos con libertad, no para olvidar la injusticia, sino para rechazar la venganza y los rencores
En el trajín diario de la vida, ya sea en el ámbito familiar, laboral o en nuestras interacciones con el entorno, es inevitable encontrarnos con desacuerdos, afrentas y decepciones. No podemos esquivar la injusticia, la humillación o las heridas, pues el mundo en el que vivimos, poblado por seres imperfectos, es todo menos perfecto. En este contexto, aspirar a relaciones impecables es una utopía. Ante este panorama, se nos presentan diversas alternativas. Podemos optar por la Ley del Talión, buscando saldar cada afrenta con otra afrenta, cada crítica injusta con una respuesta igualmente injusta, y cada acto de venganza con un castigo proporcional al agravio sufrido. Abundan las sentencias al respecto: “Ojo por ojo, diente por diente”, “a crítica injusta, una respuesta injusta”, “venganza justiciera, que justifica el castigo según el agravio”.
Cuando somos víctimas de una injusticia, algo se quiebra en nuestro interior, y este rompimiento se torna aún más profundo cuando la herida proviene de alguien cercano, como bien expresaron los árabes: “El único dolor que destruye más que el hierro es la injusticia que proviene de nuestros seres queridos”.
El resentimiento engendrado por estas afrentas es un dolor difícil de describir, más punzante, incluso que el sufrimiento natural que acompaña a una pérdida, pues implica la ruptura de la confianza y la decepción, provocando un malestar que carcome y quema desde dentro.
- Resulta interesante observar que muchas veces las afrentas que percibimos ni siquiera son intencionales, aunque poco importa en términos del dolor que generan. Lo verdaderamente relevante es la manera en que transitamos del resentimiento al perdón, como sugiere Francisco Ugarte en su libro del mismo título, una lectura que recomiendo ampliamente. ¿Es posible hacer esta transición? O, de manera más audaz, ¿es necesario transitar ese camino?
Frente a las heridas que recibimos, podemos sucumbir al impulso comprensible de la venganza, el distanciamiento o la ira. No obstante, resulta lamentable emplear nuestras energías en recelos, rencores o desesperación. También es triste ver el endurecimiento personal para evitar sufrimientos, encerrándose en una coraza, privando la capacidad de amar. Curiosamente, el antídoto para el resentimiento va en contra de lo que dicta nuestra naturaleza instintiva: el perdón. Sólo este último ofrece a los agraviados o humillados una oportunidad de renacer.
Según las reflexiones de la teóloga alemana Jutta Burggraft,, perdonar implica renunciar a la venganza y desear, a pesar de todo, lo mejor para el otro. Al decir “te perdono” a alguien, reconocemos el mal que nos han hecho y actuamos con libertad, no para olvidar la injusticia, sino para rechazar la venganza y los rencores, y para ver al agresor como un ser digno de compasión. Éste es un paso significativo, no exento de dificultades, pero absolutamente factible.
El perdón es un tema recurrente en consultas de psicología y psiquiatría, lo cual da cuenta de su complejidad. Un autor espiritual del siglo XX afirmaba que no necesitaba perdonar porque Dios le había enseñado a amar. Esta declaración sugiere un camino hacia el amor que evita el rencor. ¿Por qué aferrarse al resentimiento cuando todos hemos cometido errores? ¿Por qué no perdonar cuando este acto nos ennoblece?
En los días previos al 14 de febrero se habla mucho del amor, pero no me refiero al simple romanticismo de San Valentín, sino al perdón en el contexto de las relaciones personales más íntimas. Amar implica saber perdonar, no sólo en ocasiones especiales, sino también todos los días. Quien verdaderamente ama, sabe perdonar. Toda herida, por profunda que sea, puede cicatrizar con el perdón, incluso si es irreparable, pues este acto nos enaltece y nos permite seguir adelante.
Sin lugar a dudas, perdonar es posible y constituye un arte. Todos tenemos una historia propia, llena de luces y sombras, acompañada de oportunidades para convertirla en una biografía digna de ser recordada.
