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A 24 años del asesinato de Itzjak Rabin

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

El 4 de noviembre de 1995, el entonces primer ministro de Israel, Itzjak Rabin, fue víctima de un atentado que le quitó la vida, justo en los momentos en que finalizaba un evento público donde se celebraba el espíritu de paz que en los últimos meses, anteriores al asesinato, parecía haberse afianzado en esa conflictiva región. Su victimario fue un ciudadano judío-israelí, Igal Amir, que estaba convencido de que los Acuerdos de Oslo, firmados hacía poco entre el gobierno de Israel y la representación palestina, encabezada por Yasser Arafat, constituían una traición a la patria. Tales acuerdos encarnaban los primeros pasos hacia la implementación de la fórmula de “dos Estados para dos pueblos”. Fórmula inaceptable para los sectores radicales de ambos bandos, inconformes con la realización de cualquier concesión a sus respectivos adversarios.

Casi un cuarto de siglo después de esos hechos, la realidad muestra que, por desgracia, Igal Amir y quienes compartían y comparten aún su visión, se han salido, hasta el momento, con la suya.

A partir del asesinato de Rabin, el proceso de paz perdió impulso, aunque hubo breves intervalos en los que pareció que se retomaba. Sin embargo, en esas ocasiones las cosas se desarrollaron como si formaran la trama de una tragedia griega: cuando hubo apertura y buena disposición hacia avances negociadores por parte de uno de los involucrados, en el  otro  lado hubo rechazo e intransigencia. Y estos roles se fueron intercambiando una y otra vez hasta que llegó la época –los últimos diez años– en que de plano los contactos dirigidos a acordar algo se desplegaron  tan sólo durante unos cuantos meses y ello gracias al empeño de John Kerry, secretario de estado de la administración de Obama. Sus resultados, en ese caso, también fueron nulos.  

En el tema del conflicto palestino-israelí, el contraste entre la atmósfera que privaba en 1994-1995 y la que prevalece ahora es dramático. En aquel entonces el consenso entre las mayorías en Israel y entre el pueblo palestino era que al fin había aparecido la luz al final del túnel. Sólo restaba avanzar por el camino alumbrado por esa luz.

La fórmula de dos Estados para dos pueblos contaba con una aprobación internacional rotunda, mientras que, en el mismo sentido, entre las poblaciones israelí y palestina, la inclinación de las mayorías era continuar apoyando el proceso que había arrancado a partir de Oslo.    

Por el contrario, actualmente el panorama es el opuesto. El lema de “dos Estados para dos pueblos” ha perdido terreno. Los gobiernos israelíes de la última década lo han abandonado oficialmente, más ahora que existe una tácita anuencia a ello de parte de la administración de Trump, y una indiferencia cada vez mayor acerca del tema en el ámbito de los países árabes sunnitas.

Por el otro lado, el Hamás, partído político que gobierna Gaza, mantiene su posición extremista, al tiempo que, en la Autoridad Palestina, con sede en Cisjordania, hay una parálisis, fruto de la inexistencia de una atmósfera favorable a la negociación, por motivos diversos. Entre estos motivos se encuentra la corrupción en el liderazgo de la Autoridad Palestina y la percepción de que en el bando contrario no hay indicios de ninguna voluntad de acuerdos, tal como lo revela el aumento continuo de los asentamientos judíos en territorio de Cisjordania.

En síntesis, aun con Igal Amir cumpliendo una condena carcelaria a perpetuidad, puede afirmarse que el magnicidio que ejecutó en 1995 ha conseguido su propósito, cuando menos hasta ahora. La agenda del conflicto ha quedado en manos de los radicales, no de los conciliadores.

Comentario final: en mi columna de la semana pasada escribí que la liquidación del líder del ISIS, Abu Bakr Al Baghdadi no significaba el fin de esa organización islamista asesina y. por el contrario, tal vez se registraría pronto una fechoría bajo su dirección. Por desgracia así ha sido ya. El viernes 1 de noviembre el ISIS se adjudicó un brutal atentado terrorista en Mali, contra un cuartel militar, con un saldo de 54 víctimas mortales. Un salvaje ataque del que no hubo resonancia significativa en nuestros medios de comunicación, dada la poca importancia que en nuestro entorno se da a lo que ocurre en el continente africano. El hecho es que el ISIS sigue vivo y actuando no obstante la muerte de su máximo líder.

 

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