El grano de oro
Hablar del misticismo mexicano es conocer el fondo de nuestra cultura. Resulta interesante porque es adentrarse al corazón de México a través de mitos, creencias, realidades y demás piezas que conforman el pintoresco cuadro de nuestro hermoso país. Tan lleno de voces, ...
Hablar del misticismo mexicano es conocer el fondo de nuestra cultura. Resulta interesante porque es adentrarse al corazón de México a través de mitos, creencias, realidades y demás piezas que conforman el pintoresco cuadro de nuestro hermoso país. Tan lleno de voces, de colores, de nombres que, aunque evocan el pasado, definen el presente y el porvenir.
Resulta difícil imaginar nuestra cultura y hasta mi propia carrera, sin historias, leyendas o mitos. Será como maquinar una receta en el vacío o armar la dieta del éter. ¿Qué sería de México sin maíz? Es el alimento que teje nuestra alma.
Hubo una época en la que hasta los ríos se hicieron piedra. Una sequía que asfixió a los peces y deshidrató a las aves. Nuestra civilización tenía hambre y le rogaban a Tupa que trajera la lluvia. Pero el sol abrasaba la tierra. Avatí y Ne, dos guerreros conmovidos por el llanto de los niños entraron en acción. Un mago del pueblo les había dicho que Tupa estaba buscando a un hombre que quisiera dar su vida por los demás. Para transformar su cuerpo en la planta que alimentaría a su gente.
Entonces los guerreros se pusieron de acuerdo para que el que quedara vivo enterrara el cuerpo que Tupa pedía. Fue Avatí quien sacrificó su vida. Ne, llorando cavó la tierra. Procuró su tumba cotidianamente con la poca agua que podía acarrear del río. La palabra de Tupa brotó. Una planta desconocida y divina creció y dio sus primeros frutos. Ne la llevó a su gente para que la sembrara y cultivara en honor a Avatí. Les prometió que Tupa mandaría lluvia para que nunca más pasaran hambre.
Cuentan que antes de la llegada de Quetzalcóatl, sólo comían raíces y animales de caza. El maíz se ocultaba tras las montañas. Y aunque los dioses, con sus fuerzas colosales, intentaron acercar el alimento, no lo lograron. Entonces fueron con Quetzalcóatl para exponer su problema.
—Yo se los traeré—, les respondió el dios.
Quetzalcóatl ni siquiera se esforzó en separar las montañas. ¡Empleó su astucia! Se transformó en hormiga negra y, acompañado de una hormiga roja, marchó a las montañas superando cualquier dificultad. Llegó hasta el maíz y, como era hormiga, tomó un grano y regresó. Le entregó a su pueblo el grano dorado. Lo plantaron y así obtuvieron el maíz. Desde ese entonces lo cosechamos.
Su siembra aumentó sus riquezas. Se volvieron más fuertes. Construyeron ciudades, palacios, templos…¡Y vivieron felices! (Así es como debe de terminar cualquier historia de lucha y amor).
A partir de ese momento, Los Aztecas veneraron al generoso Quetzalcóatl. Dios, amigo de los hombres. Padre protector que siempre procuró alimento en las mesas de sus hijos.
En cuanto a la tortilla: pues, su origen es tan antiguo como la historia del maíz. En el Popol Vuh se cuenta que Quetzalcóatl bajó al Mictlán —lugar de los muertos— y allí tomó unos huesos. De hombre y mujer. Y fue a ver a la diosa Coatlicue. La diosa molió maíz junto con los huesos, y con esa pasta se creó a la humanidad.
Con historias tan sagradas, quiero pensar que la tortilla es nuestra comunión cotidiana con lo divino. Nos acerca al origen de nuestra propia existencia. ¿Será, por esta razón, que es la base de nuestra alimentación? Según cifras de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, FAO, 45% del consumo nacional de calorías proviene de alimentos derivados del maíz. México es el principal consumidor de tortilla en el mundo. Se estima que es consumida por 94% de la población, por lo que el volumen de producción y consumo es cercano a los 22 millones de toneladas de tortillas al año.
La tortilla provee energía por su alto contenido de carbohidratos; además, es rica en calcio, potasio y fósforo. También aporta fibra, proteínas y algunas vitaminas como la A, tiamina, riboflabina y niacina. En nuestro país es muy común encontrar tortillerías por doquier. Pero siempre son más ricas cuando están hechas a mano. Con ellas se preparan una infinidad de platillos: tacos, flautas, quesadillas, enchiladas, chilaquiles, totopos, chimichangas, entomatadas, enfrijoladas, tostadas, papatzules, sopa de tortilla, chalupas, burritos, sincronizadas...
La nobleza del maíz nos une. Nos reconoce como parte de una eterna energía... que nos hace uno. Que nos transforma y eleva a la certeza del amor incondicional. Porque, a pesar de la dureza con la cual los ojos de los dioses nos han llegado a mirar, nunca ha faltado en la mesa. Para hacernos fuertes y poder aguantar con entereza el destino que nos ha sido asignado.
