#TierraArriba
Hace unas semanas, después de un largo día de grabación, llegué a la casa para arrancar con la rutina típica de una madre con hijos pequeños. Bañarlos, hacer tareas, darles de cenar, tranquilizarlos, lavarles dientes, rezar y dormirlos. ¡Suena fácil el quehacer! ...
Hace unas semanas, después de un largo día de grabación, llegué a la casa para arrancar con la rutina típica de una madre con hijos pequeños. Bañarlos, hacer tareas, darles de cenar, tranquilizarlos, lavarles dientes, rezar y dormirlos. ¡Suena fácil el quehacer! pero la verdad... no siempre resulta tan simple. Sobre todo, cuando no te han visto en todo el día. Llegar a casa significa abrir la puerta y recibir de trancazo el reporte del día. Mentalmente extraviada, absorbes la información y empiezas a poner orden en los sentimientos, educación y bienestar de tus hijos. En fin, toqué base para encontrar tierra por toda la casa. ¡Toda la casa! Mis hijos traían las uñas negras y un cerebro revolucionado al mil. Mi instinto... ¡gritar! A ronco pecho manifestar mi cansancio y toda la flojera que me daba agarrar la escoba. Pero la emoción de mis hijos, contuvo mi berrinche. Entre abrazos me sacaron unos dibujos, que resultaron ser el croquis de un proyecto. Me llevaron, de la mano y a rastras al cuarto de mi hijo... Mi cabeza seguía pensando en la escoba. Pero al entrar, me encontré con un edificio de cubos apilados con el culpable —una maceta con un maíz plantado—, encima... y dejé de pensar en la escoba. ¡Caray! ¿A qué hora creció este maíz? ¿Cuándo lo plantaron? ¿Qué clase de madre soy, que no se entera de esas cosas? ¡Soy una mala madre! “Me lleva el tren”, creo que estoy trabajando demasiado. Ya no sabía si llorar, barrer, ignorar, ponerle cerebro... Como máquina de preguntas me solté. Resulta que este plan se venía desarrollando desde hace un mes y era una sorpresa para mí. En el secreto crecía una planta para mamá. ¡Y literal, nadie tenía idea de esto! Los abracé y llené de besos. Me faltaron los recursos para agradecerles. Procuré toda la paciencia para hacer de la rutina, algo especial... y se quedaron dormidos.
Finalmente me fui a lavar la cara y a ponerme el “traje de carácter”. Bajé a cenar con mi esposo y estábamos platicando de todo esto... y mi teléfono empezó a recibir varios mensajes de mi amiga Sandra: “Soñé contigo y tu hijo.” “Que él te impulsaba a hacer algo grande con plantas. Era un proyecto maravillosos y tú lo ibas a hacer realidad”. ¡No manches! El mensaje no pudo haber estado más claro. ¡Teníamos que potenciar la maqueta de Thibaut! ¿Quién iba a pensar que un niño de siete años, más que una idea, tenía un propósito? ¿Quién?
El sábado ahí nos tenías: en Nativitas comprando macetas, plantas, tezontle y tierra de varios tipos. Impresionante ver cómo mi hijo sabía lo que quería. Compró chile piquín, tomate cherry, habanero, frambuesas... y una planta carnívora: ¡tenía que ser niño! Veníamos en el coche empalmados, llenos de naturaleza —incluyendo arañas— y mareados por el olor de chapapote que le habían puesto a las macetas.
Después de pararnos a comer en el Como, que por cierto delicioso —les recomiendo el Risotto de Huitlacoche—, llegamos a la casa. Bajamos el “chivero” y agarramos la escalera para subir todo al techo. —Quiero que sepan que la cargada nos dejó, a Emmanuel y a mí, con dolor muscular varios días—. Lo acomodamos para plantar y regar... Cambiamos el tinglado varias veces de lugar, hasta que decidimos ponerlo en un espacio que puede verse desde la ventana... para facilitarnos el control de la cosecha.
Unas semanas después, nuevamente llegando de grabar y con la cabeza fumigada de información, mis hijos me llevaron a la ventana. “Mira mami chula (así me dicen, no vayan a creer que me pongo mis moños) hay que subir a cortar el jitomate”. Había diez listos para su cosecha.Y me dije “va a llover, es ahora o nunca”. Agarré la escalera, nos subimos al techo y recogimos la primera cosecha de #TechoArriba. ¡Diez jitomates! De los cuales cinco, ya se habían pasado de tueste. Pero, bueno, sirven para una salsa.
Lavamos la fruta, la secamos, la licuamos con 1/4 de cebolla, ajo, sal y pimienta. La hervimos... y ¿qué voy a hacer con la salsa? Abrí todas las puertitas de la cocina y me encontré con una masa de pizza congelada. ¡Perfecto! ¡Pizza! Amasamos, rallamos queso, horneamos... finalmente saqué la escoba y cenamos delicioso. Emmanuel abrió una botellita de vino y nos sentamos juntos a cenar.
Ahí es cuando queda demostrado que la cosecha orgánica es barata. Que reditúa como herramienta de salud en tu familia. Porque tras la siembra, mi hija probó el jitomate, mi hijo se sintió importante e hicimos trabajo de equipo.
No quise que esta historia quedara grabada sólo en nuestros corazones. La quiero compartir contigo para que también la impulses en casa. #TierraArriba es el futuro de la salud y la esperanza de la sustentabilidad. De un hombre que se reconcilia con la naturaleza.
