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Apuestas

Carlos Carranza

Carlos Carranza

Las apuestas no son un asunto de juego. Se debe tener muy en claro que la suerte no siempre está de tu lado y los cálculos deben ser más cuidadosos, tomar las determinaciones con la frialdad de quien es consciente acerca de sus propias limitaciones, de los alcances que tienen tus movimientos.

En ese sentido, López Obrador colocó en la mesa las más riesgosas de las apuestas bajo el manto de una feligresía que alaba cada uno de sus movimientos, lo cual es, sin duda, uno de sus mayores triunfos: tener una base popular que no es capaz de cuestionar ni de observar las implicaciones de las decisiones presidenciales por la única y sencilla razón de que quien ocupa ese lugar logró posicionar una imagen de “justiciero”, la cual le acomoda muy bien a una sociedad que, durante décadas, ha sufrido las consecuencias de pésimas administraciones y de una corrupción casi institucionalizada. El terreno es fértil para cualquier populismo y López Obrador ha aprovechado esta situación para consolidar cada uno sus movimientos sin que haya perdido mucho del empuje que lo llevó a ganar las elecciones de 2018.

Vaya espiral de apuestas las que se ha presentado desde la noche del 15 de septiembre. Su punto de inicio son las proclamas en las que se enaltece “el amor al prójimo” y la honestidad. Dos líneas muy adecuadas para el discurso que ha manejado durante estos años y que son una punta de lanza en sus peroratas cotidianas: la actual administración es pura, inmaculada y sin atisbo de corrupción por el simple hecho de que él lo dice. Y, por otro lado, es común para López Obrador la resignificación de las palabras: por ello no es extraño que uno de los pilares de nuestro Estado, el laicisimo, para él no exista.

El amor al prójimo es una frase llena de matices religiosos que toca el corazón de cierta feligresía, lo cual quedó en evidencia en su apología del castrismo del día siguiente, cuando toma como ejemplo a Jesucristo para “evidenciar” el maltrato al “pueblo” cubano. Si esas mismas palabras las hubiera expresado cualquier otro presidente, las calles estarían tomadas, las pancartas tapizarían el Zócalo y exigirían la renuncia del primer mandatario. Pero es López Obrador y a él todo se le perdona, porque será el pastor que guiará a su rebaño a ganar las elecciones de 2024 y eso significa tener otro sexenio de nómina.

La honestidad. Nuevo significado: las acciones de mis adeptos son honestas. Todos los demás son corruptos porque existe un complot en contra de su proyecto, son inventos de la prensa y mala fe de quienes no quieren a México. La honestidad es su bandera, porque aunque existan pruebas que evidencien la corrupción, López Obrador siempre tendrá otros datos.

¿Una tercera apuesta? Es la que se ha construido a lo largo de estos años: el oportunismo de las efemérides reales o ficticias —como esa idea de la fundación de Tenochtitlan— para armar ese discurso histórico que valide la megalomanía de una supuesta cuarta transformación.

Claro, se monta toda una parafernalia que, en si misma, pudiese ser algo interesante como parte de una estrategia de divulgación de la historia; sin embargo, en cada oportunidad se alimenta esa idea de que todo es blanco y negro, maniqueísmo total para hacerle notar a la gente que ellos están en el lado correcto de la historia. Encendiéndose contra España que, sin duda, es la panacea de los españoles que asesoran ideológicamente a las bases del partido oficial. Además, ese lado correcto también implica el milagro de retomar a los mejores elementos del priismo de los años setenta y ochenta para operar su milagrosa transformación al bien.

Pero la última y más ambiciosa: convertirse en candil de la calle entre los países latinoamericanos. ¿Cómo? Apoyando al régimen cubano.

Claro, ese afán redentor —que tiene su simiente en la trasnochada ideología setentera— encabezará a gobiernos que son imagen y espejo del que pretende consolidar López Obrador en este país. Tal vez algún día alguien pida que México sea otra Numancia y se nos reconozca como Patrimonio de la Humanidad. Vaya absurdo.

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