Reflexiones sobre la Navidad; no estrictamente médicas

Quien supera la crisis se supera a sí mismo, sin quedar “superado”... La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia. 

SALUD. Una permanente e inaplazable pretensión de que las cosas en el área de la salud a nivel mundial y, sobre todo, a nivel de nuestra nación cambien, salgan del crack, del brete o aprieto en que se encuentran nos trae a la memoria que Albert Einstein escribió sobre la crisis: “No que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo, la crisis es la mejor bendición que puede sucederle a las personas y países, porque la crisis trae progresos.

La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche. Es en la crisis donde nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias.

Quien supera la crisis se supera a sí mismo, sin quedar “superado”, quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones. La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia.

El problema de las personas y los países es la pereza para encontrar la salida y soluciones. Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos.

Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno porque sin crisis todo viento acaricia. Hablar de crisis es promoverla y callar en la crisis es exaltar al conformismo. En vez de esto, trabajemos duro.

Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, la tragedia de no querer luchar por superarla.

Os comento que un estudio demográfico basado en el análisis de más de dos mil 500 censos, encuestas y registros de población destaca que actualmente hay dos mil 200 millones de cristianos (equivalente a un 32% de la población mundial).

Este domingo 25, dicha cifra de personas rememoran y celebran el nacimiento de Jesucristo, fundador de esta religión.

Os transcribo, de autor desconocido, “Carta de Jesucristo para ti en esta Navidad”; “como bien sabes, amigo mío, yo pedía muy pocas cosas en mi vida. Pedí una posada antes de nacer pensando sobre todo en mi madre.

Pedí a Zaqueo que me alojara en su casa y a otro buen amigo el salón para celebrar la Pascua.

Pedí un par de veces agua para beber. ¡Ah!, y también pedí un burrito para hacer mi entrada triunfal en Jerusalén y así no dejar mal al profeta Zacarías.

TRES APOSTILLAS. No me interesaban las cosas. Me interesaban las personas. Me interesaba, sobre todo, la amistad.

No me cansaba de pedir amigos: amigos que me siguieran, que se unieran a mi causa, que estuvieran conmigo, que continuaran mi tarea.-- -- -Mi tarea de hoy va en la misma línea; no os voy a pedir ayuda material, aunque también la necesito para mis pobres.

Tampoco voy a pedir que dejéis a vuestra familia y vuestros estudios, aunque a algunos se los seguiré pidiendo.

Mi petición va dirigida a todos y está al alcance de todos.-- -- -Mirad, tengo unas ganas de seguir “haciendo el bien” pues veo a tanta gente triste y necesitada.

Me muero de pena al ver que muchos niños no sonríen y mueren prematuramente.

Me entristece la estampa del viejo, al que nadie quiere y parece estorbar en todas partes.

Me indigna el que algunos se aprovechen de los otros, que siga habiendo personas y pueblos sin libertad y sin dignidad. En fin, no voy a repetir aquí lo que bien sabéis vosotros.

Lo que sí quiero deciros es que unas veces me dan ganas de llorar y otras de coger el látigo, y lo que os pido, lo que te pido, es que me prestes tus manos para con ellas yo poder seguir curando, bendiciendo y acariciando. SALUD Y SALUDOS.

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