Dolor y sufrimiento en el humano II
Su presencia es un reto a la fe y a la razón. Produce daños, pero podremos hacer algo positivo si se consigue darle sentido
SALUD. Lo primero que se necesita para saber qué hacer con el dolor y, por ende, con el sufrimiento que acarrea, es aceptarlo como algo que está ahí y que tenemos que encarar; es el momento dramático de nuestra existencia. La inicial y más humilde operación del dolor suele destrozar la ilusión de que todo marcha bien en quienes aún no lo experimentan. Nos pone en situación dramática y ello requiere un medio de expresión, Sin embargo, el que se sobrepone a su dolor, sube más alto como ser humano. Quien lo acepta convierte el hecho doloroso en una tarea: la de reorganizar la propia vida contando con esa dramática verdad que se ha hecho presente. Así, la enfermedad y el dolor/sufrimiento que genera es el banco de pruebas de la existencia humana, el fuego que la fragua donde, como los buenos aceros, el ser humano se ennoblece y se templa, pero para los seres frágiles y pusilánimes, el dolor puede dar paso al desmoronamiento definitivo. Cuando sufrimos una enfermedad, un ultraje orgánico, no somos libres para evadirla; vienen impuestos, pero podemos ante tales adoptar una actitud positiva o negativa de aceptación o rechazo. En esa libertad radica la posibilidad de enriquecerse anímicamente con el dolor. Sufrir cuando se transforma en actitud de aceptación es algo que nos hace comprender con luces nuevas la distinción entre lo verdaderamente importante y lo que no lo es.
El dolor realiza en nosotros una catarsis, una purificación. El dolor eleva al hombre por encima de sí mismo porque ayuda, le enseña a distanciarse de sus deseos. El efecto redentor del sufrimiento básicamente en su propensión a reducir la voluntad insumisa.
El ser humano doliente se ennoblece si ha aprendido a ser fuerte para sobrellevar su dolor; eso de ninguna manera puede considerarse como masoquismo porque él no se provoca el dolor para gozar con él, simplemente lo tolera y acepta cuando le llega.
Os comento que la presencia del sufrimiento es un reto a la fe y a la razón. Produce daños, pero podremos hacer algo positivo si se consigue darle sentido a ese mal que se presenta muchas veces como un atentado a la presencia de Dios. Ni la fe capacita para no sufrir ni impide la que la media, pues todo sufrimiento lleva consigo el inevitable carácter de inesperado y duro, por eso el mazazo y la rebeldía aparecen inmediatamente en la consciencia del ser humano.
Os recuerdo que frente al dolor existen actitudes. Una, aceptarlo; la otra consiste en silenciar o suprimirlo. Esto incapacita para padecerlo. Las personas se debilitan. Se trata de atontar a la persona porque no hay respuesta para sus propias preguntas.
TRES APOSTILLAS. Es importante admitir que no se puede imponer el sentido, sino ayudar a encontrarlo. En esto radica la capacidad de consolar cuando ese propósito es verdadero y no simplemente la mera repetición de frases hechas. Comprender en silencio, a veces puede ser lo mejor. El hombre doliente tiene que plantearse si va a ser feliz o no, a pesar de sus sufrimientos. Lo primero que tiene que hacer es aceptarse a sí mismo tal como es, con los sufrimientos y limitaciones. El que ha estado en contacto con el sufrimiento puede señalar que la persona que sufre no pide tantas explicaciones como una actitud empática. Lo mismo puede suceder con las consideraciones biológicas, se queja porque no le encuentra sentido. Se necesita darle sentido porque esa situación forma parte de la vida. Sólo el sufrimiento con sentido da paz espiritual. SALUD Y SALUDOS.
